domingo, 15 de marzo de 2015

368) Las trece brujas de Witch (Prologue to an Analogue, 1961) La magia de la propaganda de Leigh Richmond






Un relato que trata sobre la propaganda en una sociedad capitalista, donde la atención consciente e inconsciente del público se puede ver afectada por la televisión y sus productos de venta. Bil Howard, el bonachón del noticiario es el encargado de dar la noticias de una guerra bacteriológica, pero ¡epa!, con un sazonado especial de propaganda de la Internacional Witch Corporation, las trece brujas del super detergente, que lo limpia todito. También aprovecha para limpiar un barrio pobre en New York, obviamente con la propaganda de ventas de la Witch Corporation. 
¿Quiénes son las brujas que tratan de limpiarlo todo en tiempos de guerra, de hambre, de pobreza?, la propaganda. La propaganda es magia, y como diría Noam Chomsky acerca de la propaganda y su manipulación casi mágica:

La manipulación consciente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática.
El propio Leigh Richmond responde en el relato, acerca de la analogía entre la manipulación mágica y las brujas:
El poder de las brujas era, evidentemente, un poder para el pueblo: para el pueblo que necesitaba aquella protección, que necesitaba aquellos milagros.
¿Quiénes son las brujas? Son el pueblo, y el pueblo no es para quemarlo. Para quemarlos son los fanáticos y sus estadistas, los cabezas de chorlito y sus políticos, los cerebros y los trusts de cerebros... pero las brujas, no.

Relato doloroso como una patada en los huevos, pero con un gran sentido del humor. Aquí está:

Leigh Richmond


El programa IWC era un boletín informativo por Bill Howard, y aquella noche las noticias eran particularmente desagradables.
Bill, con su ancho rostro de facciones vulgares, inclinado a través de una mesa escritorio hacia el televidente, hablaba en tono horrorizado de la peste-submarina que, según la opinión general, se había originado en el Canal de Suez, esparciéndose a través de El Cairo.
Es fácil suponer, dijo Bill a su auditorio, que las naciones más interesadas en crear una crisis en el mundo en estos momentos han llevado el submarino allí para tener una coartada y acusarnos a nosotros. Es indudable que el submarino está allí, y que ha sido construido en América, y que la epidemia es real. El grupo investigador de las Naciones Unidas, que mañana saldrá hacia la zona del Canal para ofrecer su informe al mundo, se encontrará con que la epidemia había sido provocada por bacterias cultivadas en un laboratorio y trasladadas por un submarino construido en América. Esto es, Suponiendo que no existan m s complicaciones, lo que dirán en su informe.
A los ojos del mundo, continuó Bill, el problema no es ya el saber si ha estallado o no la guerra bacteriológica, sino quién la ha empezado... y el hecho de que el submarino lleve la marca de los Estados Unidos y sea de construcción norteamericana no responde en absoluto a la pregunta.
La guerra bacteriológica ha estallado, y nadie puede imaginar dónde dará el próximo golpe.
Pero hay una cosa segura, y es que la guerra bacteriológica ha estallado.
Con aquella frase terminó el boletín de noticias, y a continuación aparecieron en la pantalla las trece brujas, marca de fábrica de la International Witch Corporation.
Harvey Randolph, fabricante de los productos Witch, se inclinó hacia la pantalla con gran atención. Acababa de contratar con Burton, Dester, Duston & Oswald, la organización de un nuevo lanzamiento publicitario para sus productos.
Las trece brujas tenían las piernas largas, de danzarina, y llevaban unas altas caperuzas negras de bruja, y unas largas capas negras, con ribetes carmesí. Todas tenían largos cabellos que ondeaban al viento mientras bailaban.
Randolph se mordió el labio inferior, contemplando pensativamente a las brujas.
Habían aparecido en la pantalla entonando un canto parecido al grito de las walquirias.

¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!
Witch limpia... ¡AHORA!

Hum, pensó Randolph. El canto resultaba casi irritante después de aquella frase final la guerra bacteriológica ha estallado del boletín de noticias. Pero aquel dramático final del boletín de noticias no era una cosa corriente.
Las brujas seguían cantando mientras bailaban. Ninguna tarea es demasiado grande, ninguna tarea es demasiado pequeña —cantaban—. ¿Qué producto Witch necesita usted? Debería usted tenerlos todos...
Cada bruja, desde luego, encarnaba a un producto especial de la cadena Witch: detergente, jabón, champú; limpiacristales, desengrasante líquido... Witch jabón o detergente, Witch limpia rápidamente...
¿Qué producto Witch necesita usted? Debería tenerlos todos...
Randolph pensó que era un programa publicitario como otro cualquiera. La gran innovación planeada por BDD&O llegaría a continuación.
Y llegó. En la pantalla, detrás de las brujas, apareció un mapa del Canal de Suez, y luego un modelo en cartón piedra del hocico de un submarino, y una cabaña, y un sudario gris colgando sobre ellos.
Mientras las brujas daban media vuelta y empezaban a bailar hacia el decorado, la voz en off del locutor anunció:
¡Brujas del mundo, uníos! Si Nasser tuviera bastantes brujas[1], podría resolver la crisis que nos tiene a todos sobre agujas...
Y las brujas, bailando acompasadamente, se acercaron al submarino y a la cabaña cantando: ¡Hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia, AHORA!. Cada una de ellas empezó a frotar con un producto Witch, y, mientras frotaban, el sudario fue desapareciendo, y el submarino y la cabaña aparecieron resplandecientes, como recién pintados.
¡Limpio, limpio, limpio! —cantó el coro—. ¡Witch, Witch, Witch, limpio, limpio, limpio! Vencer a la suciedad, es vencer la enfermedad.
¡Mantenga la limpieza con Witch!
Bueno, se dijo Randolph. Y luego otra vez: Bueno.
No acababa de gustarle. El anuncio no era de buen gusto, precisamente. Con la crisis tan cerca... pero después de verlo uno no olvidaría el producto. Después de aquello, uno se veía obligado a pensar en los productos Witch.
Se recordó a sí mismo que al día siguiente, a primera hora, debía comprobar la reacción que había producido el anuncio y apagó la T.V.

Era casi mediodía cuando Randolph recordó la llamada que se había propuesto hacer a BDD&O. Oswald se puso al otro lado del hilo casi inmediatamente.
—Aquí, Randolph —dijo—. Le llamo acerca del anuncio de anoche. Me pareció un poco fuerte. ¿Piensan repetirlo hoy?
—¿Repetirlo? Nunca repetimos nada, Randolph —rió Oswald—. Es usted un hombre afortunado. Tengo a toda la plantilla ocupada con el anuncio de esta noche. No tiene por qué preocuparse. Nosotros nos ocuparemos de todo, hasta de los más mínimos detalles.
—Lo de anoche me pareció un poco fuerte —repitió Randolph. Se sintió un poco intrigado por el tono en que le había hablado Oswald, aunque no demasiado. Los hombres que trabajaban en la publicidad eran entusiastas por naturaleza, en opinión de Randolph. Tal vez era una cualidad necesaria en su profesión—. La gente puede tomar a mal que bromeemos con una cosa tan seria como una epidemia, aunque diga usted que la limpieza puede evitarla.
—La epidemia, ése es el punto fuerte. Imagínese usted que el grupo de investigadores de las Naciones Unidas informa de que no existe ninguna epidemia, y que el submarino sospechoso es uno de los más limpios y más saludables del mundo... Podemos sugerir, en tal caso, que se utilizan los productos Witch para mantenerlo limpio.
—Mister Oswald —la voz de Randolph adquirió un tono de imperiosa autoridad—. ¿Le importaría explicarme con exactitud de qué está usted hablando?
—¿Es que no ha oído usted las noticias.? ¡No hay guerra bacteriológica! Reconozco que es un patinazo de Bill Howard, pero todo puede arreglarse. No hay epidemia en El Cairo. Los investigadores de las Naciones Unidas no han podido encontrar ni un mal resfriado. Y en cuanto al submarino de marras, le han dado un certificado de salud absoluta, total. Ahora, el anuncio que planeamos para esta noche...

