Eladio Linacero y su voz despiadada, pesimista, sórdida, pero a la vez con unos vuelos poéticos, generados por un dominio del lenguaje, nos invita a la viajar junto a él, con sus memorias en una noche, que parece que se alarga indefinidamente estirándose como un elástico, sin soltarnos hasta que no se acabe esta novela corta, antesala para cumplir cuarenta años, edad, según él, para recapitular la vida. La noche de Eladio Linacero en aquella pieza de esa pensión parece no estar del todo dentro del mundo narrativo urbano, sino que con sus reflexiones y ensueños; que a modo de chispazos o vislumbres de la realidad-ficción parece hablar con la ventana de su pieza, soñando sin sentido, como un loco que conversa sus imaginaciones y ficciones con la pared. De esas proyecciones, entre realidad ficción aparecen los recuerdos de las mujeres, la mayoría de las veces trágicas, pero con un fulgor de magia, aunque sea momentáneo, pero sí, un rescoldo de belleza, palabra que detesta Eladio Linacero, una de ellas Ana María, la cual se vengó, la humilló en la adolescencia, pero por un momento se convierte en la aventura más recurrente en la novela:
Era grande. Es larga y ancha y todavía cuando se extiende en la cabaña y la cama de hojas se hunde con su peso. Pero en aquel tiempo yo nadaba todas las mañanas en la playa; y la odiaba.
Con ella, en el juego de la realidad, sentimientos evocados del "mundo exterior", extiende esta visión al mundo onírico, en su "pozo particular" e imagina a una Ana María en una escena en la cabaña de troncos, descubierta de toda visión sucia, miserable, hedionda, pútrida, sórdida: la de la desnudez sin vergüenza:
Ana María entra corriendo. Sin volverme, sé que es ella y que está desnuda. Cuando la puerta vuelve a cerrarse, sin ruido. Ana María está ya en la cama de hojas esperando.
La novela El pozo, es una novela vital desde el punto de vista del ensueño, no de la realidad, porque ésta, en la novela es miserable en todos los aspectos. Odia a los vecinos, ver las mismas caras, lo que le importa es seguir fumando y escuchar de vez en cuando las noticias de las guerras. Conforme se avanza en el relato, ese hastío por la vida casi se vuelve insoportable para Eladio Linacero y se dedica a evocar sus aventuras con otras mujeres como Cecilia, Ester, cuyas vidas, según el narrador son vacías, torpes, inútiles, las cuales se arrepiente de expresar algún fuego alguna vez. Está cansado, harto de todo, también de Lázaro, a quien lo odia y le tiene lástima por ser ser del partido revolucionario y lo tilda de ser un fra-casado. Pero a él le vale un cuerno, un comino todo aquello, principalmente la clase media:
Se les llama clase media, pequeña burguesía. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, nada más inútil. Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan las de "intelectuales", merecen ser barridos sin juicio previo.
En las páginas finales se siente un escalofrío, esta es la noche noche, esta es la noche, esta es la noche, repetido por Eladio Linacero, pero es una noche poética, que se lanza, cual -Gaviota inflada por el viento, el sol en la cadena del ancla-, para regresar al mundo tenebroso y quizá asqueroso de Eladio Linacero:
Esta es la noche. Voy a tirarme a la cama, enfriado, muerto de cansancio, buscando dormirme antes de que llegue mañana, sin fuerzas ya para esperar el cuerpo húmedo de la muchacha en la vieja cabaña de troncos.
10 de octubre, Santiago Quelal Pasquel.
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