sábado, 28 de marzo de 2015

361) Zen en el arte de escribir, Ray Bradbury, (Zen in the Art of Writing, 1995)

        







          Once ensayos que enseñan la diversión y alegría que siente él al escribir. A lo largo de estos ensayos Ray Bradbury relata, cuenta como si en verdad estuviera hablando un amigo imaginario, a un escritor abrumado de dudas y miedo que se lance a escribir, si en verdad es lo que quiere, pero que escriba celebrando, con el vino de la vida y el paracaídas dispuesto a saltar al barranco de la creación. Escribir es una dicha. Un combate refrescante. Audaz. Hay que escribir con Garra, Entusiasmo y Amor, sin olvidar el Trabajo, Relajación y No Pensar, sino dejarse llevar por ese misterio de la escritura. Hay que escribir rápido, con Verdad, Fluidez, como si fuera una visión cósmica, sin ambagues, porque en ser dubitativo existe la posibilidad de que entre demasiado intelecto, luego vendrán las correcciones. Adentrarse al torrente magnífico que significa escribir relatos, cuentos, novelas. 
       Ray Brabury también cuenta su experiencia de más de cuarenta años en escribir relatos y novelas. Cómo atrapó su musa, gracias a escribir cientos, quizá miles de relatos, de los cuales pocos llegaron a ser puros, con estilo. Cómo alimentó su musa mediante películas, cómics, libros y cualquier observación directa de la vida, así como José Luis Sampedro dijo que sería el escritor: como una vaca de grandes y brillantes ojos que lo observa todo para luego rumiarlo de a poco. Finaliza con una serie de poemas en prosa, dedicados al gozo y creatividad de escribir y de la esencia del ser lo que eres.
         Libro recomendable cien por ciento, que me devoré sus 146 páginas en un par de días, pero que, se puede fácilmente releerlo durante mucho tiempo, para sostener a la musa contra el pecho.

Aquí una frase sorprendente del libro



AQUÍ EL LIBRO PARA DESCARGAR.


martes, 24 de marzo de 2015

POR AMOR AL ARTE, MARTÍN DIEZ I CONGRESO DE PRÁCTICAS HERMÉTICAS



         Martín Diez responde a la pregunta ¿Qué harías si el dinero no importara en tu vida? Una pregunta fuerte. Pura dinamita. Siempre y cuando se la sepa detonar. Pregunta sobre uno de los factores más importante de nuestra vida que el artista le marcó un antes y después en su vida. El pintor Martin Diez se pregunta ¿Por qué no pensar en generar ese dinero realizando la actividad que realmente deseamos? y cómo llegó a vencer los miedos y barreras, enfrentarse a la sentencia el artista se muere de hambre, o generar otros trabajos distintos a lo que él quería hacer, a los que odiaba. Interesante testimonio.

lunes, 23 de marzo de 2015

362) Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril, Haruki Murakami




         Mi opinión sobre Haruki Murakami :
       Haruki Murakami es una de esas rarezas de la literatura que disfruto. Uno de esos autores que topa temas avezados hasta las narices, mezclando la cultura oriental y occidental en un cocktail sabroso. En sus novelas veremos mundos mágicos donde los gatos hablan, y se entremezcla el sueño y la realidad de una manera coherente desde la perspectiva de la ficción. Un escritor argentino X me lo recomendó hace años en un taller de novela en Quito. Fue una adicción -luego descubrí que no era el único-, de hecho la escritura de Haruki Murakami tiene un punch out especial para mostrarte a personajes comunes y corrientes que se ven mezclados en las aventuras más alucinantes, la mayoría solitarios, con alguna premonición, sutileza de la conciencia al principio, pero conforme vamos asomándonos en la historia, nos sentimos parte de sus personajes y no paramos. Por unos meses estuve enganchado dos de sus novelas largas El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, 1985 y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, 1994Libros que me volaron la cabeza por la sutileza narrativa de Haruki Murakami para deslizar las cosas más inverosímiles desde su cultura japonesa, con mapas, códigos incluidos, pistas. Me sentí como un aventurero en uno de los videojuegos japoneses de rpg. Novelas adictivas.

       Comentario de este cuento

       En este cuento se ve el estilo de Haruki Murakami, mostrando uno de sus temas preferidos: buscar el tiempo perdido. A manera de flashback el personaje cuenta sobre el tema de encontrarse a la chica cien por ciento perfecta, desde su perspectiva. De manera desesperante juega con los tiempos de qué hice, qué hago, qué debería hacer, pero la realidad es otra. El personaje planea todo lo se le conviene y lo que no, pero el momento presente no sabe qué decir, y no vuelve a sentir ese momento fugaz o eterno en el cual pensó que era su chica ideal. El narrador parece un fantasma que cuenta a un desconocido la historia, y desaparece por el tiempo y espacio para jugar con la conciencia de un atormentado personaje narrador atrapado en los tiempos, como si estuviera en una trampa al estilo Indiana Jones, los cuchillos de la izquierda son el pasado y los de la derecha el futuro. En el presente está el miedo, el miedo de enfrentarse a una realidad fuera del tiempo, fuera de esa conciencia, en medio de la nada, sin cálculos, ni planificaciones, más que el miedo de encontrarse o no con la chica cien por ciento perfecta en una bella mañana de abril.

Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril, Haruki Murakami



Una bonita mañana de Abril, en una estrecha calle del barrio chic de Harujuku en Tokio, me crucé andando con la chica 100% perfecta bella. 

Diciendo la verdad, ella no era tan guapa. 

No destaca de una manera concreta. Sus ropas no tienen nada especial. La parte de atrás de su pelo todavía está aplastada por haber dormido. No es joven, tampoco. Debe estar cerca de los treinta, nada cercano a una chica, hablando con propiedad. Pero aún así, lo sé desde 50 metros a la distancia: Ella es la mujer 100% perfecta para mí. 

En el momento en que la veo, siento un retumbar en mi pecho y mi boca está tan seca como un desierto. 

Quizás ustedes tengan su particular tipo favorito de chica – perfecta con tobillos delgados, digamos, o grandes ojos, o dedos graciosos, o se vean atraídos sin una razón, por aquellas que se toman su tiempo con cada comida. 

Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. Algunas veces en un restaurante, cuando me doy cuenta, estoy mirando a una chica de la mesa de al lado a la mía porque me gusta la forma de su nariz. 

Pero nadie puede insistir en que la chica perfecta se corresponde con algún modelo preconcebido. Aunque me gustan mucho las narices, no puedo recordar la forma de la nariz de ella, o incluso si ella tenía una. Todo lo que puedo recordar con certeza es que ella no era una gran belleza. Es extraño. 

“Ayer en la calle me crucé con una chica perfecta”, le digo a alguien. 

“¿Sí?” el dice. “¿Guapa?” 

“No realmente” 

“¿Tu tipo favorito, entonces?” 

“No lo sé. No parece que recuerde algo de ella: la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho” 

“Extraño” 

“Sí. Extraño” 

“De cualquier manera”, él dice ya aburrido, “¿que hiciste, hablaste con ella? ¿La seguiste?” 

“No. Solo me crucé con ella en la calle”. 

Ella iba hacia el Oeste, y yo hacia el Este. Era una bonita mañana de Abril. 

Hubiera deseado hablar con ella. Media hora hubiera sido todo: sólo preguntarle por ella, hablarle de mí, y – lo que más me habría gustado hacer -, explicarle las complejidades del destino que condujo a nuestro encuentro en una estrecha calle en Harajuku una bonita mañana de Abril de 1981. 

Después de hablar, habríamos comido en cualquier sitio, quizás visto una película de Woody Allen, o parado en un bar de hotel para tomar unos cocktails. Con algo de suerte, podríamos haber acabado en la cama. 

La potencialidad llama a la puerta de mi corazón. 

¿Cómo me puedo aproximar a ella? ¿Qué le debería decir? 

“Buenos días, señora. ¿Piensa que podría compartir media hora de conversación conmigo?”. Ridículo. Hubiera sonado como un vendedor de seguros. 

“Perdóneme, ¿sabría por casualidad si hay una tintorería abierta las 24 horas en el barrio?”. No, igual de ridículo. No llevo ni ropa sucia, en primer lugar. ¿Quién va a creerse una cosa así? 

Quizás, la simple verdad lo haría. ”Buenos días. Usted es la chica perfecta para mí.” 

No, ella no lo creería. Incluso si lo creyese, ella no querría hablar conmigo. 

“Perdón”, podría decir, “puede ser que sea la mujer perfecta para ti, pero tu no eres el hombre perfecto para mí.” Podría pasar. Y si me encontrase en esa situación, probablemente me querría morir. Nunca me recuperaría de ese shock. Tengo 32 y esto es lo que significa hacerse mayor. 

Pasamos frente a una floristería. Una cálida, y suave brisa de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y siento el olor de las rosas. No me atrevo a hablarle. Ella viste un jersey blanco, y en su mano derecha sostiene un sobre blanco que carece de sello. Por lo que deduzco que ha escrito a alguien una carta, quizás estuvo toda la noche escribiendo, a juzgar por las ojeras en sus ojos. El sobre podría contener todos los secretos que ella hubiese tenido siempre. 

Avanzo un poco más y me doy la vuelta. Ella se pierde entre la multitud. 

Ahora, por supuesto, sé exactamente que debería haberle dicho. Habría sido un discurso largo, demasiado quizás para haberlo desarrollado adecuadamente. Las ideas que se pasan por la cabeza no son nunca muy prácticas. 

Bien. Hubiera comenzado “Erase una vez” y terminado “Una triste historia, ¿no cree?” 

Erase una vez, un chico y una chica. El chico tenia 18 años y la chica 16. Él no era especialmente guapo, y ella tampoco. Solo eran un hombre y una mujer solitarios como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en alguna parte del mundo había un hombre y una mujer perfectos para ellos. Sí, ellos creían en un milagro. Y ese milagro ocurrió realmente. 