A aquella misma hora, cierto número de personajes importantes estaban reunidos con el Presidente. Sus reacciones al informe de las Naciones Unidas eran completamente distintas a la que Oswald había manifestado.
—Lo que me asusta, señor Presidente, es lo exacto del cronometraje y lo detallado de la ejecución —estaba diciendo el Subsecretario de Estado.
El Secretario de Estado volaba en un Jet, en aquellos momentos, para agregarse a la reunión.
—El hecho implica una técnica que nosotros no hemos alcanzado ni soñábamos alcanzar. He hablado con el jefe de la CIA, y los informes de nuestros agentes están fuera de toda duda. No sólo se produjo la epidemia, sino que se extendió rápidamente. La existencia del submarino portador de la peste es evidente. Si son capaces de provocar una guerra bacteriológica, y de producir una curación en masa de la noche a la mañana, estamos a su merced. No existe ninguna bomba —ni puede ser inventada— que alcance el poder de lo que acaban de demostrarnos.
El Presidente se pasó los dedos por los cabellos. Su rostro tenía una expresión preocupada. Pero, consiguió sonreír.
—No estamos aún solicitando condiciones de paz —dijo, y, volviéndose hacia el m s eminente de los biólogos de la nación, que estaba sentado en una butaca contigua, le preguntó—: ¿Cuál es su opinión?
—Siempre hemos sabido —contestó el biólogo— que la guerra bacteriológica es más peligrosa que la guerra atómica... siempre que el vencedor no disponga de los medios para protegerse de sus efectos. En nuestros laboratorios conseguimos una especie de bacterias, contra las cuales disponíamos de la adecuada inmunización, pero los experimentos que llevamos a cabo nos demostraron que, aunque inmunizáramos a todos los hombres, mujeres y niños de este país antes de soltar las bacterias en otra parte del mundo, las especies derivadas de aquellas bacterias azotarían eventualmente a esta nación lo mismo que a aquellas contra las cuales luchásemos.
—¿Qué me dice de las especies derivadas de la bacteria de Suez? —preguntó el Presidente. E inmediatamente se contestó a sí mismo—: No, han producido un antídoto. Un antídoto, si nuestros informes son exactos, que actúa de un modo inmediato.
Sacudió la cabeza lentamente.
—El ultimátum llegará en cualquier momento —dijo el Presidente.

—Es el cronometraje. No comprendo el cronometraje. —El gran hombre del Kremlin se estaba permitiendo a sí mismo unas dudas que no solía dejar traslucir delante de sus subordinados.
Allí había un solo subordinado, y cualquier auditorio que pudiese ser causa potencial de posteriores dificultades podía ser silenciado con facilidad. Sin embargo, la cosa resultaba sorprendente, y el teniente que ejercía las funciones de secretario y de guardaespaldas tembló mientras escuchaba.
—El cronometraje está equivocado, pero el hecho es un hecho. Tiene que ser un hecho, o todos nuestros agentes deberían ser enviados a Siberia.
—Desde luego, tenemos que actuar. La acción tiene que ser inmediata. Estamos amenazados de...
—¡No!
Vlada se oyó hablar a sí mismo, y todo su cuerpo se conmovió por ello. Se quedó pálido, temblando. Pero había hablado, y aunque quisiera no podría tragarse la palabra que acababa de pronunciar.
—¿No? Entonces, ¿qué es lo que sugieres, palomino, como no sea el defendernos de esta agresión capitalista? ¿Qué nos sentemos con los brazos cruzados y esperemos a que nos dicten las condiciones de nuestra rendición? ¡Habla!
—¡Enviarles un submarino infectado, y comprobar si pueden aniquilar a la bacteria que nosotros hemos desarrollado!
La garganta de Vlada estaba seca, y su voz no era la suya habitual. Ningún poder de la tierra hubiera logrado hacerle abrir la boca, pero la había abierto, y estaba esperando el rayo que iba a fulminarle de un momento a otro.
—Enviarles... ¡Ah, desde luego! Ellos pueden vencer a sus bacterias, y han utilizado un medio de lo más dramático para decirnos que pueden vencer a sus bacterias. Pero, ¿pueden vencer a los productos de nuestros laboratorios? Esto es lo que vamos a comprobar. Pero seremos tan sutiles... más sutiles, incluso, que nuestros amigos capitalistas. No les enviaremos nuestro submarino directamente. Lo enviaremos a una pequeña isla, y veremos si sienten deseos de probar la muerte, el ahogo, los horribles sufrimientos y la pérdida de la razón, que es el destino que aguarda a aquellos isleños...

En Peiping, la inquietud no era menos intensa... pero la reacción fue algo distinta.
Al científico sometido a interrogatorio no le quedaban esperanzas. Podía contestar sinceramente, ya que no había nada que pudiera salvarle de la suerte que le estaba reservada.
—La especie era virulenta. No existe ningún antídoto conocido... nada podía salvar a aquel puerto, ni a la mayor parte de África, ni a la mayor parte de la India... y no existía ningún medio para que el mundo pudiera averiguar de dónde procedía el submarino portador de la muerte, excepto que había sido construido en Norteamérica. Las bombas hubieran llegado como represalia, sembrando la muerte y añadiéndose al horror de la epidemia, de modo que una gran parte del mundo hubiese quedado libre para ser ocupada por el gran Pueblo del Dragón. Habíamos calculado que una tercera parte de nuestra propia población habría caído en el holocausto, lo cual nos hubiera resuelto muchos problemas Los pueblos de color canela de la India y los pueblos de color negro de África nos hubieran suplicado que les admitiéramos en la unidad de los pueblos amarillos, para defenderles de las locuras de los pálidos pueblos del Oeste. No existe ningún antídoto... pero la epidemia ha sido cortada. No puedo creerlo. Iría a reunirme con mis antepasados alegremente si antes pudiera saber la respuesta a este enigma.

Aquella noche, Bill Howard apareció en la pantalla con su feo rostro más sonriente que nunca, y su traje de tweed y su áspero pelo rubio m s desordenado que de costumbre.
—Hoy es un gran día para todos los habitantes del planeta —dijo—. Lo que ha ocurrido en Suez tiene indudablemente una enorme importancia política, y todos los estadistas y todos los políticos tendrán declaraciones que hacer y conclusiones que extraer. La evidente curación de Suez ha sido diversamente atribuida a la técnica norteamericana; a la técnica rusa; a Mahoma y al Dios de los cristianos. Todos los habitantes de la Tierra —siguió diciendo Bill Howard—, estamos amenazados de un modo abstracto, pero nosotros, la gente de la calle, queremos dejar estas cuestiones para los teóricos, mientras nos congratulamos. Ya que para nosotros, la gente de la calle, lo que tiene verdadera importancia es que en lugar de vernos obligados a enfrentarnos con la más degradante, con la más increíble, con la más horrorosa de las perspectivas: la guerra bacteriológica, nos encontramos en plena paz bacteriológica.
Después del difundido, las trece brujas aparecieron bailando y cantando, y detrás de ellas, como un telón de fondo, se encontraba el brillante y limpio decorado submarino-cabaña.
¡Brujas del mundo uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA! —cantaron—. Pestilencia o peligro, enfermedad o desastre, Witch lo limpia todo limpio, limpio, limpio!
¡Ah! —dijo la voz en off del locutor—. ¿Qué producto Witch desea usted? Witch es el moderno sistema de limpieza que ha utilizado lo mejor de las técnicas modernas, se ha extendido por todo el mundo...

Randolph contemplaba el programa escépticamente. Se recordó a sí mismo que lo habían preparado los mejores abogados y los mejores agentes de publicidad. Sin embargo experimentaba la desagradable sensación de que la cosa estaba llegando demasiado lejos.
Está bien pedir la luna —pensó, mordiéndose el labio inferior—. Pero ¿no es un poco arriesgado reclamar paz en la tierra para los productos Witch?
Tomó nota mentalmente de que a la mañana siguiente debía llamar a BDD&O. Por entonces ya se habría dejado sentir la reacción del auditorio, y podría decidir...

