La señora del floripondio
Bajé las escaleras de almíbar, cuando giré sobre el rescoldo encenizado, ella estaba viéndome con ojos de avellana mientras servía el té. Era té de magnolias con pimienta. Me invitó a sentarme en una silla terrosa mientras acomodaba un floripondio en su florero. Sé a que has venido, me dijo. Me lo ha contado una ardilla que a menudo pregunta por sus avellanas. Nos amamos. Ella viene a verme por un canal que conecta el pozo de agua con la tubería de respiración. Cuando viene, siento que me ahogo porque me falta el aire. Y qué te dijo. Me dijo que venías porque el otro día estabas preocupado por el examen de dibujo. Sí, la verdad es que me dediqué a dibujar oficios del diccionario en un collage, pero soy mal dibujante: el presidente mandó a un ministro de educación que redacte una reforma que perjudicó a un maestro en su sueldo, un día pasando por la calle lo arrolla un taxista, como no tenía dinero para una denuncia, ni juez, este maestro se desquitó con un estudiante. Y ése es mi retrato porque ayer me insultó. Déjame ver ese dibujo, dijo al mismo tiempo que presionó el botón de una escotilla que activaba la tubería de respiración. Su cara era como un algodón expulsado a lo interestelar. Ya veo, pero en el último dibujo cuando te insulta tú estás corriendo por el jardín de tu casa. Si, pero estoy corriendo con azúcar en mi cabeza para que me de fiebre y no ir a clases. Siempre lo hago. Entonces, extendió su mano por la tubería de respiración y acercó mi cabeza con fuerza al chorro de aire, mientras la ardilla devoraba mi cuero cabelludo. Ella reía mientras yo me ahogaba.
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