Un día los dos se encontraron en una esquina de una calle. 

“Esto es increíble,” él dijo “Te he estado buscando toda mi vida. No lo creerás, pero tú eres la mujer perfecta para mí.” 

“Y tú”, dijo ella, “eres el hombre perfecto para mí, exactamente como te había soñado en cada detalle. Es como un sueño.” 

Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de las manos, y se contaron sus historias el uno al otro hora tras hora. Ellos ya no estaban más solos. Habían encontrado y sido encontrados por su pareja perfecta. Qué cosa maravillosa es encontrar y ser encontrado por tu pareja perfecta. Es un milagro, Un milagro cósmico. 

Mientras conversaban sentados, sin embargo, una pequeña, pequeña sombra de duda enraizó en sus corazones: ¿Estaba bien que los sueños de alguien se hicieran realidad tan fácilmente? 

Y así, cuando se produjo una pausa momentánea en su conversación, el chico le dijo a la chica: “Vamos a probarlo para nosotros una vez. Si realmente somos el amor perfecto del otro, entonces alguna vez, en algún lugar, nos encontraremos otra vez sin duda. Y cuando pase, sabremos que somos la pareja perfecta, y nos casaremos. ¿Qué piensas?” 

“Sí,” dijo ella, “eso es exactamente lo que deberíamos hacer.” 

Y entonces se separaron, ella fue al Este, y él al Oeste. 

La prueba que habían acordado, sin embargo, era innecesaria. No la deberían haber realizado, porque eran real y verdaderamente la pareja perfecta, y era un milagro que se hubiesen encontrado Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran. 

Las frías, indiferentes olas del destino continuaron sacudiéndolos despiadadamente. 

Un invierno, el chico y la chica cayeron enfermos de una terrible gripe, y después de luchar entre la vida y la muerte, perdieron la memoria de sus años más tempranos. Cuando se dieron cuenta sus cabezas estaban vacías. 

Fueron dos brillantes y decididos jóvenes, sin embargo, y gracias a sus esfuerzos constantes fueron capaces de adquirir otra vez el conocimiento y el sentimiento que les posibilitó volver como miembros hechos y derechos a la sociedad. Gracias a Dios, se convirtieron en ciudadanos que sabían como utilizar el metro, o ser capaces de enviar una carta especial al correo. 

También experimentaron el amor otra vez; algunas veces, como mucho al 75% u 85%. 

El tiempo pasó con una rapidez espantosa, y pronto el muchacho tuvo 32 años, la muchacha 30. 

Una preciosa mañana de Abril, en busca de una taza de café para comenzar el día, el muchacho andaba del Oeste al Este, mientras la muchacha, teniendo la intención de enviar una carta, andaba del Este al Oeste, los dos sobre la misma estrecha calle del barrio de Harajuku en Tokio. 

Se cruzaron en el centro mismo de la calle. 

El destello más débil de sus memorias perdidas brilló tenuemente por un breve momento en sus corazones. Cada uno sintió un retumbar en su pecho. Y ellos supieron: 

Ella es la mujer perfecta para mí 

Él es el hombre perfecto para mí. 

Pero el brillo de sus memorias era demasiado débil, y sus pensamientos ya no tenían la claridad de catorce años antes. 

Sin una palabra, se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre. 

Una triste historia, ¿no cree? 

Si, eso es, eso es lo que debería haberle dicho. 



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viernes, 20 de marzo de 2015

363) La dicha de vivir (Filosofícula, 1924) La devolución de los pecados de Leopoldo Lugones






Comentario:

El libro de Filosofícula (1924) de Leopoldo Lugones destacan varios cuentos cortos de corte filosófico, muchos de los cuales aluden a una figura de Jesús. No histórico. No religioso, sino lúdico. Mediante el gran arte de la ficción, estos cuentos tratan de calar hondo en la crítica e imaginación de un Jesús humano, así como sus escribas, resucitados y apóstoles; en este caso el cuento La dicha es vivir, es una muestra preciosa, en el cual penetra en el asunto de la resurrección. No religiosa, sino juguetona. ¿Qué es la resurrección desde el punto de vista religioso?, dar la vida a un ser humano que está muerto. En cambio en este maravilloso cuento, Naim el resucitado vivía mejor en su anterior vida, con pecados, cuando gozaba de la vida, era feliz tomando vino, disfrutando de las mujeres y amigos, y ahora que ha sido resucitado por el maestro Jesús, está jodido, es como un muerto de vida porque le han quitado los pecados. Este tema de la resurrección se ha topa también en el magnífico libro El Arte de la Resurrección de Hernán Rivera Letelier, mostrando a un Jesús más humano, libre de ataduras religiosas y morales.

RELATO LA DICHA DE VIVIR:

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
-Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol-. Es como si aquel volviera a nacer en la pureza del párvulo...
-Así lo creía y por eso vengo.
-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
FIN


EXTRAÍDO DE CIUDAD SEVA

364) La máquina de follar (Fuck Machine, 1972) Arráncame la verga zorra, de Charles Bukowski


          De su libro Erecciones, Eyaculaciones y Exhibiciones, (Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness, 1972) eyacula este engendro divertido hasta el/la pene, miembro, canelón, poronga, chota, verga, pito, pija, propia, ganso, nutria, pedazo, pistola, banana, garumpeta, dick pink lightsaber, chingo, cañón, totolo, huevo, pirulín, joistick, pendorcho, garcha, socotroco, falo, manija, palanca de cambios, muñeco, chupachup, caño, paquete, motumbo, mástil, palo, warasca, palito de carne, anaconda, chizito,chorizo, guaranga y demás. Charles Bukowski nos deleita con un cuento de ciencia follación  ficción, en el cual se cumple el deseo pervertido de un borracho en el Bar de Tony -lugar común en los cuentos de Bukowski-, porque conoce a un científico loco llamado Von Brashlitz, medio nazi, medio cabrón, quien le cuenta que de su cochambroso cerebro albergó la idea de inventar a una máquina que sirva para follar y la llevó a la práctica. Piel suave. Ricas tetas y culo exorbitante  De lo más morbo que un personaje al estilo Hank pueda esperar. El cuento se pone bueno cuando el científico loco propone llevarlo para que pruebe la máquina de follar.
            De los pocos cuentos de Charles Bukowski que se va al carajo con la realidad y su realismo sucio e inventa una realidad paralela; sin duda de los que más aprecio. Una verdadera joya. Crear el mejor invento del mundo, en el universo de la lujuria. ¿Qué más se puede pedir?      