Era casi mediodía cuando Randolph recordó la llamada que se había propuesto hacer a BDD&O. Oswald se puso al otro lado del hilo casi inmediatamente.
—Aquí, Randolph —dijo—. Le llamo acerca del anuncio de anoche. Me pareció un poco fuerte reclamar paz en la tierra para los productos Witch. ¿Qué es lo que preparan para esta noche?
—¡Insistiremos en lo mismo! —la voz de Oswald era exultante—. ¡La cosa marcha; estamos en todos los programas de todos los canales. Nos consideran como algo excepcional. La Wicht levanta cabeza, Salem está aquí, con un nuevo "twist" y un estribillo publicitario... y todo eso. Pero los productos Witch suben como la espuma. Estaba seguro de no equivocarme cuando basé nuestro contrato en un porcentaje sobre las ventas. ¡Vamos a hacer saltar la banca!
Randolph rumió la idea en silencio.
—Oswald —dijo—, es una antigua costumbre del pueblo norteamericano tomar a broma lo que no puede comprender. Pero, no hay que llevar las cosas demasiado lejos. ¿No le parece que ese slogan Brujas del mundo, uníos suena a comunista?
—Cada vez que alguien habla de mantener al mundo pacíficamente unido, de unidad, no falta quien empieza a gritar comunismo... ¿Desde cuándo tiene el comunismo la exclusiva de la unidad? Su compañía es internacional, ¿no es cierto? Es la International Witch Corporation, ¿no? Usted no se limita a vender productos Witch en los Estados Unidos: tiene mercados en Europa, y en África, y en la India, a no ser que yo haya leído mal los gráficos de ventas. ¿Por qué ha de preocuparle el utilizar ese slogan? Nuestras ventas suben como la espuma en todas partes —continuó Oswald en tono satisfecho—. ¿Qué quiere usted expresar al decir que no hay que llevar las cosas demasiado lejos? Tiene usted al mundo en un puño... ¿Acaso quiere soltarlo? Incidentalmente —añadió, en un tono más tranquilo— he recibido la visita de un chiflado que me ha dado qué pensar. El chiflado me ha dicho que, ahora que tenemos a las brujas del mundo unidas, por qué no hacemos un verdadero trabajo de limpieza, en un barrio pobre, por ejemplo. Me ha dado qué pensar, se lo aseguro. Una buena causa no le ha hecho nunca daño a un programa.
Randolph se mordió el labio inferior en silencio unos instantes, y Oswald, conociendo a su cliente, esperó pacientemente.
—La idea me gusta mucho más que la de reclamar paz en la tierra para los productos Witch —dijo Randolph finalmente—. ¿Por qué no busca usted un barrio pobre que podamos sanear sin que nos cueste demasiado dinero? El tema de la limpieza no es malo... Lo que no me parece bien es lo de la paz en la tierra referido a nuestros productos. Le diré lo que ha de hacer. Vamos a invertir unos cincuenta mil dólares en un trabajo de saneamiento, y usted podrá utilizar el tema para la publicidad. Deje al mundo para los políticos y para los cabezas a pájaros.
Después de colgar, Randolph se quedó en pie junto al teléfono, mordiéndose el labio inferior. ¿Podría sanearse algo así como un barrio pobre por unos cincuenta mil dólares? Oswald doblaría la cifra en su propio cerebro, desde luego. Siempre lo hacía. Pero procuraría que revirtieran en las ventas. Su contrato estaba ligado a las ventas.
Sí, pensó, era mejor apartarle del camino que estaba siguiendo. Con abogados o sin ellos, aquella clase de publicidad era peligrosa.

El asunto costó una semana de trabajo y la colaboración de todos los miembros de la plantilla que pudieron ser sustraídos de los otros programas, así como los que estaban asignados al programa Witch.
El barrio pobre había sido localizado: tres edificios en una pequeña manzana junto a Battery, rodeada de edificios nuevos. Los inmuebles eran de los que tienen un retrete para cada planta, instalación de agua fría únicamente, y una familia en cada habitación. Seguían existiendo en aquella zona residencial porque estaban ligados a una herencia y no podían ser vendidos. Pero podían ser remozados, y a tal fin se firmaron contratos y se solicitaron permisos hasta que los documentos llenaron todo un fichero. Costaría unos cien mil dólares, desde luego... o quizá más. Pero Randolph lo había autorizado. Siempre citaba la mitad de la cifra —o menos— que había que emplear. De todos modos, las ventas compensarían aquel desembolso, ya que la cosa produciría un fuerte impacto. La preocupación por el dinero era lo último que podía esperarse de Oswald. Tenía a un toro agarrado por los cuernos, y sus ingresos dependían de las ventas...
Durante aquella semana, mientras el trabajo avanzaba, se emitió el nuevo programa publicitario.
Limpio, limpio, limpio con Witch. ¿Qué es lo que las brujas limpiarán a continuación? ¡Brujas del mundo, uníos! Uníos para sanear este viejo mundo y hacerlo habitable...
La noche en que iba a ser exhibido el nuevo trabajo de limpieza, Randolph sintonizó su receptor de TV tan ignorante de los detalles como el último de los televidentes. Le preocupaba un poco el hecho de que Oswald hubiera insistido en mantenerle a oscuras acerca de todo, pero Randolph tenía los mejores publicitarios, y los mejores abogados del país trabajaban en el asunto; y, evidentemente, la subida de la curva de ventas en las dos últimas semanas había sido muy espectacular.
—Esta noche tendremos el mayor auditorio del año en la televisión —le había dicho aquel mediodía Oswald, jubilosamente—. Hemos estado preparando a la gente, y los sketchs "Salen con un nuevo "twist" y una canción publicitaria" han continuado en esta red —su coste era relativamente pequeño—, e incluso pienso incluir algunos de ellos en los programas realmente importantes que estamos preparando.

Bill Howard apareció en la pantalla, con su ancho rostro de facciones vulgares inclinado hacia los telespectadores a través de la mesa.
—La noticia más importante del país en estos momentos —dijo Bill en tono solemne—, es el mayor trabajo de saneamiento efectuado por particulares en esta nación. Hay un barrio pobre aquí, en Nueva York —continuó—, y las Brujas del mundo se unirán para sanearlo... esta noche.
Luego desplegó aquella poderosa personalidad que le había convertido en el locutor más conocido de la TV y de la radio. Tenía un modo de decir las cosas que les infundía humanidad, era como si, descorriendo una cortina, introdujera a sus oyentes en las vidas reales de personas auténticas. Desplegó su poderosa personalidad, y empezó su tarea.
En primer lugar mostró un gran mapa de Nueva York, y habló de que la gente consideraba a la ciudad como un lugar enorme, impersonal, pero que no lo era. Bill hizo ver que la ciudad era el hogar de todo el mundo.
Luego señaló en el mapa el punto exacto donde estaban situados los edificios. A continuación, pasó una película y mostró la parte trasera de los edificios, que era un vertedero de basuras, y una habitación en la cual dormía una familia de siete miembros y el retrete que compartían con otras cinco familias.
Después, Bill apagó el proyector, y llevó a aquella familia junto al micrófono, todos ellos sucios y con ropas que tenían muchos años de existencia... incluso las del bebé. Los zapatos de un chiquillo carecían de suelas, y a los de otro muchacho les habían abierto un boquete en la parte delantera, a fin de que pudieran contener los pies a medida que iban creciendo.
—No hemos añadido nada a lo que hemos encontrado —dijo Bill—. Voy a presentarles a esta familia con el nombre de Jones. Esta es una parte muy real de América —añadió, y su voz temblaba un poco.
Si estaba fingiendo, pensó Randolph, era el mejor actor que había visto en su vida.
Randolph se alegró de estar solo y de no tener que hablar con nadie. También él estaba impresionado.
—Y, ahora —dijo Bill a su auditorio—, ha llegado el momento de las brujas...
La cámara se desvió, y apareció un modelo de cartón piedra de los edificios, construido de modo que pudieran verse las ventanas sin visillos y la suciedad iluminada por una sola bombilla colgada de un cordón. Todo aparecía cubierto con un sudario gris. Randolph recordó el sudario que había aparecido en la pantalla dos semanas antes y se dio cuenta de que era un efecto de luces sobre una cortina de malla, pero el resultado obtenido era realmente bueno.
Las trece brujas, de piernas largas y delgadas bailaban blandiendo sus productos y entonando su canción. Sus negras capas orladas de rojo se entreabrían de cuando en cuando de modo que el auditorio pudiera verles las largas y delgadas piernas.
¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!
Y cada una de ellas lanzaba una rociada de su producto hacia el edificio.

Witch jabón o detergente,
Witch limpia rápidamente...
¿Qué producto Witch necesita usted?
Debería tenerlos todos...

En aquel momento se oyó la voz en off del locutor, que decía:
Esta noche, las Brujas del mundo sanearán un barrio pobre del mundo... un barrio pobre determinado, este barrio pobre. ¡Brujas, uníos! ¡A limpiar, a limpiar, a limpiar! ¡Witch limpia!
Las brujas danzantes lanzaron ahora sus productos contra el propio edificio, y el sudario gris empezó a iluminarse, a brillar intensamente. En el interior del edificio, las solitarias bombillas se apagaron unos segundos, pasados los cuales una luz suave permitió ver las ventanas cubiertas con resplandecientes visillos.
—Esto no es una ilusión —siguió diciendo la voz profunda del locutor—. Esto está sucediendo realmente en la ciudad de Nueva York, muy cerca de Battery. Les está sucediendo a los Jones y a los Smith que viven allí...
El coro subió de tono hasta cubrir la voz del locutor.
¡Limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia!
Se produjo un fundido llevándose al decorado y a las brujas, y en la pantalla volvió a aparecer el rostro de facciones vulgares de Bill Howard.
—Dejen que les presente de nuevo a la familia Jones —dijo Bill—. Les presentaré a ustedes a los Jones, que son una de las familias que a partir de ahora tendrán un lugar decente donde vivir... y el mismo milagro les ha sucedido a cada una de aquellas familias.
Los Jones aparecieron de nuevo ante la cámara: limpios, con vestidos nuevos, peinados, un milagro en el campo del transformismo. Randolph supuso que varios equipos de miembros de BDD&O habían estado trabajando durante la emisión publicitaria, creando el milagro. Desde el mayor al más chico, los miembros de la familia relucían literalmente, y sus rostros brillaban con una luz interior...
Aquella noche, cuando Randolph apagó la TV, se mordía el labio inferior violentamente. Tenían que haber gastado más del doble de cincuenta mil dólares, pensó. Se recordó a sí mismo que debía telefonear a BDD&O a primera hora de la mañana del día siguiente.

