La fruta podrida que maduró
Mi crio ya le salió vellos en las nalgas y es un inmaduro. No lee los diarios, ni le hace caso al profe, ni a diosito que pasof… los jóvenes de estos tiempos ya hacen lo que les da la gana. —La entiendo señora, hay casos según Freud que la vida fantástica compensa la vida miserable de la realidad—Mire esos ojos desorbitados doctor, mire esos labios secos, mire esas manos nerviosos— No tiene pareja, ni amigos, ni buenas notas, nada de nada— Mi sopor explotó y me levanté del asiento. Ustedes que saben de la realidad— Freud, Adler, Rank, están en el filo del retrete— Le haría más caso a una mosca con ciruelas que al doc— Una descarga eléctrica se desencadenó hasta mi cerebro, me desplomé— ¡Tienes que madurar! Todo cambio en la vibración pentagonal de esa palabra… Así que podrá haber honestidad de acero fundido con el psicólogo. Entremos en diálogo con sus electrones y su núcleo. Para qué estoy aquí, no entiendo, no es mi voluntad, me trajeron a rastras. Tienes que cambiar porque necesitas un trabajo estable, a la sociedad no le gustan que los seres humanos sean apestosos y que llamen una tina de baño a su casa. Quiero apestar. Está bien, dime para qué diablos quieres apestar. Para que ese olor penetre en las células de los desahuciados y caminen. Caminas de verdad. No lo creo, nadie camina con sus pies. Ni los psicólogos. No resolvemos problemas, solo tratamos de enfocar el problema para que lo resuelvas tu mismo. Entiendo. Que es madurar, dices. Es el mayor misterio de la humanidad. Púdrete, doc, porque soy maduro.
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