hacía mucho calor aquella noche en el Bar de Tony. ni siquiera pensaba en follar. sólo en beber cerveza fresca. Tony nos puso un par para mí y para Mike el Indio, y Mike sacó el dinero. le dejé pagar la primera ronda. Tony lo echó en la caja registradora, aburrido, y miró alrededor... había otros cinco o seis mirando sus cervezas. imbéciles. así que Tony se sentó con nosotros.
-¿qué hay de nuevo, Tony? -pregunté.
-es una mierda -dijo Tony.
-no hay nada nuevo.
-mierda -dijo Tony.
-ay, mierda -dijo Mike el Indio.
bebimos las cervezas.
-¿qué piensas tú de la Luna? -pregunté a Tony.
-mierda -dijo Tony.
-sí -dijo Mike el Indio-, el que es un carapijo en la Tierra, es un carapijo en la Luna, qué mas da.
-dicen que probablemente no haya vida en Marte -comenté.
-¿y qué coño importa? -preguntó Tony.
-ay, mierda -dije-. dos cervezas más.
Tony las trajo, luego volvió a la caja con su dinero. lo guardó. volvió.
-mierda, vaya calor. me gustaría estar más muerto que los antiguos.
-¿adónde crees tú que van los hombres cuando mueren, Tony?
-¿y qué coño importa?
-¿tú no crees en el Espíritu Humano?
-¡eso son cuentos!
-¿y qué piensas del Che, de Juana de Arco, de Billy el Niño, y de todos esos?
-cuentos, cuentos.
bebimos las cervezas pensando en esto.
-bueno -dije-, voy a echar una meada.
fui al retrete y allí, como siempre, estaba Petey el Búho.
la saqué y empecé a mear.
-vaya polla más pequeña que tienes -me dijo.
-cuando meo y cuando medito sí. pero soy lo que tú llamas un tipo elástico. cuando llega el momento, cada milímetro de ahora se convierte en seis.
-hombre, eso está muy bien, si es que no me engañas. porque ahí veo por lo menos cinco centímetros.
-es sólo el capullo.
-te doy un dólar si me dejas chupártela.
-no es mucho.
-eso es más que el capullo. seguro que no tienes más que eso.
-vete a la mierda, Petey.
-ya volverás cuando no te quede dinero para cerveza.
volví a mi asiento.
-dos cervezas más -pedí.
Tony hizo la operación habitual. luego volvió.
-vaya calor, voy a volverme loco -dijo.
-el calor te hace comprender precisamente cuál es tu verdadero yo -le expliqué a Tony.
-¡corta ya! ¿me estás llamando loco?
-la mayoría lo estamos. pero permanece en secreto.
-sí, claro, suponiendo que tengas razón en esa chorrada, dime, ¿cuántos hombres cuerdos hay en la tierra? ¿hay alguno?
-unos cuantos.
-¿cuántos?
-¿de todos los millones que existen?
-sí, sí.
-bueno, yo diría que cinco o seis.
-¿cinco o seis? -dijo Mike el Indio-. ¡hombre no jodas!
-¿cómo sabes que estoy loco? di -dijo Tony-. ¿cómo podemos funcionar si estamos locos?
-bueno, dado que estamos todos locos, hay sólo unos cuantos para controlarnos, demasiado pocos, así que nos dejan andar por ahí con nuestras locuras. de momento, es todo lo que pueden hacer. yo en tiempos creía que los cuerdos podrían encontrar algún sitio donde vivir en el espacio exterior mientras nos destruían. pero ahora sé que también los locos controlan el espacio.
-¿cómo lo sabes?
-porque ya plantaron la bandera norteamericana en la luna.
-¿y si los rusos hubieran plantado una bandera rusa en la luna?
-sería lo mismo -dije.
-¿entonces tú eres imparcial? -preguntó Tony.
-soy imparcial con todos los tipos de locura.
silencio. seguimos bebiendo. Tony también; empezó a servirse whisky con agua. podía; era el dueño.
-coño, qué calor hace -dijo Tony.
-mierda, sí -dijo Mike el Indio.
entonces Tony empezó a hablar.
-locura -dijo- ¿y si os dijera que ahora mismo está pasando algo de auténtica locura?
-claro -dije.
-no, no, no... ¡quiero decir AQUI, en mi bar!
-¿sí?
-sí. algo tan loco que a veces me da miedo.
-explícame eso, Tony -dije, siempre dispuesto a escuchar los cuentos de los otros.
Tony se acercó más.
-conozco a un tío que ha hecho una máquina de follar. no esas chorradas de las revistas de tías. esas cosas que se ven en los anuncios.
botellas de agua caliente con coños de carne de buey cambiables, todas esas chorradas. este tipo lo ha conseguido de veras. es un científico alemán, lo cogimos nosotros, quiero decir nuestro gobierno. antes de que pudieran agarrarlo los rusos. no lo contéis por ahí.
-claro hombre, no te preocupes...
-von Brashlitz. el gobierno intentó hacerle trabajar en el ESPACIO. no hubo nada que hacer. es un tipo muy listo, pero no tiene en la cabeza más que esa MAQUINA DE FOLLAR. al mismo tiempo, se considera una especie de artista, a veces dice que es Miguel Angel... le dieron una pensión de quinientos dólares al mes para que pudiera seguir lo bastante vivo para no acabar en un manicomio. anduvieron vigilándole un tiempo, luego se aburrieron o se olvidaron de él, pero seguían mandándole los cheques, y de vez en cuando, una vez al mes o así, iba un agente y hablaba con él diez o veinte minutos, mandaba un informe diciendo que aún seguía loco y listo. así que él andaba por ahí de un sitio a otro, con su gran baúl rojo hasta que, por fin, una noche, llega aquí y empieza a beber. me cuenta que es sólo un viejo cansado, que necesita un lugar realmente tranquilo para hacer sus experimentos. y le escondí aquí. aquí vienen muchos locos, ya sabéis.
-sí -dije yo.
-luego, amigos, empezó a beber cada vez más, y acabó contándomelo.
había hecho una mujer mecánica que podía darle a un hombre más gusto que ninguna mujer real de toda la historia... además sin tampax, ni mierdas, ni discusiones.
-llevo toda la vida buscando una mujer así -dije yo.
Tony se echó a reír.
-y quién no. yo creía que estaba chiflado, claro, hasta que una noche después de cerrar subí con él y sacó la MAQUINA DE FOLLAR del baúl rojo.
-¿y?
-fue como ir al cielo antes de morir.
-déjame que imagine el resto -le pedí.
-imagina.
-von Brashlitz y su MAQUINA DE FOLLAR están en este momento arriba, en esta misma casa.
-eso es -dijo Tony.
-¿cuánto?
-veinte billetes por sesión.
-¿veinte billetes por follarse una máquina?
-ese tipo ha superado a lo que nos creó, fuese lo que fuese. ya lo
verás.
-Petey el Búho me la chupa y me da un dólar.
-Petey el Búho no está mal, pero no es un invento que supere a los dioses.
le di mis veinte.
-te advierto, Tony, que si se trata de una chifladura del calor, perderás a tu mejor cliente.
-como dijiste antes, todos estamos locos de todas formas. Puedes subir.
-de acuerdo -dije.
-vale -dijo Mike el Indio-. aquí están mis veinte.
-os advierto que yo sólo me llevo el cincuenta por ciento. el resto es para von Brashlitz. quinientos de pensión no es mucho con la inflación y los impuestos, y von B. bebe cerveza como un loco.
-de acuerdo -dije-. ya tienes los cuarenta. ¿dónde está esa inmortal MAQUINA DE FOLLAR?
Tony levantó una parte del mostrador y dijo:
-pasad por aquí. tenéis que subir por la escalera del fondo. Cuando lleguéis llamáis y decís «nos manda Tony».
-¿en cualquier puerta?
-la puerta 69.
-vale -dije-, ¿qué más?
-listo -dijo Tony-, preparad las pelotas.
encontramos la escalera. subimos.
-Tony es capaz de todo por gastar una broma -dije.
llegamos. allí estaba: puerta 69.
llamé:
-nos manda Tony.
-¡oh, pasen, pasen, caballeros!
allí estaba aquel viejo chiflado con aire de palurdo, vaso de cerveza en la mano, gafas de cristal doble. como en las viejas películas. tenía visita al parecer, una tía joven, casi demasiado, parecía frágil y fuerte al mismo tiempo.
cruzó las piernas, toda resplandeciente: rodillas de nylon, muslos de nylon, y esa zona pequeña donde terminan las largas medias y empieza justo esa chispa de carne. era todo culo y tetas, piernas de nylon, risueños ojos de límpido azul...
-caballeros... mi hija Tanya...
-¿qué?
-sí, ya lo sé, soy tan... viejo... pero igual que existe el mito del negro que está siempre empalmado, existe el de los sucios viejos alemanes que no paran de follar. pueden creer lo que quieran. de todos modos, ésta es mi hija Tanya...
-hola, muchachos -dijo ella sonriendo.
luego todos miramos hacia la puerta en que había ese letrero: SALA DE ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR.
terminó su cerveza.
-bueno... supongo, muchachos, que venís a por el mejor POLVO de todos los tiempos...
-¡papaíto! -dijo Tanya-. ¿por qué tienes que ser siempre tan grosero?
Tanya recruzó las piernas, más arriba esta vez, y casi me corro.
luego, el profesor terminó otra cerveza, se levantó y se acercó a la puerta del letrero SALA DE ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR. se volvió y nos sonrió. luego, muy despacio, abrió la puerta. entró y salió rodando aquel chisme que parecía una cama de hospital con ruedas.
el chisme estaba DESNUDO, una mesa de metal.
el profesor nos plantó aquel maldito traste delante y empezó a tararear una cancioncilla, probablemente algo alemán.
una masa de metal con aquel agujero en el centro. el profesor tenía una lata de aceite en la mano, la metió en el agujero y empezó a echar sin parar de aquel aceite. sin dejar de tararear aquella insensata canción alemana.
y siguió un rato echando aceite hasta que por fin nos miró por encima del hombro y dijo: «bonita, ¿eh?». luego, volvió a su tarea, a seguir bombeando aceite allí dentro.
Mike el Indio me miró, intentó reírse, dijo:
-maldita sea... ¡han vuelto a tomarnos el pelo!
-si -dije yo-, estoy como si llevara cinco años sin echar un polvo, pero tendría que estar loco para meter el pijo en ese montón de chatarra.
von Brashlitz soltó una carcajada. se acercó al armario de bebidas. sacó otro quinto de cerveza, se sirvió un buen trago y se sentó frente a nosotros.
-cuando empezamos a saber en Alemania que estaba perdida la guerra, y empezó a estrecharse el cerco, hasta la batalla final de Berlín, comprendimos que la guerra había tomado un giro nuevo: la auténtica guerra pasó a ser entonces quién agarraba más científicos alemanes. si Rusia conseguía la mayoría de los científicos o si los conseguía Norteamérica... los que más consiguieran serían los primeros en llegar a la Luna, los primeros en llegar a Marte... los primeros en todo. en fin, el resultado exacto no lo sé... numéricamente o en términos de energía cerebral científica. sólo sé que los norteamericanos me cogieron primero, me agarraron, me metieron en un coche, me dieron un trago, me pusieron una pistola en la sien, hicieron promesas, hablaron y hablaron. yo lo firmé todo...
-todas esas consideraciones históricas me parecen muy bien -dije yo-.
pero no voy a meter la polla, mi pobrecita polla, en ese cacharro de acero o de lo que sea. Hitler debía ser realmente un loco para confiar en usted. ¡ojalá le hubieran echado el guante los rusos! ¡yo lo que quiero es que me devuelvan mis veinte dólares!
von Brashlitz se echó a reír.
-jiii jiii jiii ji... es sólo mi bromita de siempre. jiii jiii jiii ji!
metió otra vez el cacharro en el cuartito. cerró la puerta.
-¡ay, ji jiii ji! -bebió otro trago de schnaps.
luego se sirvió más. lo liquidó.
-caballeros, ¡yo soy un artista y un inventor! mi MAQUINA DE FOLLAR es en realidad mi hija, Tanya...
-¿más chistecitos, von? -pregunté.
-¡no es ningún chiste! ¡Tanya! ¡ponte en el regazo de este caballero!