Sin embargo, eran las once cuando sonó el teléfono de BDD&O.
—Aquí Randolph —dijo, con el formulismo que se había acostumbrado a utilizar y que mantenía cuidadosamente.
—Buenos días —Oswald hablaba en tono muy serio—. Buenos días.
Siguió un silencio, mientras Randolph esperaba que el otro continuara.
Finalmente, Randolph dijo:
—Buen programa, el de anoche. Debe de haber costado mucho m á dinero del que sugerí —añadió—. De todos modos, era bueno —repitió, pensativamente.
—Randolph —la voz de Oswald sonó de un modo raro—, no sé lo que costó el programa. No sé...
º—Un momento. ¿Dice usted que no sabe lo qué costó? Yo le dije que podía gastar unos cincuenta mil dólares, y por lo que vi anoche debe de haber costado cuatro veces más. Estoy dispuesto a llegar hasta los ciento veinticinco mil dólares, pero no daré ni un centavo mas. ¿Entendido?
—Mire, Randolph, el trabajo de saneamiento tenía que haber empezado esta mañana. Los contratos estaban firmados, las brigadas de obreros estaban a punto para efectuar el trabajo rápidamente, de modo que no hubiera entorpecimientos. Habíamos trasladado a todas las familias al campo, para que a su regreso tuvieran un aspecto saludable, y el trabajo tenía que iniciarse hoy, al romper el alba.
—¿Bien?
—Bueno, el trabajo ya está hecho.
—¿Tan de prisa? Acaba de decirme usted que iban a empezarlo esta mañana.
—Sí. Y cuando me telefonearon desde allí diciéndome lo que ocurría, le dije al hombre que me llamaba que se tomara una taza de café bien cargado para despejarse. Pero fui a verlo yo mismo... y el trabajo está hecho. Exactamente el trabajo que yo había planeado, además. De acuerdo con nuestros planes. Muebles, pintura, cortinas, visillos, cuartos de baño, y cocinas, instalaciones eléctricas... Todo, en una palabra. Completamente terminado. Uno de mis hombres de confianza estuvo allí ayer atendiendo al traslado de las familias. Jura y perjura que los edificios no habían sido tocados. El contratista dice que va a demandarnos, porque se presentó allí con las brigadas de obreros para empezar el trabajo, y se encontró con que alguien lo había realizado ya..Venga usted en seguida. Iremos a verlo juntos y ya me dirá lo que le parece. ¿Qué es lo que pone usted en su jabón, amigo?

Por la tarde, todos los periódicos publicaban la noticia en primera página, y las agencias la telegrafiaban a toda la nación y al mundo entero. La mayoría de los artículos hablaban del milagro en un tono humorístico. Se suponía que los Productos Wicht había hecho el trabajo de antemano, limpiando la parte exterior durante la noche.
Los inquilinos fueron entrevistados —Oswald había tenido la precaución de trasladarlos inmediatamente a los nuevos alojamientos—, pero ninguno de ellos pudo ser obligado a mentir ni a admitir que aquellos edificios no eran infectos cuchitriles el día anterior. Bueno, no podía reprochárseles que se mantuvieran fieles a Witch, teniendo en cuenta que la actuación de Witch para con ellos era algo así como la de un genio de las Mil y Una Noches.
Desde luego, el hecho despertó una enorme curiosidad, y al atardecer la policía había mandado allí tantos hombres que el lugar parecía un campo de concentración. Cámaras portátiles de TV y de noticiarios cinematográficos, periodistas, y una multitud que aumentaba sin cesar y que no permitía dar un paso.
Bill Howard estaba allí cuando llegó Randolph, hablando con un grupo de jóvenes en una habitación. Oswald se las había arreglado de modo que el fabricante de los productos Witch dispusiera de una escolta de la policía, y la multitud se aparto abriéndoles paso en cada uno de los pisos.
Los inquilinos contestaron a sus preguntas, pero lo hicieron con una hosquedad que sorprendió a Randolph. Sí, el día anterior aquello era una pocilga. Sí, había sido remozado indudablemente, durante la noche, mientras ellos estaban fuera. Sí, en una sola noche.
—Deberían darme las gracias —le dijo Randolph a Oswald—. Y, en cambio, están actuando como si yo fuera un personaje sospechoso.
—Es a causa de la escolta que llevamos —explicó Oswald amablemente—. Esa gente no simpatiza con la policía. Además, esto es completamente nuevo para ellos.
Randolph se mordió el labio inferior y llegó a la conclusión de que probablemente Oswald estaba en lo cierto. Pero la actitud era general y le molestaba. Se marchó después de examinar lo más brevemente posible el edificio.

Aquella noche, Bill Howard se mostró bastante conservador al contar la historia del saneamiento del barrio pobre. No estaba actuando como el verdadero Howard, según pensó Randolph, sentado enfrente de su aparato de TV. En la historia que contó había una cita del padre de la familia Jones, que la noche anterior había aparecido en el programa.
—Reconozco que es algo maravilloso, mister Howard —le había dicho Jones—. Pero no sería completamente sincero si le dijera que me gusta. Tengo que admitir que estoy un poco asustado por todo este asunto.
Era una nota un poco discordante en el relato, la única, desde luego, pero producía su efecto. El resto fue una simple descripción, sin mencionar para nada la parte milagrosa.
Después del fundido, aparecieron las brujas entonando su cántico tradicional.
¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!, cantaron, y repitieron la escena de la noche anterior, mientras la voz en off del locutor explicaba qué productos Witch habían sido utilizados para hacer al barrio pobre limpio, limpio, limpio, con la ayuda, desde luego, de carpinteros, albañiles, y electricistas.
Randolph pensó que aquello estaba mejor. Ya se había hablado bastante de aquel estúpido milagro.

No eran aún las diez de la mañana del día siguiente cuando sonó el teléfono de Randolph.
—Aquí Randolph —dijo, y oyó la voz de Oswald sin más preámbulo.
—Se han ido.
—¿Quiénes son los que se han ido?
—Los inquilinos del edificio. Han recogido sus cosas y se han marchado. He enviado a algunos hombres a investigar, y una de las familias se ha trasladado a casa de unos parientes que viven en el Bronx. Los otros se han esparcido por diversos lugares, pero los localizaremos. Aquí hay un policía que estaba de servicio cuando se marcharon. El se lo contará a usted.
—¿Mister Randolph? Esto es lo que ha ocurrido, supongo. Anoche, en cuanto oscureció, desalojamos aquella zona. Creímos que debíamos permitirles un poco de descanso a todas aquellas familias, y obligamos a todos los mirones a que se marcharan. Los ocupantes de los pisos debieron reunirse mientras nosotros desalojábamos a la multitud. Todo quedó tranquilo, pero a eso de las dos de la mañana se encendieron las luces. Inmediatamente empezaron a salir los inquilinos, algunos de ellos vistiendo sus ropas de viaje. Llevaban consigo algunos cacharros, pero nada que no hubieran tenido, al parecer, antes del cambio, de modo que nos imaginamos que lo que se llevaban eran sus pertenencias. No les dijimos ni palabra. Les dejamos marchar. Algunos de los chiquillos estaban llorando, pero por lo demás todo estaba tranquilo. Luego, un hombre se me acercó corriendo y me dijo: "Márchese de aquí. Esto ha sido obra del diablo. Si es usted un hombre que tiene temor de Dios, márchese inmediatamente de este lugar". A continuación dio media vuelta y corrió a reunirse con los demás. No teníamos ninguna orden para detenerlos, de modo que les dejamos marchar. Nos limitamos a mirar.
Oswald volvió a ponerse al aparato.
—¿Puede usted evitar que aparezca la noticia en los periódicos? —preguntó Randolph.
—Los boletines de la radio lo han difundido ya, y los periódicos lo publicaron a mediodía. El telégrafo corre demasiado —respondió Oswald.
Randolph carraspeó nerviosamente, pero Oswald no esperó a que hablara.
—Estoy trabajando en algo que contrarrestará esto —dijo—. Tengo a todos mis hombres ocupados en ello. Le llamaré a usted más tarde.

