Escribir con máquina de sobacos ioriposeido.
Se tuvo que mudar de su departamento porque el alquiler era muy caro. Buscó un cuartucho de cemento en Monjas, no estaba mal para sus intenciones de escribir historietas: casa recién construida, segundo piso, vista al bosque en pleno verano. Sin luz, ni agua, ni teléfono. Le gustaba lo agreste y salvaje, aunque los vecinos decía que era un cuartucho tan raro con una viga de acero sosteniéndolo y olor de rata por estar cerca de la quebrada. Lo bueno-pensó- es la alfombra que me va a cubrir del frio. Sacó su vieja máquina Olivetti en medio de una mesa de cortar puerco, y sus libros en la parte que daba a la ventana; todo lo puso a un costado del cuarto para abrigarse del sol: el catre, los libros y su cocineta. Has usado tanto la máquina que las teclas QWSD no funcionan, son durísimas; ahora coge el tenedor y desengrasa toda la maquinaria, querías escribir querías pero escribes ueria, tu palabra favorita: -desde que sentía- ahora escribes- ee Niue en tía-. Ni modo. Abre la ventana y grítale fuerte a tu vecino para que te preste la máquina de escribir. Nunca hizo caso y siguió escribiendo un cuento larguísimo de 20 páginas. Su editor puso el plazo de una semana para completar su libro de cuentos malditos larguísimos pero buenísimos según expectativas de gustos frondositos. Esto va a quemar se decía, son cuentos fuertes. Te da sed, toma tu sudor; te da hambre come pan y plátano; te da lujuria: escribe. Sigue martilleando, Q hasta que tengas qallos, w sobre la envidia de los wuebones que tienen computadora, s para los sapos que te miran sedientos en los sobacos. No te excites demasiado escribiendo. Aún no carajo. A la semana de habitar en el cuarto se dio cuenta que le apestaban los pies por falta de agua, le crecieron unos hongos carmesí. Llegó un momento en que luego de estar escribiendo unas dos horas le daba el rasca bonito en la cuevita donde nacía el dedo menique del pie izquierdo. Tírate en la alfombra, sácate los zapatos y ráscate con furia, abre la ventana que no aguanto; oohh que rico dices… es como inyectarte ácido clorofórmico a la piel, tener un orgasmo sin tocar a nadie… rasca hasta el cielo ardiente… la epidermis se está destruyendo mi vida… aun no quiero sangre… me vengo… me vengo. Se dice que escribir con máquina de sobacos te da una inspiración que puedes sentarte a escribir una novela en 64 horas, una fuerza para que puedas destruir un ladrillo con el puño cerrado, una vitalidad para hablar en una reunión toda la noche y encima armar líos con todos. Sintió tanto placer que daba alaridos a media noche, mordía las cortinas, se rasguñaba a si mismo; muchas veces se caía de la cama y se torcía los pies o se rompía la cabeza. Los vecinos creían que eran prostitutas o que se masturbaba hasta la locura; cada vez que lo hacía los vecinos protestaban con echarlo a patadas porque se movía la viga de acero como si hubiera un terremoto. Un día llegó borracho porque le iban a publicar su libro, estaba más excitado que nunca; el cuarto era una mezcla de olores putrefactos que a su olfato eran un manjar. Esta noche es especial, tienes que celebrarlo con placer, sácate el zapato y te invito a llenar una copa de sangre de tu cuevita para brindar juntos. Hazlo por mi, estoy atravesando la ventana, voy a tratar que me corte en dos para obtener más sangre en esta orgía, ven toma este guillete, te ayudará, como tiembla la casa… hazlo… corta… sin miedo, riega todo el cuarto de hierro candente. Todo comenzó a temblar, se derrumbaron los libros, la máquina de escribir despegó por la ventana empujando consigo a la cocineta que fue rodando hasta el fondo de la quebrada, la alfombra se inclinó 30 grados; en medio acto de masturbación del menique vi una mano gorda que cogía a mi pequeño escritor de los pelos y gritaba despertando a todos ¡Larguémonos de aquí! ¡Se cae la casa!
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