Tanya soltó una carcajada, se levantó, se acercó, y se sentó en mi regazo.
¿Una MAQUINA DE FOLLAR? ¡no podía serlo! su piel era piel, o lo parecía, y su lengua cuando entró en mi boca al besarnos, no era mecánica... cada movimiento era distinto, y respondía a los míos.
me lancé inmediatamente, le arranqué la blusa, le metí mano en las bragas, hacía años que no estaba tan caliente; luego nos enredamos; de algún modo acabamos de pie... y la entré de pie, tirándole de aquel pelo largo y rubio, echándole la cabeza hacia atrás, luego bajando, separándole las nalgas y acariciándole el ojo del culo mientras le atizaba, y se corrió... la sentí estremecerse, palpitar, y me corrí también.
¡nunca había echado polvo mejor!
Tanya se fue al baño, se limpió y se duchó, y volvió a vestirse para Mike el Indio. supuse.
-el mayor invento de la especie humana -dijo muy serio von Brashlitz.
tenía toda la razón.
por fin Tanya salió y se sentó en mi regazo.
-¡NO! ¡NO! ¡TANYA! ¡AHORA LE TOCA AL OTRO! ¡CON ESE ACABAS DE FOLLAR!
ella parecía no oír, y era extraño, incluso en una MAQUINA DE FOLLAR, porque yo nunca había sido muy buen amante, la verdad.
-¿me amas? -preguntó.
-sí.
-te amo, y soy muy feliz. y... teóricamente no estoy viva. ya lo sabes, ¿verdad?
-te amo, Tanya, eso es lo único que sé.
-¡cago en tal! -chilló el viejo-. ¡esta JODIDA MAQUINA!
se acercó a la caja barnizada en que estaba escrita la palabra TANYA a un lado. salían unos pequeños cables; había marcadores y agujas que temblequeaban, y varios indicadores, luces que se apagaban y se encendían, chismes que tictaqueaban... von B. era el macarra más loco que había visto en mi vida. empezó a hurgar en los marcadores, luego miró a Tanya:
-¡25 AÑOS! ¡toda una vida casi para construirte! ¡tuve que esconderte incluso de HITLER! y ahora... ¡pretendes convertirte en una simple y vulgar puta!
-no tengo veinticinco -dijo Tanya-. tengo veinticuatro.
-¿lo ves? ¿lo ves? ¡como una zorra normal y corriente!
volvió a sus marcadores.
-te has puesto un carmín distinto -dije a Tanya.
-¿te gusta?
-¡oh, sí!
se inclinó y me besó.
von B. seguía con sus marcadores. tenía el presentimiento de que ganaría él.
von Brashlitz se volvió a Mike el Indio:
-no se preocupe, confíe en mí, no es más que una pequeña avería. lo arreglaré en un momento.
-eso espero -dijo Mike el Indio-. se me ha puesto en treinta y cinco centímetros esperando y he pagado veinte dólares.
-te amo -me dijo Tanya-. no volveré a follar con ningún otro hombre.
si puedo tenerte a ti, no quiero a nadie más.
- te perdonaré Tanya, hagas lo que hagas.
el profe estaba corridísimo. seguía con los cables pero nada lograba.
-¡TANYA! ¡AHORA TE TOCA FOLLAR CON EL OTRO! estoy... cansándome ya... tengo que echar otro traguito de aguardiente... dormir un poco... Tanya...
-oh -dijo Tanya- ¡este jodido viejo! ¡tú y tus traguitos, y luego te pasas la noche mordisqueándome las tetas y no puedo dormir! ¡ni siquiera eres capaz de conseguir un empalme decente! ¡eres asqueroso!
-¿COMO?
-¡DIJE «QUE NI SIQUIERA ERES CAPAZ DE CONSEGUIR UN EMPALME DECENTE»!
-¡esto lo pagarás Tanya! ¡eres creación mía, no yo creación tuya!
seguía hurgando en sus mágicos marcadores. quiero decir, en la máquina. estaba fuera de sí, pero se veía claramente que la rabia le daba una clarividencia que le hacía superarse.
-es sólo un momento, caballero -dijo dirigiéndose a Mike-. ¡sólo tengo que ajustar los cuadros electrónicos! ¡un momento! ¡vale! ¡ya está!
entonces se levantó de un salto. aquel tipo al que habían salvado de los rusos.
miró a Mike el Indio.
-¡ya está arreglado! ¡la máquina está en orden! ¡a divertirse caballero!
luego, se acercó a su botella de aguardiente, se sirvió otro pelotazo y se sentó a observar.
Tanya se levantó de mi regazo y se acercó a Mike el Indio. vi que Tanya y Mike el Indio se abrazaban.
Tanya le bajó la cremallera. le sacó la polla, ¡menuda polla tenía el tío! había dicho treinta y cinco centímetros, pero parecían por lo menos cincuenta.
luego Tanya rodeó con las manos la polla de Mike.
él gemía de gozo.
luego la arrancó de cuajo. la tiró a un lado.
vi el chisme rodar por la alfombra como una disparatada salchicha, dejando tristes regueruelos de sangre. fue a dar contra la pared. allí se quedó como algo con cabeza pero sin piernas y sin lugar alguno a donde ir... lo cual era bastante cierto.
luego, allá fueron las BOLAS volando por el aire. una visión saltarina y pesada. simplemente aterrizaron en el centro de la alfombra y no supieron qué hacer más que sangrar.
así que sangraron.
von Brashlitz, el héroe de la invasión rusonorteamericana, miró ásperamente lo que quedaba de Mike el Indio, mi viejo camarada de sople, rojo rojo allá en el suelo, manando por su centro... von B. se dio el piro, escaleras abajo...
la habitación 69 había hecho de todo salvo aquello.
luego le pregunté a ella:
-Tanya, habrá problemas aquí muy pronto. ¿por qué no dedicamos el número de la habitación a nuestro amor?
-¡como quieras, amor mío!
lo hicimos, justo a tiempo; y luego entraron aquellos idiotas.
uno de aquellos enterados declaró entonces muerto a Mike el Indio.
y como von B. era una especie de producto del gobierno norteamericano, en seguida se llenó aquello de gente, varios funcionarios de mierda de diversos tipos, bomberos, periodistas, la pasma, el inventor, la CIA, el FBI y otras diversas formas de basura humana.
Tanya vino y se sentó en mi regazo.
-ahora me matarán. procura no entristecerte, por favor.
no contesté.
luego von Brashlitz se puso a chillar, apuntando a Tanya:
-¡SE LO ASEGURO, CABALLEROS, ELLA NO TIENE NINGUN SENTIMIENTO! ¡CONSEGUI QUE HITLER NO LA AGARRASE! ¡se lo aseguro, no es más que una MAQUINA!
todos se limitaron a quedarse allí mirándole. nadie le creía.
era ni más ni menos la máquina más bella, la mujer por así decirlo, que habían visto en su vida.
-¡maldita sea! ¡majaderos! toda mujer es una máquina de follar, ¿es que no se dan cuenta? ¡apuestan al mejor caballo! ¡EL AMOR NO EXISTE! ¡ES UN ESPEJISMO DE CUENTO DE HADAS COMO LOS REYES MAGOS!
aun así no le creían.
-¡ESTO es sólo una máquina! ¡no tengan ningún MIEDO! ¡MIREN!
von Brashlitz agarró uno de los brazos de Tanya.
lo arrancó de cuajo del cuerpo.
y dentro, dentro del agujero del hombro, se veía claramente, no había más que cables y tubos, cosas enroscadas y entrelazadas, además de cierta sustancia secundaria que recordaba vagamente la sangre.
y yo vi a Tanya allí de pie con aquellos alambres enroscados colgándole del hombro donde antes tenía el brazo. me miró:
-¡por favor, hazlo por mí! recuerda que te pedí que no te pusieras triste.
vi como se echaban sobre ella, como la destrozaban y la violaban y la mutilaban.
no pude evitarlo. apoyé la cabeza en las rodillas y me eché a llorar...
Mike el Indio nunca llegó a cobrarse sus veinte dólares.
pasaron unos meses. no volví al bar. hubo juicio, pero el gobierno eximió de toda culpa a von B. y a su máquina. me trasladé a otra ciudad. lejos. y un día estaba sentado en la peluquería y cogí una revista pornográfica. había un anuncio:
«¡Hinche su propia muñequita! veintinueve dólares noventa y cinco.
goma resistente, muy duradera. cadenas y látigos incluidos en el lote.
un bikini, sostén, bragas, dos pelucas, barra de labios y un tarrito de poción de amor incluidos. von Brashlitz Co.».
envié un pedido. a un apartado de Massachusetts. también él se había trasladado.
el paquete llegó al cabo de unas tres semanas. fue bastante embarazoso porque yo no tenía bomba de bicicleta, y me puse muy caliente cuando saqué todo aquello del paquete. tuve que bajar a la gasolinera de la esquina y utilizar la bomba de aire.
hinchada tenía mejor pinta. grandes tetas, un culo. inmenso.
-¿qué es eso que tiene ahí, amigo? -me preguntó el de la gasolinera.
-oiga, oiga, yo le he pedido prestado un poco de aire. soy un buen cliente, ¿no?
-bueno, bueno, puede coger el aire. pero es que no puedo evitar la curiosidad... ¿qué tiene ahí?
-¡vamos, déjeme en paz! -dije.
-¡DIOS MIO! ¡que TETAS! ¡mire, mire!
-¡ya las veo, imbécil!
le dejé con la lengua fuera, me eché el chisme al hombro y volví a casa. me metí en el dormitorio.
aún estaba por plantearse la gran cuestión...
abrí las piernas buscando algún tipo de abertura.
von B. no lo había hecho mal del todo.
me eché encima y empecé a besar aquella boca de goma. de cuando en cuando echaba mano a una de las gigantescas tetas de goma y la chupaba. le había puesto una peluca amarilla y me había frotado con la poción de amor toda la polla. no hizo falta mucha poción de amor, con la del tarro habría para un año.
la besé apasionadamente detrás de las orejas, le metí el dedo en el culo y le di sin parar. luego la dejé, di un salto, le encadené los brazos a la espalda, con el candadito y la llave, y le azoté el culo de lo lindo con los látigos.
¡dios mío, voy a volverme loco! pensé.
después de azotarla bien, volví a metérsela. follé y follé. era más bien aburrido, la verdad. imaginé perros follando con gatas; imaginé dos personas follando en el aire mientras caían de un rascacielos. imaginé un coño grande como un pulpo, reptando hacia mí, apestoso, anhelante de orgasmo. recordé todas las bragas, rodillas, piernas, tetas y coños que había visto. la goma sudaba; yo sudaba.
-¡te amo, querida! -susurré jadeante en sus oídos de goma.
me fastidia admitirlo, pero me obligué a eyacular en aquella sarnosa masa de goma. no se parecía en nada a Tanya.
cogí una navaja de afeitar y destrocé el artefacto. lo tiré donde las latas vacías de cerveza.
¿cuántos hombres compran esos chismes absurdos en Norteamérica?
¿no pasas ante medio centenar de máquinas de joder si das una vuelta por cualquier calle céntrica de una gran ciudad de Norteamérica? con la única diferencia de que éstas pretenden ser mujeres.
pobre Mike el Indio, con su polla muerta de cincuenta centímetros.
todos los pobres mikes. todos los que escalan el Espacio. todas las putas de Vietnam y Washington.
pobre Tanya, con su vientre que había sido el vientre de un cerdo. sus venas que habían sido las venas de un perro. apenas cagaba o meaba, follar, sólo follaba (corazón, voz y lengua prestados por otros). por entonces, sólo debían haber hecho unos diecisiete transplantes de órganos. von B. iba muy por delante de todos.
pobre Tanya, qué poco había comido la pobre... básicamente queso barato y uvas pasas. nunca había deseado dinero ni propiedades ni grandes coches nuevos, ni casas supercaras. jamás había leído el diario de la tarde. no deseaba en absoluto una televisión en color, ni sombreros nuevos, ni botas de lluvia, ni charlas de patio con mujeres idiotas; jamás había querido un marido médico, o corredor de bolsa, o miembro del Congreso o policía.
y el tipo de la gasolinera sigue preguntándome:
-oiga, ¿qué fue de aquello que trajo a hinchar aquel día?
pero ya no me lo preguntará más. voy a echar gasolina en otro sitio. y no volveré tampoco a la barbería donde vi la revista del anuncio de la muñeca de goma de von B. voy a intentar olvidarlo todo.
¿no harías tu lo mismo?