En Washington, entretanto, se estaba celebrando otra conferencia, mucho más seria, mucho más crítica.
—Lo que se estrelló en Formosa era algo más que un avión infectado, señor Presidente —estaba diciendo el jefe del CIA—. Llevaba bombas bacteriológicas, y las bombas estallaron. No se había llevado a cabo el menor intento de ocultar su lugar de procedencia. Desde luego, es de fabricación enemiga. Los cadáveres que se encontraron a bordo no pudieron ser identificados, y, además, iban vestidos de paisano. Pero el avión procedía de Moscú. No creo que pase mucho tiempo sin que sepamos lo peor.
—¿Terminarán con la epidemia como hicieron la última vez, o se decidirán ahora a enviarnos sus condiciones de rendición? —preguntó el Presidente.
El Secretario de Estado y el Secretario de Defensa rompieron a hablar a la vez, pero fue el Secretario de Estado quien se hizo oír primero.
—Opino que terminarán con la epidemia —dijo—. Sería una amenaza demasiado directa. Esto es sólo una suposición, desde luego. Los mejores equipos médicos están siendo organizados y algunos han empezado su labor. Los mejores bacteriólogos de la nación están a su servicio. Todos los antibióticos disponibles son enviados allí.
—¿Ha trascendido algo de esto?
—No.
—¿Cuánto tiempo podemos mantenerlo oculto?
—Una semana. Diez días, quizá, como máximo.
—Tomen todas las medidas necesarios. Pero procuren que la cosa no trascienda. Declaren veinticuatro horas de alerta inmediatamente.
—¿Aunque la alerta despierte recelos y ponga en peligro las medidas que se tomen para mantenerlo oculto?
—Sí. Una semana o diez días de tranquilidad no compensarían lo que podría ocurrir si descuidáramos otras medidas.

A las cuatro de la tarde, Oswald hablaba por teléfono con Randolph.
—Ya tenemos el antídoto —anunció jubilosamente.
La prensa me está acusando de haber creado un engaño que ni siquiera aquéllos a quienes beneficia han querido aceptar. Los pocos que han llegado a la conclusión de que se había producido un verdadero milagro han llegado también a la conclusión de que estoy aliado con el diablo, y que las brujas se deben quemar. Los productos Witch son el tema de todas las bromas de los periodistas, incluso de los más ínfimos, de nuestro país. Saxton ha empezado a insinuar que detrás de todo esto hay una maniobra política. Se habla incluso de una investigación del F.C.C. Confío —dijo seriamente—, que su antídoto ser realmente eficaz.
La voz de Oswald sonó afectada, y casi alegre.
—Hay que enfocar este asunto en sus justos términos —dijo—. En primer lugar, tenemos el hecho de que los productos Witch han obtenido una publicidad tal, que podemos decir que nadie desconoce en estos momentos su existencia...
—Sí, y si las iglesias prohíben el uso de los productos Witch, seremos los primeros en maldecir esa publicidad.
—De acuerdo, de acuerdo. Esta noche explicaremos minuciosamente que el milagro fue un milagro de saneamiento, llevado a cabo por los carpinteros y por los albañiles. Ya sabe, la técnica y la producción en masa norteamericanas en acción, algo de lo cual debemos enorgullecernos. Y en este cuadro, incluiremos a Witch como al líder de la milagrosa técnica de los Estados Unidos. Luego... ¿cuál es la cosa más conmovedora del mundo, la que puede llamar más la atención de la gente? —No esperó la respuesta—. Un chiquillo. Un niño de corta edad, inválido, al cual Witch puede proporcionar los medios para que se convierta en una criatura normal...
Oswald hablaba apresuradamente, sabiendo que Randolph tenía que morderse el labio inferior un buen rato antes de dar expresión a sus ideas. Esto le daba una ventaja que quería aprovechar, sabiendo también que Randolph opondría alguna objeción.
—Disponemos ya de una niña a la cual una costosa operación puede salvar de quedarse inválida para toda la vida. He consultado a dos eminentes cirujanos, y me han dicho que la operación tiene un noventa y nueve por ciento de probabilidades de éxito. No vamos a hacer sensacionalismos. Nos limitaremos a decir que Witch sufraga los gastos de la operación. La niña saldrá de los estudios de la Televisión para ingresar directamente en el hospital. Filmaremos la operación, filmaremos también el proceso de convalecencia, y proyectaremos las películas durante unas semanas, hasta que la niña esté completamente curada y ande por su propio pie... semanas más tarde.
Ahora, Oswald esperó. Fue una larga espera, una espera desacostumbradamente larga, incluso tratándose de Randolph. Finalmente, Randolph dijo:
—De acuerdo. Pero si sucede algo anormal, responderá usted de ello ante los tribunales.
—Nada anormal puede suceder. Admito que ignoro aún lo que ocurrió la última vez, pero terminaremos por descubrirlo. Entretanto, nos tomaremos una semana para preparar esto —continuó Oswald—. Haremos hincapié en que se trata de una curación que puede ser obtenida a base de dinero. Nada de milagros, excepto el milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana. Nada de milagros. Witch se limita a pagar la operación que necesita la niña. Es muy bonita, además —añadió—, tiene diez años.

Aquella noche, cuando Bill Howard se inclinó hacia su auditorio a través de la mesa, unas gotitas de sudor perlaban su frente. Sin embargo, su voz sonó tranquila. En la pared, detrás de él, colgaba un gran mapa de la ciudad de Nueva York.
La gran noticia de aquella noche era una redada en un lugar donde se expendían drogas. Bill describió el tráfico de drogas en la nación, los esfuerzos del FBI y de todos los cuerpos de seguridad del país, la persecución de que eran objeto los traficantes, su eventual localización. Describió el efecto que las drogas producían en la juventud, esclavizándola para toda la vida, a menos que pudieran ser curados... y habló de los pocos casos de curación que eran conocidos.
Luego describió la redada. Tomó un puntero de su mesa y marcó las distintas fases de la redada, señalando el emplazamiento del edificio donde habían sido aprehendidos. Luego recorrió con el puntero el camino que conducía a la cárcel donde habían sido encerrados los detenidos.
—¿No podrían nuestros mejores investigadores encontrar una cura eficaz para los adictos a las drogas? —preguntó a continuación—. ¿No podrían nuestras mejores instituciones policiales descubrir a los verdaderos autores de estos crímenes? Los verdaderos autores son los malvados que importan la droga y crean adictos para lograr consumidores. Los que están encerrados son las víctimas. Si no se encuentra un medio para curarles, tendrán que ser encerrados otra vez, y otra vez, y otra vez, ya que su adición les obligar a hundirse cada día más en la ciénaga del delito para satisfacer su deseo. Si no se encuentra un medio para curarles, serán unos esclavos durante toda su vida...
Después del fundido, la cámara enfocó a las brujas, bailando y entonando su canto:

¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch limpia AHORA!
Witch jabón o detergente,
Witch limpia rápidamente...

La voz en off del locutor explicó de nuevo el milagro del saneamiento del barrio pobre: un milagro de la técnica norteamericana. Luego esbozó el próximo milagro que la Witch Corporation se disponía a patrocinar. Este, dijo, sería un milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana.
Witch pagaría los gastos originados por una costosa operación indispensable para que una niña pudiera volver a andar, después de una enfermedad que padecía desde hacía varios años y que la había dejado tullida. Podían injertársele nuevos huesos, nuevos músculos. La técnica médico-quirúrgica norteamericana, en toda su extensión, sería puesta al servicio de aquella niña.
Conserve su salud manteniéndose limpio con Witch, aconsejó el locutor. Witch sufragaría los gastos de una operación destinada a remediar los efectos de una enfermedad. Entretanto, los clientes de Witch podían utilizar la medicación preventiva de una buena limpieza que les ayudara en su lucha contra las enfermedades, en tanto que los investigadores de la medicina norteamericana se esfuerzan por encontrar su verdadera protección.

