No escribo para salvar el mundo
escribo para salvarme a mí mismo.
Chinaski
Libro de poemas de Pedro Gil. Está dedicado a su hermano Ubaldo y para su maestro de talleres Miguel Donoso Pareja. Se lo puede leer de una sentada. De un viaje de La Marín a la Universidad Central. Pero para poderlo escribir Pedro Gil se ha tomado casi toda su vida. No son poemas técnicos, tan elaborados, sino cargados de experiencia. Casi rayando en lo que algunos teóricos de la poesía española de finales de 1980 han llamado "la poesía de la experiencia"; como una canción, un bolero, un pasillo, o quizá los consejos de un amigo dentro de un bar atestado, en el bar de la poesía, emborrachándose con sueños y retos y desafíos y peleas internas.
Bukowski peleó al igual que Pedro Gil.
Poetas duros, según ellos. Nadie les cree, pero igual, así es la poesía.
Poetas duros, según ellos. Pero la poesía salva. Escribir salva. Una maldición que salva.
Dice Pedro Gil y Bukowski y Lispector y yo.
Una bendición maldita.
Su libro comienza con una autobiografía poética Las edades en la cual cuenta qué cuándo y por qué de sus notas poéticas. Lo que le marcó, soñó y perdió.
El Rimbaud ecuatoriano a los 17, según él.
En cada poema hay un entremés de una pintura de Stornaiolo, su pana.
Sigue confesando sus pesadillas y sinsabores en los siguientes poemas. Sobre las drogas y sus amores poéticos. Se mea con mucho amor y orina caliente en San Valentín en su poema Oración por la mujer a un drogadicto dedicado a María Isabel: Que el amoroso San Valentín lleve regalos a dulces putas y que no permita que los chulos las golpeen, que este día las damas sean amadas por los maridos infieles que San Cupido lance flechazos bondadosos a las lesbianas amorosas a los homosexuales amorosos.
Cuando leí por primera vez el poema Bukowski, te están jodiendo me dije por qué no cambió ese título a Bukowski, me están jodiendo. No creo que lo estén jodiendo al finado Hank. Le están jodiendo en vida a Pedro Gil.
Pedro Gil, te están jodiendo. Pilas. Pilas con esos remedos de poetas, que se dicen poetas y en verdad están robando aplausos y homenajes y pleitos por face. Que yo soy poeta reconocido y tú no Pedro. Que yo soy titulado y tú no Pedro. Que yo soy premiado y tú, dime un premio tuyo. Diga. Diga.
Pedro Gil les responde porque no se trata de una competencia de borrachos, porque borracho es cualquiera, porque beben dos días citan versos tuyos, arman una pelea, dan y reciben bofetadas de niña, buscan el reconocimiento y no la creación, y no son reales y no son reales y no son reales, Hank, no nacieron para robar la rosa roja de la avenida de la muerte, sí nacieron para robar las tarjetas de crédito a papi, llamar a mami para que los recoja en las madrugadas mediocres, si llegan a entrar en la cárcel se los culean, repito, primero ser famosos luego ser escritores, sueñan con eso, humildes narcisistas, enamorados de sus vómitos, zorras y zorros subiendo en la internet sus abortos, muchachas y muchachos proclamando sus putadas, sus mariconerías, creyéndose inventores del agua tibia.
Su hermano, ya muerto, lo acompaña a lo largo de todo su libro. Lo compara con el mar, y lo reconoce en un Callejón de la Muerte. Lo entierra y lo entierra y lo entierra con poesía.
Es un libro con dedicatoria a los poetas, ya no malditos, sino -según el poema Madre de las calles-. poetas malitos: Dice que soy Malo en las calles, que he puteado a la Madre de las calles, que soy Malo en la cama, pero tú eres Malísimo en la poesía.
Un libro de poesía que no debería ser juzgado por su lenguaje sino por su contenido. Se escriben decenas de libros de poesía en Ecuador sin garra, sin fuerza, sin arrojo.
Libros de poesía sin fuego.
Tristes. Tristísimos.
Que hablan de golondrinas.
Que hablan de palomas.
Que hablan de ángeles.
Tristes. Tristísimos.
Incomprensibles.
Inconexos.
Intelectuales.
Aburridos.
Aburridos.
Tan delicados y estéticos y blandos como la mierda.
Como diría Bukowski en su libro El Capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco:
Y como escritor... ¿lo soy? Ah, bueno. Como escritor, tengo problemas para leer
las cosas que escriben los demás. No me dicen nada. Para empezar, no saben cómo
poner una línea, un párrafo, en la página. No tienes más que mirar el texto impreso, de
lejos, y ya te parece aburrido. Y cuando te acercas y lo lees, es peor que aburrido. No
tiene ritmo. No tiene sorpresa, ni frescura. No tiene riesgo, ni fuego, ni jugo. ¿Qué es lo que están haciendo? Parece un trabajo duro. No me sorprende que la mayoría de los
escritores afirmen que les resulta doloroso escribir. Eso lo puedo comprender.
Más allá de la poesía de Pedro Gil está la imagen de su vida. Su referente de lanzarse sin paracaídas al arte. Su capacidad de rugir sin ser borrego. Borrego que ladra no muerde.
Pedro Gil se confiesa en este libro.
Una confesión real. Sin ambages. Directa.
Sea malo, sea bueno, que los poetas Invitados al Festival de la Lira lo juzguen.
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