jueves, 19 de marzo de 2015

365) La expulsión (The Drop, 1953) Un hasta luego Tierra de John Christopher.



  Relato que trata sobre comodidades en otros planetas, con piscinitas y visiones cósmicas que flotan sobre el universo, incluido estaciones de rutas interplanetarias. Una Tierra todavía con humanos, pero es un lugar de rebeldes y desadaptados. A pesar de que la Tierra genera más recursos que otros planetas, el proyecto Sirio, quiere dividir la raza del poder, de la conquista por sobre la sarta de salvajes que habitan la Tierra, como síndrome de superioridad. Tres guerras atómicas han reducido la tecnología, infraestructura los humanos de la tierra son considerados como salvajes. ¿Quiénes son los que forman ese poder? Militares, científicos del poder estamental, los cuales deciden el catálogo de inadaptados; sin embargo éstos tienen un plan encubierto para alejarse del proyecto Siro y verlo desde la Tierra como un chiste. Un buen chiste.
   Cuento que se puede leer como una anticipación del poder llegado a límites extremos, donde ya ni siquiera funciona el libre albedrío, sino que existe la expulsión, la generación de una nueva raza, que con el tiempo formaría nuevos planetas. Maravillosa utopía.

John Christopher


El agua escaseaba siempre entre planeta y planeta, incluso en un buque como el Ironrod. Al llegar a Forbeston, mi primera visita era siempre a la piscina. Me sumergía en sus aguas teñidas de verde y, después de nadar un rato, me tumbaba de espaldas, flotando. En lo alto, más allá de la casi invisible cúpula protectora, relucía el terciopelo púrpura del cielo marciano, moteado, ahora que el sol estaba bajo en el horizonte, con las mayores estrellas. Una de ellas, estática y enorme, era verde.
De la piscina al club; la rutina habitual. El Club de Oficiales Decanos estaba en la confluencia de las calles 49 y X, en frente del edificio del Departamento de Comercio. Hacía dos años que pertenecía al club, y a los 34 no era ya el oficial más joven. Un prodigio de 31 años había obtenido su carnet de miembro dos o tres meses antes.
Desde su pequeño cubículo, Steve me reconoció, lo cual era evidentemente un honor. Sacó el correo de mi casilla: media docena de facturas, dos vococartas de un primo lejano, y un montón de vocoanuncios.
Steve dijo:
—¿Dónde ha estado usted, capitán Newsam?
El citar el apellido era otra parte de su técnica: me había dado cuenta de que a las personas a las cuales conocía desde hacía años se limitaba a saludarlas con el nombre de capitán, comodoro, o lo que fueran.
—En Venus... en Mercurio —le dije—, en Clarke's Point... en Karsville... en Mordecai... Lo de siempre.
—Usted dando vueltas por ahí —dijo—. Yo estoy clavado aquí.
No era la primera vez que oía aquella queja; se la había oído al propio Steve, y a otros hombres de Forbeston y de otros lugares. Aunque la mayoría de ellos parecían bastante satisfechos de su suerte.
—Un lugar es igual que otro.
—Sí —dijo—. Así parece. Uno se acostumbra a un sitio, y... ¿Va usted a comer?
—Desde luego. —Dejé caer los vocoanuncios en un vertedero—. ¿Quiere hacerme un favor, Steve?
—Con mucho gusto.
—Localíceme al capitán Gains.
Su vacilación duró apenas un segundo, pero estoy acostumbrado a observar los pequeños detalles y a extraer consecuencias de ellos. Obtuve mi diploma con una tesis sobre el estudio psicológico de la conducta. Noté el parpadeo de los ojos de Steve, y el involuntario movimiento de sus manos.
—Trataré de localizarle, capitán. Últimamente no le he visto por aquí. —Dijo.
Dije, rápidamente:
—¿Cuánto tiempo hace que no le ha visto?
Sus maneras volvían a ser tranquilas.
—Bueno, ya sabe usted lo que pasa. Con los oficiales de servicio, uno no sabe nunca si están aquí o de viaje. Y cuando están en Forbeston, no siempre vienen al club. Se dedican a hacer excursiones, y todo eso.
—Tiene usted muy buena memoria, Steve. ¿Cuándo vio al capitán Gains por última vez?
Fingió reflexionar.
—Hará un par de meses, quizá. ¿Cuánto tiempo ha estado usted fuera?
—Unos dos meses.
—Sí. Más o menos, ése es el tiempo.
—Gracias. De todos modos, trate de localizarlo. Voy a comer.
Encontré una mesa vacía junto a la ventana y encargué la comida. La ventana permitía ver el patio de recreo de la Forbeston Junior School; mientras comía, contemplé la generación que iba a relevarme cuando hubiera completado mis veinte años de servicio espacial y estuviera dispuesto a retirarme a la plantación de las colinas. No me di cuenta de que alguien se acercaba a mi mesa. El recién llegado dio unos golpecitos en el respaldo de mi silla.
—¿Le importa que me siente aquí?
Era Matthews, del Firelake. Había viajado con él varias veces, a diversos lugares, y me era bastante simpático. Hice un gesto de asentimiento.
—¿Acaba usted de llegar?
—Hace unas tres horas.
Asintió.
—Yo llevo aquí una semana. Ahora hacemos la ruta de Uranio. Un viaje muy pesado. Me tiene más que harto. En el último recorrido perdimos el Steelback. Es una ruta endiablada.
—Un lugar es igual que otro —dije. Era la frase convencional.
Matthews me miró.
—Me alegro que piense usted así.
—¿Qué otra cosa podría pensar?
—La gente tiene ideas, a veces —dijo, vagamente—. ¿Pasa cerca de la Tierra su ruta actual?
—Por la Luna. Clarke's Point. ¿Por qué?
—Nosotros pasamos por Tycho. Tienen un telescopio bastante bueno. Acostumbro a ir al observatorio. Pueden verse pequeños grupos de edificios, cuando el tiempo es bueno.
La conversación estaba haciéndose embarazosa. Mencionar la Tierra era ya malo de por sí; hablar del «tiempo» era algo peor. Miré a Matthews. Su aspecto era completamente normal, pero me pareció notar una expresión de alerta detrás de la placidez de su rostro.
—Nunca pienso en ello. —Dije, deliberadamente:
—A veces, la gente resulta divertida —dijo Matthews—. A bordo teníamos un segundo oficial que llevaba con nosotros tres o cuatro años. Se le metió en la cabeza la idea de que la Tierra estaba organizando una flota de combate. Se pasaba el tiempo libre en la pantalla de observación, esperando ver acercarse a los cruceros enemigos.
Me eché a reír.
—¿Qué hicieron con él?
—Le expulsaron. Supongo que a estas horas estará mejor informado.
—Si es que está vivo.
Matthews hizo una breve pausa.
—¿Ha pensado usted alguna vez en los motivos de que expulsemos a la Tierra a los inadaptados?
Le miré de nuevo.
—No creo que haya que pensar en ello. El motivo es evidente. Dado que se promulgó una ley contra la lobotomía prefrontal, es la única alternativa que existe para librarse de ellos. A no ser que se opte por recluirlos en instituciones a nuestro cargo.
Matthews apuró su café.
—Sé que algunos dicen que nunca debimos abandonar la Tierra. Es más rica en recursos naturales que todos los planetas juntos.
Añadí:
—Y está poblada por unos mil millones de salvajes. No hubiésemos podido disponer de aquellos recursos, ni hubiésemos podido evitar la contaminación de habernos quedado a vivir entre aquella gente. El motivo que empujó a los de nuestra raza a trasladarse a los planetas fue el de poder desarrollar nuestra personalidad superior en paz y sin interrupción. Nuestro proyecto Sirio está en marcha. Dentro de un par de siglos, podemos estar juntos en un sistema distinto.
—O podemos no estar en él —dijo Matthews—. No sería el primer proyecto que fracasara, empezando por el Próximo Centauro. Esto fue hace doscientos años.
—Es usted muy pesimista —dije.
—Consecuencias del viaje a Uranio —dijo. Sonrió—. Olvídelo. Un lugar es igual que otro. ¿Tiene algún plan para esta noche?
—Poca cosa. Estoy tratando de localizar a un amigo mío.
—Sí —dijo—. Es lo que me imaginaba.
La observación resultó algo enigmática para mí. Pero Matthews se marchó antes de que pudiera hacerle más preguntas.
Al salir del club pasé por el cubículo de Steve.
—¿Ha localizado al capitán Gains? —le pregunté.
Sacudió la cabeza.
—Bueno, déjelo correr. Voy a llegarme a su casa. Si no está allí, habrá algún mensaje suyo.
Steve asintió. Al marcharme vi que conectaba el vidifono que tenía en frente de él.