Eran las diez y media de la mañana del día siguiente cuando sonó el timbre de la puerta.
Un hombre alto, con abrigo, sombrero en mano, estaba en pie al otro lado de la puerta. Randolph se quedó mirándolo, con expresión interrogadora.
El hombre se llevó una mano a la solapa, para mostrar una chapa prendida en su parte interior, y Randolph se hizo a un lado invitándole a entrar con un gesto.
—No he visto con claridad su chapa —dijo Randolph, cuando hubo cerrado la puerta detrás de su visitante—. ¿Quién es usted?
—Brigada de Narcóticos —dijo el hombre brevemente—. Participé en la redada de anoche.
—¡Oh! ¿La redada que citó Bill Howard en su boletín de noticias?
—Sí. En la misma. No creo que exista ninguna conexión, y mi jefe se echó a reír cuando le sugerí que existía una conexión.
—¿Una conexión?
—Verá, me tomé un descanso mientras interrogaba a los individuos que pillamos. Tratando de llegar a los peldaños más altos de la escalera. Estaban drogados hasta las orejas, y a veces puede obtenerse algún informe valioso si se les interroga adecuadamente. Pero es un trabajo agotador, y decidí tomarme un descanso. De modo que salí a tomar un café al otro lado de la calle, y había un aparato de televisión funcionando, y vi a su Bill Howard. Me marché en el momento en que aparecían sus brujas, gritando aquello de que limpia AHORA. Entré directamente en la Jefatura y empecé de nuevo con el interrogatorio, pero el individuo que me había llevado para que le interrogase no estaba drogado. Estaba... bueno existe una diferencia bastante notable entre los que están drogados y los que no lo están. El tipo no estaba drogado, pero empezó a darme toda clase de detalles acerca de los puntos más altos de la distribución de la droga conocidos por él. Me estaba engañando, desde luego, y le pregunté cuándo había tenido su último pinchazo[2]. Menos de veinte minutos antes de la redada, me dijo, más fresco que unas pascuas. Los individuos con los cuales había hablado antes se habían comportado de un modo... distinto. Todos hacen igual. Cuando están bajo los efectos de la droga. empiezan mostrándose obstinados como una mula... y acaban cantando como canarios. No creí una sola palabra de lo que me decía, desde luego. Pero no podemos descuidar ninguna pista, por descabellada que parezca. Estoy en la Brigada de Narcóticos desde el año de la nana, y tengo una gran experiencia en ese sentido. Claro que no lo creí. Había oído algunas historias acerca de los productos Witch y del milagro de Battery algo así como una broma, y pensé que quizás... en fin, ya sabe... De todos modos, lo consulté con mi jefe, pero, como ya le he dicho, se echó a reír. Tal vez usted se eche también a reír, pero he creído que tenía el deber de investigar...

Al mismo tiempo en Washington, el gabinete estaba reunido en sesión plenaria. Los informes llegados de Formosa eran peores de lo que los más pesimistas habían imaginado. La bacteria atacaba los nervios y el cerebro, y las víctimas padecían unos dolores horrorosos.
—Ha invadido toda la isla. Supongo que su poder de contagio es enorme, cualesquiera que sean los métodos utilizados para extenderla —informó el jefe de la CIA.
—¿Alguna noticia de la embajada?
El Secretario de Estado respondió a la pregunta.
—Ninguna. Las llamadas dirigidas al embajador sólo han recibido la respuesta de que no se encuentra allí. No he podido hablar con nadie cuya categoría supere a la de un cuarto ayudante de subsecretario.
—Al menos, la noticia no ha aparecido en los periódicos ni ha sido radiada.
—No sé cuanto tiempo podremos mantenerlo en secreto. La mayoría de nuestros periódicos saben que existe una alerta de veinticuatro horas —esto no ha podido ocultarse—, pero hasta ahora he conseguido que no lo publiquen. Sin embargo, tendremos que ofrecerles alguna explicación, y pronto. No se resignarán a mantener una actitud pasiva durante mucho tiempo, al menos sin saber los motivos.
—¿No podría usted decirles la verdad, haciéndoles comprender la importancia de que el asunto no sea difundido, por las consecuencias que podría acarrear?
—Ya había pensado en ello. Pero, aun admitiendo que llegara a convencer a la mayoría de periodistas, siempre hay algún Joe en alguna parte que cree que el pueblo norteamericano tiene derecho a conocer su destino antes de que sea decidido, sin preocuparse de los efectos de su revelación... y sin importarle el hecho de que los representantes elegidos por ese mismo pueblo consideren que la noticia puede ser improcedente.
—Bien, mantenga las medidas adoptadas todo el tiempo que le sea posible. Y avíseme antes de que la cosa estalle.
—Si puedo. No soy un mago. Quizá no logre enterarme de cuándo va a estallar —replicó sarcásticamente el jefe del CIA.

A la noche siguiente, la gran noticia fue el lanzamiento, desde Cabo Cañaveral, de una nave espacial cuyo objetivo era la luna. Si la nave, llena de animales vivos, conseguía aterrizar con éxito, no tardaría en enviarse a un hombre a aquel planeta. Estaba ya previsto. El problema consistía en el aterrizaje de la nave, un pequeño vehículo espacial, completamente equipado para mantener vivo a un hombre durante dos años, en el caso de que fallaran los planes trazados para su regreso a la tierra.
La voz de Bill Howard sonaba excitada, mientras se pasaba los dedos por los cabellos, inclinándose hacia su auditorio a través de la mesa, con el mapa de Florida detrás de él.
—Para los estadistas, el problema consiste en saber quién llegará antes, y quizá en saber quién controlará las rutas del espacio —dijo después, describiendo el lanzamiento en marcha. Pero para los pueblos del mundo, esto representa al género humano alcanzando las estrellas. Se ignora —dijo solemnemente— si el fracaso de muchos de nuestros lanzamientos se ha debido a error humano o a sabotaje. El error humano es una debilidad de los hombres. El sabotaje se debe a una imperfección del mundo, que sigue dividido cuando se dispone a alcanzar las estrellas. ¿Existe algún error mecánico en el lanzamiento de esta noche? ¿Hay algún saboteador en acción? O, cuando el lanzamiento sea una realidad, dentro de una hora, ¿cruzará la nave la atmósfera terrestre en la primera etapa de la conquista de las estrellas por el hombre? ¿Es perfecto nuestro pájaro esta vez? —preguntó, mientras se producía el fundido.
Las brujas bailaron y entonaron su canto:

¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio limpio, limpio!
¡Witch limpia, AHORA!

Randolph se mordía aún el labio inferior cuando se acostó aquella noche. El agente de la Brigada de Narcóticos se había marchado tranquilamente. Existían respuestas a todas las preguntas, y esto no le preocupaba en absoluto.
Por otra parte, se alegraba de que la niña tuviera su operación. Injertar huesos y músculos podía ser milagroso, pero se trataba de un milagro explicable, que todo el mundo comprendía.
No se hablaba ya de una investigación del FCC, pero aquellos rumores habían sido como para excitar a cualquiera. Últimamente, todas las cosas habían resultado excitantes. Pero, a pesar de ello, la curva de ventas de los productos Witch mantenía con firmeza su tónica ascendente.

La nave espacial norteamericana aterrizó en la luna la mañana del día en que la niña inválida debía aparecer en el programa Witch.
Para el pueblo norteamericano. fue un día de fiesta comparable al Cuatro de Julio. En la Casa Blanca, la tristeza colgaba como un sudario.
—Ahora tendrán que moverse rápidamente —le estaba informando el Secretario de Defensa a su jefe—. No pueden permitirse el lujo de dejar que pongamos a nuestro hombre en la luna.
—No podemos lanzar a un hombre a la luna hasta que hayamos demostrado con otro par de lanzamientos, por lo menos, que podemos situarle con éxito —declaró el jefe de los servicios de seguridad—. La amenaza de nuestros enemigos no es nada comparada con la de la opinión pública si fracasáramos en un intento estando una vida humana en juego.
—Formosa está dejando filtrar información —admitió el jefe de la CIA—. No podremos mantenerlo oculto más de tres días.
El Presidente apoyó una mano en su escritorio.
—Otros dos lanzamientos significan al menos seis meses antes de que un hombre llegue a la luna armado. Tres días significan que Formosa estará en los periódicos de esta semana. Cuando se difunda la noticia, hay que agregar que nuestros médicos y bacteriólogos están en camino de encontrar un antídoto. Hay que decirlo de modo que, si ellos se deciden a cortar su epidemia, como hicieron en Suez, el triunfo sea nuestro. Esto es lo mejor que podemos hacer ahora. Además de esperar un milagro. Y los milagros son populares en estos días —añadió amargamente.

