DURAZNO Y LIMÓN PARA CAMBIAR EL MUNDO
Era viernes. Corrí hacia la pileta de la Universidad Central antes que termine clases, porque mis compañeros de curso querían estar conmigo para molestarme. Yo quería estar solo, quería encontrar un extraterrestre vestido de gala, invitarle unas bielas y formar un movimiento para cambiar esta sociedad de mierda.
Me escondí en la carpa de la señora que vendía limones, y atisbar por su gorra de ajedrez como desfilaban a la casa mis compañeros. Algunos se encerraron para bailar reggaetón en el Grisú. Me quedé viendo un jugoso limón de 10 ctvs, mientras saboreaba una marca extraña de cigarrillos, se llamaba Camel.
La señora de los limones me apuró, así que lo encendí y esperé a que todos mis compañeros se fueran. Entonces llamé a Selma, una chica que conocía solamente en el Facebook y estaba interesada en el movimiento para cambiar el mundo.
Tuve que tomarle una foto a la computadora en mi celular para poder reconocerla entre tanta gente. El cielo se nubló completamente y no llegaba. De repente tuve una llamada al celular y me dijo que estaba en una banca de piedra a la entrada de Odontología y que vaya para allá.
Allí estaba una chica con un libro en la mano. Tenía la mirada inexpresiva y la piel reseca como una hostia enjaulada. Me acerqué y le dije:
—Hola amiga, ¿Tienes la hora?
— Ella me respondió: Te estaba esperando Santiago, ven toma asiento. Solamente estreché mi brazo. Ella estaba esperando un beso, pero por alguna razón no me inspiró confianza.
— Ahh… eres Selma? ¿Y… que andas leyendo?
— El Manual del Activista para cambiar el mundo.
— Ese manual ya me lo leí, y suena bastante interesante, pero que te parece si nos vamos a pegar unas bielas o pegarnos un limón con sal. No ves que ya va a llover. ¿Te parece?
— Bielas? No, gracias niño, no tomo. Tampoco me gusta el limón, pero si quieres traje unos duraznos, de la señora de aquella carpa.
Nos quedamos viendo con una desconfianza, observé sus manos, eran manos duras y el cuello parecía un sifón de baño norteamericano, era liso, sin ninguna mancha.
De golpe le asesté la pregunta: ¿Quieres cambiar al mundo?
—Sí, pero a mi manera. Tenía que verte, para decirte que este movimiento es una farsa completa.
—Pero si tú me dijiste que lo habías leído.
— ¿Te parece bien el dinero en el mundo? Le dije.
—Sí. Es lo mejor que se ha inventado. Después, de eso sonrió maliciosamente, mirándome los pantalones rotos y los zapatos gastados
—No. Eso es lo que causa la desigualdad. Le dije.
Oyendo esto, se fue a comprar un durazno. Al regresar se sentó en una banquina de la pileta, y dijo:
— ¿Quieres probarlo?—
-No, dije- Tengo mejores, cosas que hacer.
-Ah... Estás molesto porque nadie quiere entrar a tu grupito- dijo.
—Sí, me dan asco, especialmente los jóvenes.
—Ahh... ¿qué edad tienes? Dijo con un tono burlón.
—Entonces vi su mirada vacía, agarré la funda de mangos y la estrellé al suelo. Luego, salte y me largué.
— ¡Estúpido! Gritaba.
—Cómprate más mangos, en fin.
— ¡Valen dinero! Idiota, feo, asqueroso!
—Cómprate un espejo.
— ¡Vale dinero!
— ¡Cómprate un corazón! Grité
—Fue entonces cuando vio su funda de mangos en el suelo, lleno de hormigas. Cambió de opinión y se fue a comprar una funda de limón con sal.
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