La vivienda de Larry se encontraba a unos siete u ocho kilómetros en las afueras de la ciudad. Recogí mi automóvil en el West Lock y me puse en camino. El sol se había puesto cuando salí de la ciudad, pero Phobos había salido ya, de modo que no necesité encender los faros del coche. Un cuarto de hora después me encontraba ante la casa de Larry. Pude verla iluminada por la claridad de la luna, pero en su interior no brillaba ninguna luz.
Aparqué el automóvil y me dirigí hacia la casa. Empujé la puerta, que estaba abierta. El saloncito estaba razonablemente limpio. Pero los muebles tenían una capa de polvo, lo cual demostraba que hacía algunas semanas, por lo menos, que nadie había habitado allí. Me acerqué al vidifono y lo conecté. La pantalla no se iluminó.
El hecho resultaba sorprendente. Larry debió dejar algún mensaje. Husmeé por toda la casa en busca de alguna pista. Pero no pude encontrar nada.
Larry Gains y yo habíamos ido juntos a la escuela, habíamos ingresado juntos en la Universidad de Tycho y nos habíamos graduado juntos. Nuestros primeros cuatro años en el espacio los hicimos a bordo de la misma nave —el Greylance, del Circuito Asteroides—, y cuando sobrevino la inevitable separación, con mi nombramiento de capitán del Ironrod, continuamos viéndonos todo lo que las circunstancias nos permitían. Afortunadamente, las dos naves tenían su base en Forbeston. Seis meses antes, el viejo Greylance había dado su última vuelta alrededor del Cinturón; un trozo de roca con un peso de más de veinte toneladas lo había abierto en dos. Larry había sido uno de los supervivientes, pero con heridas lo bastante graves como para mantenerle un año, como mínimo, fuera de servicio. Entonces había comprado la casa, y yo había pasado aquí con él un par de permisos. Ahora, el lugar estaba desierto. ¿Le habrían enviado de nuevo al espacio en una nave especial? En tal caso, hubiera dejado un mensaje, aunque también pudo ocurrir que pensara estar ausente menos tiempo... Ésta parecía ser la única explicación posible. Pero había el hecho de la espesa capa de polvo, y había el hecho de la extraña expresión de los ojos de Steve cuando mencioné el nombre de Larry. Di otra vuelta por la casa, con una sensación de desconcierto. Encontré una cinta de la edición de Forbeston de la Tycho Capsule. La hice deslizar por la pantalla: 24 del VII... Era una cinta atrasada. Más de dos meses.
No oí ningún ruido en el exterior de la casa. Oí que se abría la puerta detrás de mí y me volví en redondo, pensando que iba a encontrarme ante el propio Larry. Pero, en vez de Larry, vi a dos hombres que llevaban el uniforme médico. Uno de ellos dio un paso hacia adelante.
—¿Capitán Newsan? —Sonó como una pregunta, pero en realidad era una afirmación.
Asentí.
—Le necesitamos a usted para una comprobación —dijo—. No le retendremos mucho tiempo.
—Ya he pasado la revisión. Esta tarde. Cuando llegué en el Ironrod.
—Lo sé, lo sé —dijo el médico—. No le retendremos mucho tiempo.
—No me retendrán ustedes absolutamente nada —dije—. He pasado mi revisión. Si quieren algo de mí, diríjanse a la Base Venus.
Me dispuse a marcharme. El hombre que había hablado no hizo nada. El otro alzó su mano izquierda y la agitó suavemente. Arodato venusino, desde luego, contra el cual estaban inmunizados. Vi el polvillo dorado avanzar hacia mí, y sólo pude dar un par de pasos antes de sentir que se paralizaban mis músculos. Perdí el conocimiento.
Desperté en el edificio Médico de Forbeston. Mis músculos estaban aún rígidos. Me encontraba en una camilla, debajo del Comprobador. Los dos médicos estaban allí, y un capitán médico. Era un hombre bajito y rechoncho, de largas patillas, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.
—Lamento haber tenido que utilizar estos procedimientos. Incidentalmente, puedo asegurarle que estábamos autorizados para actuar de este modo. Se lo digo por si se le ocurre la idea de presentar una querella contra nosotros. —Dijo.
El estar debajo del Comprobador explicaba lo del aerodato, pero no explicaba por qué. Estuve a punto de decir algo, pero decidí mantener la boca cerrada. Colocaron los electrodos detrás de mis orejas. El globo del Comprobador se encendió, con su color rosado normal.
El capitán dijo:
—Me llamo Pinski. Ahora, capitán Newsan, dígame: ¿es usted comandante de navío del Ironrod, de la línea Venus-Mercurio?
—Sí.
—¿Aterrizó usted hace cinco horas?
—Si llevo aquí media hora... sí.
Las preguntas continuaron, la mayor parte de ellas pura rutina. Pinski miraba de soslayo el globo del Comprobador. Luego empezó a formular unas cuantas preguntas menos «normales».
—¿Ha estado alguna vez en los otros planetas?
—¿Más allá de los Asteroides? No.
—¿Conoce usted al comandante Leopold?
—No.
—¿Y al comandante Stark?
—No.
—¿Qué opina usted de la lobotomía?
—Nunca he pensado en ella. Ahora no se utiliza, ¿verdad? Se recurre a la expulsión.
—¿Y sobre el proyecto Sirio?
—No estoy demasiado interesado en él.
—¿Sueña usted en amplias extensiones de agua?
—No he vuelto a soñar en ellas desde que era niño.
No tenía ningún motivo para temer lo que pudiera señalar el Comprobador, de modo que no me puse nervioso. El globo seguía proyectando su luz rosada, mientras iban brotando las preguntas.
Pinski dijo:
—¿Qué estaba usted haciendo en el lugar donde le encontraron los médicos?
—Tengo la impresión de que lo sabe usted perfectamente. Estaba buscando al capitán Gains. Tal vez pueda usted decirme dónde le encontraré —dije.
Pinski sonrió.
—No soy yo quien está bajo el Comprobador, capitán Newsam. —Dio un paso atrás—. Creo que todo está en regla. Lamento haberle molestado. Dentro de un par de minutos podrá usted marcharse por su propio pie. Al salir, pase por el bar. La tercera puerta a la derecha, siguiendo el pasillo. Me encontrará allí. Tendré mucho gusto en invitarle a una copa.
Le encontré en el bar, tal como me había dicho. Estaba sentado ante una mesa, con dos vasos delante de él. Alguien debió decirle que yo bebía ginebra de endrina. Me senté en la silla vacía.
—Me alegro de conocerle en circunstancias más «normales», capitán Newsam —dijo Pinski—. Beba, por favor.
Cogí el vaso.
—Ahora, dígame por qué...
Alzó una mano.
—Siento decirle que no puedo darle a usted ninguna información acerca de los motivos por los cuales ha sido usted sometido al Comprobador.
—De acuerdo —dije—. Entonces, ¿sabe usted dónde puedo encontrar a Gains?
Vaciló un brevísimo instante.
—La respuesta tiene que ser no —dijo.
Apuré el contenido del vaso.
—Le agradezco mucho su hospitalidad. Buenas noches, capitán Pinski.
—Permítame darle un consejo puramente médico —dijo—. Váyase directamente a la cama y procure dormir.
—¡Gracias! —dije. Y me marché.