A la mañana siguiente, cuando Randolph fue a abrir su puerta respondiendo a una llamada, se encontró frente al rostro ancho y feo de Bill Howard.
—He venido a hacerle una pregunta a la que creo no podrá usted contestar —dijo Howard premiosamente, desde el umbral de la puerta—. He venido a preguntarle a usted qué hay acerca de las brujas.
Randolph se mordió el labio inferior, de pie junto a su visitante, mucho más alto que él, consciente de lo refinado de su propio aspecto en comparación con el aspecto descuidado del otro. Como un lanudo perro, pensó Randolph. Un enorme, desgreñado y lanudo perro de San Bernardo.
—¿Qué es lo que pasa con las brujas? —preguntó finalmente.
—Verá... han ocurrido algunas cosas muy raras. Aquel barrio pobre, desde luego. Yo estuve allí, desde luego. Lo vi. Y hablé con la gente.
Se produjo un breve silencio antes de que Randolph contestara.
—¿Y bien?
—Bueno, sucedieron unas cuantas cosas más. Un agente de la Brigada de Narcóticos vino a verme. Sólo a título personal. Sólo por curiosidad. Estaban tratando de localizar a los que dirigen el tráfico de drogas, por medio... a base de los informes obtenidos de los individuos capturados en la redada. ¿Y el asunto de Cabo Cañaveral? ¿Estaba usted escuchando aquella noche?
—Siempre sintonizo su programa. Me ha parecido que hoy era un día de fiesta. La nave espacial aterrizó.
—Sí, sí, un día de fiesta. Soy periodista, y estoy enterado de muchas historias que no trascienden al público. Estoy enterado, por ejemplo, de que una hora antes del lanzamiento, un hombre murió repentinamente de un ataque al corazón. El técnico que ocupó su lugar —no va a interrumpirse un lanzamiento como éste por un ataque al corazón— comprobó los mecanismos de la nave y descubrió un fallo que podía haber dado al traste con todo. También había un circuito que había sido cambiado, pero lo atribuyeron a causas obligadas, ya que el nuevo circuito era más exacto. Y creyeron que era obra del individuo que había muerto.
—¿Y qué?
—Pues... bueno, nada. Sólo quería hacerle una pregunta. Las brujas no tocan nada real en nuestros días, desde luego, de modo que incluso en el caso de que... de que fueran... bueno, algo mágico, no podrían haber estado mezcladas en todo esto.
Esta vez no existió ni siquiera una pausa para morderse el labio.
—¿Está usted tratando de insinuar que los productos Witch...?
La pregunta quedó colgada en el aire, pero Bill Howard no apartó la mirada de los ojos de su interlocutor.
—Mister Randolph, no trato de insinuar absolutamente nada. Ni siquiera he hablado de esto con nadie, ya que si lo hiciera se reirían de mí, usted el primero. Lo único que le digo es que llevo unos días tratando de sumar dos y dos, para que me dé cuatro. ¿Puedo preguntarle si sabe algo que pueda ayudarme en la operación?
Randolph volvió a morderse el labio inferior y los dos hombres se miraron fijamente unos instantes. Luego, Randolph dijo en tono grave:
—Mister Howard, hace veinticinco años que fabrico los productos Witch. Desde que empecé a fabricarlos, con una fórmula muy buena, han sido ampliamente mejorados. Creo sinceramente que son los mejores productos de limpieza que actualmente pueden obtenerse en el mundo. Son eso, exactamente, y nada más que eso. De modo que tendrá usted que buscarle otra solución a sus dos y dos, los cuales tengo que admitir que constituyen una espectacular acumulación de coincidencias, aunque no por encima de los límites de lo creíble. Yo mismo sospeché que BDD&O estaba llevando a cabo una especie de fraude en el primer caso. Si se producen otros casos semejantes, suspenderé los programas, prescindiré de los servicios de la agencia, y pediré que el FCC efectúe una investigación a fin de que quede limpio el nombre de Witch, que no ha sido ni será nunca cómplice de ninguna clase de fraude, y mucho menos de un fraude de la importancia del que ha tenido lugar, el cual confieso que no entiendo, aunque espero que el FCC conseguir aclarar por completo. Buenos días, mister Howard.
Con estas últimas palabras, Randolph dio por terminado su desacostumbradamente largo discurso. A continuación giró sobre sus talones y dejó que Bill Howard encontrara por sí mismo el camino de la puerta.

Aquella noche, cuando Bill Howard terminó con su boletín de noticias, la cámara no recogió a las brujas. En su lugar apareció un locutor.
—Esta noche, los productos Witch se complacen en presentarles a una simpática niña —dijo el locutor, en un tono suave que contrastaba con el agresivo utilizado por Bill Howard.
Mientras hablaba, la cámara retrocedió para ampliar su ángulo de visión e incluir en la pantalla, detrás del locutor, a una niña rubia sentada en una silla de ruedas. El pelo le caía en cascada sobre los hombros y estaba cuidadosamente peinado. Sus ojos tenían una expresión entre tímida y asustada. Sus manos se aferraban a los brazos de la silla de ruedas, como buscando un punto de apoyo. Sus piernas estaban cubiertas con un chal.
—Esta es Mary —dijo el locutor, inclinándose hacia la niña—. ¿Quieres saludar al auditorio, Mary?
La niña fijó unos segundos en la cámara sus profundos ojos azules, para volver a apartarlos rápidamente.
—Hola —dijo, con voz apenas audible.
—Mary no está acostumbrada a encontrarse delante de tanta gente —explicó el locutor—. Mary ha estado sentada en esa silla de ruedas durante tres años, desde que una terrible enfermedad le dejó paralizadas las piernas. Confiamos en que Mary podrá volver a andar. Los mejores cirujanos del país han sido consultados, y creen que una operación podrá devolverle el uso de sus piernas. La International Witch Corporation lo ha arreglado todo para que la operación se lleve a efecto. Mañana, Mary ingresará en el hospital. Será intervenida muy pronto. Y, dentro de unas semanas, es probable que vuelva a andar. ¿Te gustaría, Mary? ¿Te gustaría volver a andar? —preguntó, inclinándose hacia la niña.
De nuevo, los ojos se alzaron un breve instante. De nuevo, se apartaron tímidamente.
—Sí —dijo Mary, con su voz apenas audible.
—Entonces, volverás a andar, si es que la cosa es factible —dijo el locutor, mientras la cámara retrocedía todavía más, para incluir un escenario en el cual bailaban las brujas.
Las brujas se movían en el escenario, no en dirección a Mary sino hacia el centro, bailando y entonando su canto.

¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch limpia AHORA!

En un ángulo de la pantalla, el cuerpo infantil se estremeció repentinamente en su silla de ruedas. Mary respiró profundamente, se puso pálida, y luego roja. Con un gesto violento apartó el chal y se quedó mirando sus piernas. Su mano se inclinó hasta tocarlas.
En el escenario, una de las brujas dejó de bailar para mirar lo que estaba sucediendo. Las otras se dieron cuenta e interrumpieron también su baile. El canto cesó...
Y Mary se puso en pie, mirándose las piernas. Dio un paso hacia la cámara, y otro. Sus ojos azules se alzaron, maravillados.
En medio de un silencio absoluto, Mary anduvo hacia la cámara, con los ojos abiertos como platos. Con voz apenas audible, habló.
—Estoy... estoy andando —dijo Mary.

Los periódicos lo calificaron del fraude más cruel de todos. Publicaron la noticia de la suspensión del programa Witch, por orden de la emisora y por orden de la International Witch Corporation.
Publicaron las declaraciones de oficiales del FCC anunciando que iba a abrirse una investigación.
Publicaron las declaraciones de Randolph anunciando que iba a demandar a la BBD&O.
Publicaron las declaraciones de Oswald anunciando que iba a demandar a los productos Witch.
Pero en lo que más insistieron fue en la historia de una niña, que había desaparecido y no podía ser localizada. Que probablemente había recibido el beneficio de una operación que le había permitido recobrar el uso de sus piernas, pero que se había visto obligada a pagar la operación tomando parte en un cruel fraude de una increíble magnitud.

Bill Howard continuó en la emisora, aunque, de momento, sin patrocinador. Había sido descartado, por todas las partes interesadas, la posibilidad de que Bill hubiera sido cómplice del fraude, y su reputación era inmejorable. Le pidieron que permaneciera en la ciudad para comparecer como testigo en caso necesario, pero la emisora siguió otorgándole su confianza y le mantuvo en su puesto. Era uno de los mejores informadores de la TV, y su modo de hacer que las noticias calasen en el ánimo de la gente hasta conseguir que las aceptasen como parte de sus propias vidas, era único. La emisora decidió, pues, mantenerle en su puesto.

