Bebedizo de miel nocturna
He bebido hasta saciar los vasos sanguíneos, sigo saneando. La proliferación de un coche ataca mis lóbulos parietales. Aquel entra conmigo y yo entro en la calle. Ella entra en un bote de basura y yo me destornillo de la risa. Esta llorando hacia las noctámbulas piedras de la noche, la consuelo con una esponja de látex. Lloramos de alegría en ese triángulo de vidrio lleno de acicalados mosquitos verdes que bailan: si ellos bailan, he de bailar. La naturaleza es sabia. Hay besos en cada pilar de jade libidinoso, hay manos que cruzan en la penumbra naranja. Alguien me toca el hombro. Veo caballos feroces arremetiendo a las flores del pasto. Comen como cerdos voladores, amebas en celo, orgiásticos impulsos me invitan hacia la luz naranja. Fue el olor a emplasto de cucaracha con ron el que me atrajo hacia la luz. La veo. No me ve. Me ve. No la veo. La velocidad de la luz entretiene sus piernas de ninfa catatónica, me cole en su cuello y la besé. No sé su sabor, era trementina con miel. Era orgasmo con aguja hirviendo, ecuación de Fahrenheit en una carcajada hierática. Salgo de la caverna y me reduzco hacia el útero. Salgo y bebo. Abro los ojos y aquello me espera en un aguamanil dentro de un concilio rectangular con tumbonas de plástico. Afuera los astros son propicios para la brisa: si ella canta, he de cantar.
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