Forbeston, al igual que todas las estaciones de tránsito de las rutas interplanetarias, tenía su lado menos respetable. Me dirigí directamente al East Side, en la confluencia de las calles 90 y J. El «Persépolis» es un pequeño club situado al final de la calle 90. Soy un antiguo cliente del club, pero cada vez que voy allí me siento menos satisfecho de ello. Me tomé un par de ginebras de endrina en el bar. Estaba terminando con la segunda cuando se me acercó Cynthia.
—¡Hola! Cuanto tiempo sin verte...
—Lo mismo digo. Oye, ¿has visto a Larry por aquí?
—¿Larry? No he vuelto a verle desde la última vez que estuvisteis aquí los dos. Pero he estado una temporada fuera, viajando por el Gran Canal. Espera, se lo preguntaré a Sue.
—Gracias —dije.
Estuvo ausente dos o tres minutos. Cuando regresó, me dijo:
—No. No le han visto por aquí desde entonces.
Pero Cynthia había dejado de mostrarse espontánea; su actitud de recelo era evidente. Y no parecía sentir la menor curiosidad acerca de lo que podía haberle sucedido a Larry.
—Creí que éramos amigos, Cynth... Vamos, ¿qué es lo que pasa? —dije.
—¿Lo que pasa? No sé que pase nada. Ni siquiera me has invitado a beber.
Dejé caer un billete sobre la mesa.
—Tómate una copa a la salud de Larry. Buenas noches, Cynthia.
Me alcanzó antes de que llegara a la puerta.
—No lo sé, Jake, palabra que no lo sé. Lo único que me han dicho es que no me convenía hacer preguntas acerca de Larry.
Ahora me estaba diciendo la verdad.
—Gracias —le dije—. De todos modos, buenas noches.
—¿A dónde vas ahora?
—Sólo hay un lugar donde puedo obtener alguna información.
La Oficina Terminal tenía controlados a todos los oficiales que navegaban por el espacio. Allí tenían que conocer forzosamente el paradero de Larry.
Subí a mi automóvil y solté los frenos. Detrás de mí, una voz familiar dijo:
—No parece haber tenido mucha suerte en lo que respecta a encontrar a su amigo, capitán Newsam.
Era Matthews. Estaba retrepado en el asiento trasero del automóvil.
—No esperaba encontrarle aquí —dije.
—He pensado que no tendría usted inconveniente en llevarme a casa. Vivo en la calle 72.
—¿Qué me dará a cambio? ¿Información?
—Un trago. Y tal vez información.
—De acuerdo —dije—. ¿Qué número?
Era un apartamento más lujoso de lo que yo hubiera imaginado que podía costearse Matthews. Cuatro habitaciones, muy bien montadas. Me hizo sentar en una cómoda butaca delante de un chisporroteante fuego, y me sirvió un vaso de ginebra de endrina. El hecho de que todo el mundo supiera la clase de bebida que me gustaba había dejado de preocuparme.
—Ahora —dije—, deseo saber dónde está Larry Gains.
Matthews frunció las cejas.
—¿Gains? ¡Ah, sí, ese amigo al que usted no encuentra...!
Dije, desabridamente:
—¿Qué información puede usted darme?
—Creí que había venido por la ginebra... —dijo—. No, no se marche. Si va usted a la Oficina Terminal a esta hora, no encontrará allí más que al guardián nocturno, el cual le dirá a usted que vuelva mañana. Termine su ginebra, y sírvase otra. Tengo entendido que le llevaron a usted a comprobación a primera hora de la noche, ¿verdad?
—Sí.
—¿Qué clase de preguntas le hicieron?
Se lo dije, y él asintió.
—Leopold... Stark... Muy interesante.
—Ahora, dígame: ¿qué hay detrás de todo esto?
Tardó unos segundos en contestar, y lo hizo con otra pregunta:
—¿Recuerda la conversación que hemos sostenido esta tarde?
—Más o menos. Hablaba usted de los inadaptados.
Matthews me miró fijamente.
—El capitán Larry Gains fue clasificado como inadaptado hace tres semanas. Fue expulsado a la Tierra hace una semana. ¿Es eso lo que quería saber?
—Creo que está usted confundido. Larry se encontraba perfectamente cuando le vi por última vez, hace cosa de dos meses. Y para que a uno le clasifiquen de inadaptado tienen que transcurrir tres meses. —dije.
—No, si la clasificación es 3—K —dijo Matthews suavemente.
—¿3—K?
—Actividades organizadas contra el Estado.
—Esto me resulta aún más increíble, tratándose de Larry.
—Dígame —inquirió Matthews—, ¿qué sabe usted acerca de la Tierra?
—Lo que todo el mundo sabe. Que cuando estalló la tercera guerra atómica, las colonias de la Luna y las de Marte declararon su neutralidad. La mayor parte de los estados mayores técnicos de las bases terrestres se apresuraron a unirse a ellas, y los que no lo hicieron es de suponer que perecieron en el conflicto. El curso de la guerra fue seguido por radio hasta que la última emisora desapareció del éter, señalando el derrumbamiento. Las colonias se concentraron en su propia expansión, primero sobre la Luna y sobre Marte; más tarde sobre Venus y sobre las lunas de Júpiter, Saturno y Urano. Hubiera sido descabellado regresar a una Tierra envenenada de gases radioactivos, con una población salvaje minada por las enfermedades y por las radiaciones. Lo más lógico era extenderse hacia otros sistemas.
—Y, desde luego —dijo Matthews—, existía el Protocolo.
Supongo que el Protocolo puede ser llamado la base de nuestra educación. En él se afirma que lo antiguo y caduco debe ser dejado atrás; que el hombre debe ir en busca de cosas más valiosas, y no regresar al mundo de desgracia y de miseria al cual estuvo atado tanto tiempo. Se afirman muchas más cosas, pero ésas son las fundamentales. Los chiquillos tienen que aprenderse el Protocolo de memoria.
—Sí, el Protocolo —dije—. El Protocolo surgió de un modo natural de las circunstancias.
—Desde luego —convino Matthews—. De las circunstancias. Pero las circunstancias cambian. Y el Protocolo sigue siendo el mismo.
—¿Por qué tendría que cambiar?
—Bueno, ¿cree usted que la mejor existencia que puede tener un hombre es pasar de un medio ambiente artificial a otro? ¿Volverle la espalda a un planeta increíblemente productivo?
—No es más que una etapa de transición. El proyecto Sirio...
—...es un fracaso —dijo Matthews—. Pero no lo sabremos de un modo oficial hasta que hayan redactado un nuevo proyecto... otra zanahoria delante del borrico. Pero es un fracaso. Dos planetas. Ni habitables, ni con posibilidades de convertirse en habitables.
Dije, lentamente:
—Ahora quizá me dirá usted qué tiene que ver todo eso con Larry Gains.
Matthews se puso en pie y se acercó a la telepantalla. Pulsó un pequeño interruptor que había a su izquierda, y en la pantalla aparecieron una serie de círculos concéntricos que iban ensanchándose desde el centro. Se trataba de un sistema de alarma: si alguien se acercaba a la habitación, los círculos se harían irregulares. Matthews volvió a sentarse.
—A raíz del accidente que sufrió, Gains dispuso de mucho tiempo libre. Y se dedicó a pensar. Luego conoció a alguien de nuestro grupo, y, resumiendo, se unió a nosotros.
—¿Su grupo? ¿Se unió a ustedes?
—Representamos a un partido cuyo objetivo es la derogación del Protocolo. Queremos regresar a la Tierra, recolonizarla y librarla de la barbarie. Gains se unió a nosotros.
—Está usted loco. ¿Qué le hace creer que sabe usted más que el Directorio? Cada año que pasa, mejoramos las condiciones de los planetas. Las nuevas construcciones en el Gran Canal ocuparán más de cuarenta kilómetros cuadrados. —dije.
—Construcciones cada vez mayores —dijo Matthews—, pero siempre artificiales. Nunca la posibilidad de vivir una vida natural en un medio ambiente natural.
—¿Y Larry? ¿Permitieron ustedes que le cogieran?
—Fue mala suerte.
—¿Mala suerte?
—Sí, mala suerte. Controlaron sus conversaciones con un amigo suyo. Les detuvieron a los dos. Afortunadamente, no conocían más que a dos hombres del grupo... y ésos pudieron escapar. No podemos hacer nada por Gains y Bessemer. Absolutamente nada.
—De modo que lo han expulsado... ¿Está seguro de que no lo tienen retenido en alguna parte?
—En determinados aspectos, nuestro servicio de información es perfecto. Fueron expulsados los dos. Les dejaron caer en el continente Americano —al Norte, exactamente—. Allí es donde suelen dejar caer a los inadaptados.
Algo me había estado preocupando todo el tiempo, y repentinamente supe lo que era. Dije, cautamente:
—Bueno, ya he obtenido la información que vine a buscar. Ahora empiezo a preguntarme por qué la he obtenido. No creo que usted piense que soy inofensivo para su organización, por el solo hecho de que Larry perteneciera a ella. Y, sin embargo, me ha revelado usted un montón de cosas, de las cuales yo podría hacer un mal uso. ¿Por qué lo ha hecho?
Matthews sonrió.
—Bueno, no le he dicho a usted nada que el Directorio no sepa. Excepto que yo formo parte del grupo, aunque dispongo de los medios para escapar; de todos modos, no soy indispensable. Pero está usted en lo cierto al creer que existía un motivo. Gains era un buen amigo suyo.
—El mejor.
—Era un hombre excelente. Sentimos mucho su pérdida, y nos gustaría hacerle regresar.
—¿Regresar? ¿De la Tierra?
—Tenemos un pequeño crucero a nuestra disposición —esto es confidencial, y al decírselo quemo sus naves y las nuestras—, y podemos ir a la Tierra y regresar. Pero no es una tarea fácil, y desde luego no podemos ni pensar en organizar patrullas de exploración. Pero si alguien es expulsado con instrucciones para Gains y Bessemer, a fin de que se dirijan a un lugar donde podamos recogerlos... podrían regresar los tres. Tenemos la suerte de que los inadaptados son dejados caer siempre en la misma zona, aproximadamente. Esto significa que no sería muy difícil encontrarlos.
—¿Qué sabe usted acerca de las condiciones de aquella parte del planeta?
Matthews me miró a los ojos.
—Absolutamente nada.
Reflexioné unos instantes.
—De acuerdo. Iré. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
Matthews sonrió.
—No me equivoqué al suponer que lo haría. En cuanto a ir, resultará bastante fácil. Tenía usted el propósito de dirigirse a la Oficina Terminal. Hágalo. Si se muestra usted insistente, le informarán acerca de Gains. Después de esto, la cosa será fácil. En la oficina estará usted bajo observación automática, y la inyección de adrenalina que se pondrá usted antes de ir allí quedará registrada. Esto les hará entrar en sospechas. Enviaremos al club unos documentos comprometedores a su nombre. A partir de aquel momento, todo irá muy de prisa. Y espero que cuando le sometan a usted de nuevo al Comprobador, conservarán una razonable distancia entre sus sospechas y lo que realmente sucede. Creo que lo harán. Los Comprobadores no son demasiado buenos, actualmente.
—Gracias —dije—. Parece usted haberlo previsto todo. Pero, por simple curiosidad, dígame: aquella observación acerca de quemar sus naves y las mías, ¿significa que de no haber accedido a...?
—Confiamos plenamente en usted —me interrumpió Matthews—. Pero, si nos hubiésemos equivocado...
Apuntó su pulgar hacia el suelo con mucha delicadeza.