A la noche siguiente la crisis de Formosa había trascendido y era la noticia del día.
Los detalles eran horribles, y fueron explicados minuciosamente. Los que se habían comprometido a guardar el secreto, al ser desligados de su compromiso, contaron todo lo que sabían.
Los efectos del avión infectado, de las bombas portadoras de bacterias, eran los más terribles que podían ser desarrollados en los laboratorios bacteriológicos... y superaban a las epidemias naturales que habían azotado al género humano a través de su historia.
Estos efectos estaban extendiéndose con la rapidez de un fuego en la pradera en un día de viento fuerte.
Toda la zona estaba sometida a una rigurosa cuarentena, y diariamente había que ampliar su extensión. Ningún avión podía aterrizar y volver a despegar. Ningún barco podía entrar y volver a salir. Se estaba organizando un servicio de suministros aéreos lanzados con paracaídas.
La propaganda que intentaba hacer creer que la duración de la epidemia era cuestión de horas, o de días, no era creída por nadie. Se recordó Suez, pero fue recordado como un fraude... y el país estaba más que harto de fraudes.

Randolph recibía una interminable serie de lo que él denominaba llamadas de chiflados, preguntándole por qué no entraban en acción los maravillosos productos Witch.
Oswald recibía también llamadas de chiflados, y también Bill Howard.
Bill Howard estaba preocupado, y seguía tratando de sumar dos y dos, y cada noche informaba de los detalles de la situación de Formosa. Los detalles llegaban por telégrafo con toda su crudeza, y Bill tenía que ir suavizándolos a medida que los transmitía.
Bill Howard sudaba en el mes de enero, y cada día hurgaba un poco más, tratando de penetrar en la realidad que se escondía detrás de las noticias mutiladas por la censura, que ahora se ejercía de un modo riguroso, incluso sobre los telegramas. Por teléfono, a través de comentarios y de habladurías, iba reconstruyendo la verdadera historia... los verdaderos horrores que no podía transmitir en su boletín.
A veces se rebelaba contra los censores y contra sí mismo, diciéndose que todo el mundo tenía derecho a saber lo que pasaba en realidad.
Así es como termina el mundo, pensaba. Con un sollozo que llega después de la agonía, cuando la agonía es demasiado intensa.
Y seguía recordando a una niña que andaba hacia la cámara con los ojos muy abiertos.
Si yo fuese un científico —se decía a sí mismo—, si fuera un científico en lugar de un periodista, podría fabricar un cerebro electrónico que me aclarase las probabilidades que tengo de obtener una respuesta a mis preguntas. Las probabilidades, indudablemente, no serían superiores a una entre un billón. Las probabilidades serían nulas. Las brujas son para quemarlas, se dijo a sí mismo.
Se dijo a sí mismo un montón de cosas, y siguió sudando sumergido en el frío de enero.

Habían transcurrido dos semanas desde que el mundo oyó los primeros detalles acerca de Formosa, y los detalles eran ahora tan macabros, que no podían ser transmitidos.
Aquella noche, con el mapa del mundo detrás de su mesa, Bill Howard se inclinó hacia su auditorio.
Les habló del aspecto humano de la historia de Formosa.
Habló de la gente que estaba allí, sometido a mil torturas, personas de carne y hueso y no simple material de estadística.
Describió a una familia, y la convirtió en una familia que vivía en la puerta de al lado. Madre, padre, hijos, esperando la llegada de la muerte, entre los peores tormentos que todos los laboratorios del mundo juntos pudieran crear. Una familia que esperaba de un momento a otro que uno de sus miembros fuera atacado por la locura. Una familia que esperaba de un momento a otro la más horrible de las muertes.
Tomó su puntero y mostró el creciente perímetro de la zona de cuarentena. Señaló la situación del centro del desastre.
Luego se inclinó de nuevo hacia su auditorio.
—Escuchen ahora —dijo—, ya que el mundo no puede seguir soportando esta tortura.
Respiró profundamente y puso toda la fuerza de su ser en sus palabras.
—¡Brujas del mundo, uníos! —dijo—. ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!
La palabra final estaba ya en el aire cuando el censor de la emisora consiguió cortar el contacto.

El Presidente y su gabinete pusieron al país en una doble alerta. Rusia había terminado con la epidemia de Formosa, según las últimas noticias, y ahora iban a atacar directamente a los Estados Unidos antes de enviar su ultimátum.
La gente de todo el mundo aceptó la historia con una inesperada calma. Al igual que lo de Hiroshima, era algo demasiado inesperado, demasiado grande, totalmente inimaginable. Lo que estaba sucediendo era muy raro, desde luego, y la gente iba a su trabajo con aspecto preocupado, o furioso, o enojado, pero con una inesperada calma.
Los periódicos publicaron amplios editoriales acerca del problema, preguntándose quién había terminado con la epidemia de Formosa —¿tenía alguien la respuesta?— y dejando para los estadistas el problema de lo que la posesión de una fuerza tal de saneamiento podía significar. Luego cambiaron radicalmente de tema, ya que nadie estaba seguro de lo que tenía que creer.

Bill Howard ya no estaba en la emisora, desde luego. No le importaba. Ahora tenía un verdadero problema.
Hemos comprado un poco de tiempo —pensaba—. Un poco de tiempo para desarrollarnos.
Hemos comprado un poco de tiempo a los fanáticos y a sus estadistas, a los cabezas de chorlito y a sus políticos, a los militares y a los industriales...
Nosotros, la gente de la calle, tenemos hoy un poco más de tiempo del que disponíamos ayer.
¿Cuánto tiempo?
Bill Howard lo ignoraba.
En aquella ocasión, hubo tiempo para actuar. En aquella ocasión, habían transcurrido unas semanas, mientras la crisis iba en aumento y el mundo se enfrentaba a una muerte horrible. La crisis había sido larga. Dio tiempo para que un hombre utilizara su cerebro y encontrara una solución.
La próxima vez podría ser distinto. Podía haber un satélite esperando, con un botón dispuesto para ser pulsado. Había una terrible cantidad de botones que esperaban ser pulsados, se dijo Bill a sí mismo, botones por todo el mundo, proyectiles teledirigidos apuntando a... sí, a todos los pueblos del mundo.
La próxima vez podía suceder todo en el espacio de unas horas, incluso de unos minutos. La próxima vez, las bombas podían estar en el aire antes incluso de que la gente supiera que los botones iban a ser pulsados.
Bill Howard sacó su máquina de escribir.
Cuando uno tiene un problema lo mejor que puede hacer es hablarle a la máquina de escribir, si es la única cosa que puede escucharle.
¿Cuál es el problema?, se preguntó a sí mismo. E inmediatamente lo escribió. Empezó por el principio y le contó toda la historia a su máquina de escribir. Le contó cómo había sucedido todo.
Ahora, pensó, hay que encontrarle un final a la historia.
Si se deja con la indicación Continuar, continuar, desde luego. Alguien pulsará un día un botón, y, con ello, escribirá la última palabra de la historia: FIN.
El problema era, en esencia, bastante sencillo explicado en términos de milagro.
Del modo que iban las cosas, se necesitaba un milagro para que el mundo se mantuviera unido el tiempo suficiente para disipar todos los malentendidos. Se necesitaba un milagro para que se impusiera el sentido común, que era el único sustituto posible contra las impuestas apetencias de guerra.
El poder de las brujas era, evidentemente, un poder para el pueblo: para el pueblo que necesitaba aquella protección, que necesitaba aquellos milagros.
Nunca sabremos quién hizo el trabajo —se dijo a sí mismo Bill Howard—. Es mejor así. Es como cambiar de sitio un mueble muy pesado. Uno puede decir "Yo no lo he hecho" pues a pesar de haberlo empujado, no ha conseguido que se mueva. Uno puede incluso estar seguro de no haberlo hecho. Pero el mueble se mueve si se coloca a su alrededor a la gente necesaria.
¿Quiénes son las brujas? Son el pueblo, y el pueblo no es para quemarlo. Para quemarlos son los fanáticos y sus estadistas, los cabezas de chorlito y sus políticos, los cerebros y los trusts de cerebros... pero las brujas, no.
Una hora más tarde, Bill Howard se sentaba de nuevo ante su máquina de escribir. Había expuesto el problema general... pero ahora tenía un problema específico, y para un hombre de su categoría profesional, era un problema completamente sincero.
Necesitaba otra ocasión para invocar a aquel poder. Sólo una ocasión. Lo suficiente para eliminar aquella violenta arraigada resistencia a la idea de que el pueblo tenía poderes... ¡y podía hacer milagros!





[1] Hay un juego de palabras intraducible. Witch, que es la marca de los productos de limpieza, significa bruja en inglés. (N. del T.)

[2] Inyección de morfina. —(N. del T.)

1 comentario:

  1. Leí este cuento hace más de 35 años. Sería muy bueno que el pueblo (la humanidad) tuviera el poder de solucionar "mágicamente" los problemas del mundo. Comenzando por limpiar los océanos del mundo de la contaminación por plásticos.

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