Quedé sorprendido de la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos. Los documentos que Matthews me envió al club debían ser muy comprometedores. Fui trasladado a la Luna, a Arquímedes, para la decisión final, que estaba decidida de antemano. Al cabo de una semana de mi conversación con Matthews, estaba escuchando la sentencia que me condenaba, por inadaptado, a ser expulsado a la Tierra. En la puerta de la sala donde se había reunido el tribunal, alguien me estaba esperando. Pinski.
—He sido comprobado tres veces en una semana. Creí que había terminado usted ya conmigo. —dije.
Pinski sonrió.
—Esta vez es distinto. Esta vez vamos a someterle a la hipnosis.
Me apresuré a decir:
—No puede usted hacer eso. La Norma 75 estipula que nadie puede ser sometido a una forma de interrogatorio que su mente consciente no pueda observar. El Comprobador es el límite.
—Conoce usted las normas, ex capitán Newsam —dijo Pinski—. Desgraciadamente, han dejado de tener aplicación para usted. El Estado le ha privado a usted de todos sus derechos. No nos llevará mucho tiempo.
Demasiado, pensé amargamente, para las fuentes de información de Matthews. Me encontraba completamente indefenso. Podía tratar de resistir, pero el aerodato acabaría con mi resistencia. Me quedé quieto mientras Pinski preparaba el pequeño hipnotizador.
—Siéntese —me dijo.
Las pequeñas bolas plateadas empezaron a girar; los espejos despidieron unas extrañas luces. Oí la voz de Pinski, próxima al principio, luego cada vez más lejana.
Al cabo de un indefinido espacio de tiempo, la voz de Pinski otra vez.
—Despierte, Newsam. Despierte.
Levanté la cabeza, con la mente despejada. Pinsky me estaba mirando con una expresión de lástima.
—Ha tenido usted mala suerte —observó—. Le han engañado a usted miserablemente.
No estaba seguro de lo que habían obtenido de mí, aunque supuse que había sido todo.
—No me quejo —dije.
Pinski dijo:
—Desgraciadamente, no existe ningún precedente de reclamación de inadaptados; de haber existido, podíamos haberle salvado a usted. Tal como están las cosas... puede usted aceptar la expulsión con la satisfacción de haber prestado un servicio final al Directorio. No sabíamos nada acerca de aquel crucero. —Hizo una pausa—. La nave le espera. Buena suerte, Newsam.
Estreché la mano que me tendía. A continuación, los guardianes me condujeron a la rampa principal. Dirigí una última mirada a Arquímedes, y entré en la nave. Era muy pequeña; menos de diez mil toneladas.
Durante las tres horas de viaje hacia la Tierra, tuve tiempo más que sobrado para reflexionar. El plan de Matthews se había venido abajo. Cuando el crucero llegara al lugar de la cita, se encontraría con una flota de combate esperándole. De todos modos, eran unos locos al tratar de derribar al Directorio. En cuanto a establecerse de nuevo en la Tierra, no tardaría en saber a mi costa lo que significaba, con la ayuda de Larry y de Bessemer... si es que podía encontrarlos.
La nave se colocó en órbita, y empezaron los preparativos finales para mi lanzamiento. Matthews había estado en lo cierto, al menos, al decir que no dejaban caer a los inadaptados al buen tun-tún. Toda la operación estaba minuciosamente calculada. Cuando hubieron terminado, me encontré metido dentro del traje de lanzamiento. El capitán de la nave me dio las pertinentes instrucciones.
—Los cinco chorros de retardamiento se encenderán automáticamente. Después del quinto, se abrirá el primer paracaídas, y diez segundos más tarde se abrirá el otro. —Sonrió tristemente—. Si al cabo de quince segundos no se ha abierto, sabrá usted que la cosa no marcha como es debido. No creo que le quede a usted un hueso sano después de aterrizar en tales condiciones.
—Muchas gracias —murmuré.
—Hasta ahora no hemos tenido ninguna queja —continuó—, aunque supongo que los perjudicados no habían quedado en condiciones de quejarse. Si todo va bien, aterrizará usted en el lugar donde son enviados todos los inadaptados. Gracias a la generosidad de nuestro Directorio, caerá usted en una zona en la que abunda la caza, y si consigue sobrevivir el tiempo suficiente, podrá llegar a cultivar la tierra. Y está muy cerca del mar, al mismo tiempo. Antiguamente creo que se llamó New Hampshire.
—¿Qué hay de las provisiones?
—Lleva usted alimentos concentrados para una semana. Y una pistola Klaber con cien cargas.
Salté al vacío sin esperar que la carga de aire me empujara. En el momento de saltar se encendió el primero de los chorros de retardamiento.
Cuando se encendió el quinto, se me ocurrió una idea que heló la sangre en mis venas. Matthews no había previsto que pudieran someterme a la hipnosis. ¿Y si él y su grupo estaban equivocados en otros detalles? ¿Y si la observación del capitán acerca de la no apertura del segundo paracaídas había sido algo más que una broma de mal gusto? ¿Quién podía saber si la expulsión era un modo como otro de dar cumplimiento a una sentencia de muerte?
El primer paracaídas se abrió. Empecé a contar lentamente los segundos.
Al llegar a quince, supe que estaba en lo cierto. La velocidad de mi caída fue aumentando. Abajo me aguardaba la muerte.
A los veinte segundos, con un fuerte tirón, se abrió el segundo paracaídas. El sentido del humor del capitán era más horrible aún de lo que había imaginado.
Con todo, novato como era en aquella clase de descensos, me estrellé contra el duro suelo. Mi cabeza chocó contra algo, y perdí el conocimiento.
Antes de abrir de nuevo los ojos, oí la voz de Larry. Creí que se trataba de una alucinación, pero de ser así era una alucinación muy persistente.
—Vamos, Jake. Despierta de una vez.
Abrí los ojos. Era Larry. Y lo más raro de todo era que detrás de él había otra media docena de personas. Y dos de ellas eran mujeres.
—Tenía que encontrarme contigo y llevarte a un lugar de la costa, para que un crucero nos recogiera a ti, a Bessemer y a mí. Pero el Directorio está enterado de todo. Será una trampa... —dije.
Larry se echó a reír.
—Es una trampa, desde luego. Pero no del Directorio, te lo aseguro.
—Estoy hablando en serio —dije—. Me sometieron a la hipnosis y se enteraron de todo.
—Lo sabíamos —dijo Larry—. Matthews no podía advertírtelo, naturalmente, porque se hubieran enterado también de la advertencia. De modo que tuvo que inventarse una historia. Una historia capaz de convencerte a ti, y de despistar al Directorio al mismo tiempo.
—¿Cómo sabes todo eso?
—No tenemos ningún crucero —dijo Larry—. No tenemos ni siquiera una barca de pesca. Pero mantenemos contacto por radio. Te estábamos esperando. Siempre esperamos a los inadaptados que son lanzados aquí.
—¿Esperáis? —pregunté—. ¿Quieres decir...?
—Sí —dijo Larry—. Tenemos aquí una pequeña colonia, cincuenta y ocho en total, y vamos aumentando.
Me ayudaron a quitarme el traje de lanzamiento. Noté un soplo de aire natural en, mi rostro, mezclado con el perfume, el indescriptible perfume de las flores, de la hierba y de los árboles. Larry espiaba mis reacciones.
—Esto es algo, ¿no?
—¿Y los salvajes? —inquirí.
Se encogió de hombros.
—Tal vez haya algunos más al oeste. No hemos tenido tiempo de explorar todo esto detenidamente. Pero esta zona está despejada.
La tierra crujía bajo mis pies.
—Pero, ¿por qué? —pregunté—. El Directorio tiene que saber cómo es este planeta. ¿Por qué no regresan aquí, en vez de entretenerse con proyectos interestelares que no conducen a ningún resultado positivo?
—El Directorio —dijo Larry— es una organización establecida para gobernar un grupo de ciudades artificiales perfectamente controladas. Un Estado que se extiende sobre una docena de planetas y de satélites, pero un Estado completamente urbano. Si los hombres regresaran a la Tierra, volvieran a cultivar el suelo y a vivir en pequeñas comunidades como nosotros hacemos ahora, el poder del Directorio quedaría anulado. Y si deseas que te aclare más los motivos, es que desconoces por completo la naturaleza humana.
—¿Crees que podemos vencerles? —le pregunté—. ¿Que podemos desafiarles ante sus mismas narices? ¿Olvidas acaso que disponen de un telescopio, el telescopio de Tycho, apuntando directamente a la Tierra, inspeccionándolo todo?
—Nosotros no deseamos vencer a nadie —dijo Larry—. Lo único que queremos es pasar inadvertidos. Vivimos en una aldea de edificaciones muy pequeñas, enmascaradas, por añadidura, para más seguridad. Cultivamos nuestra tierra, y nuestros agentes en los planetas se encargan de reclutar nuevos adeptos.
De repente me acordé de Matthews.
—¡Pobre Matthews! —murmuré—. ¡Pensar que sigue en Forbeston!
—No te preocupes —dijo Larry—. No tardarás mucho en verle. Tiene prevista su detención para dentro de tres meses.
Se echó a reír, y el resto del grupo coreó su risa. Una risa contagiosa. De pronto, estallé en una carcajada incontenible. Larry apoyó una mano en mi hombro.
—Mira eso —dijo—. Míralo bien.

Mis ojos siguieron la dirección de su mano, y pude contemplar la puesta del sol.