La buena literatura
Fecha de Publicación: 2015-03-14
La buena literatura es aquella que ofrece la excelencia del arte literario, el sencillo placer que provoca en nuestro espíritu la palabra bien dicha y la idea bien pensada, el contacto sensual, acústico y emotivo con las formas propias de la palabra. No es la lección moral lo que necesariamente se busca en la buena literatura, para ello están la Biblia (aunque no siempre es espejo de buenos ejemplos), los libros sapienciales, la edificante y farragosa hagiografía. Si esto es así ¿qué podemos extraer de la buena literatura? Y respondo: el conocimiento del ser humano en su dramática situación, en su grandeza y en su miseria. Ver y entender al ser humano en el ámbito propio de su trágica condición, en su impulso a la gloria y en su proclividad a la caída; esto es, en los límites de su propia naturaleza. La buena literatura no edifica, ahonda el conocimiento de lo que somos: seres imperfectos en perpetua lucha por alcanzar lo que no poseemos y, sin embargo, lo sentimos indispensable: una felicidad imposible. No solo la vida nos da sus lecciones, también la paciente lectura de los mejores libros puede brindarnos un vívido conocimiento del mundo y del ser humano. Jorge Luís Borges, argentino universal, cosechó mucha sabiduría tanto en los arrabales como en las bibliotecas.
La literatura adquiere significado en esos instantes de fracaso y vacío existencial que nos deja la vida, cuando acosados por el aquí y el ahora adquirimos conciencia de nuestros límites, pues jamás podremos controlar el azar ni represar el río del tiempo. La literatura se convierte, así, en la crónica de nuestros sueños y fracasos. La literatura nos hace humildes, nos devuelve el conocimiento de lo que somos: seres inacabados, amasados con las cenizas de dioses caducos, como decía Hesíodo, en perpetua búsqueda de complementariedad y a sabiendas de que nunca seremos colmados.
Vivir genera un cierto malestar, sostenía Freud. Y ello es obvio ya que el estrecho margen que la vida deja para el bienestar se halla amenazado por tantas situaciones que no controlamos: la enfermedad, el envejecimiento, las vicisitudes de la historia (injusticias, guerras, tiranías). La literatura se convierte en un arrimo frente al infortunio. Mario Vargas Llosa opina que la literatura “crea una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte en espectáculo pasajero”. Y aunque Theodoro W. Adorno creía que después de Auswchitz ya no era posible la poesía, pienso que allí donde la política fracasa y se torna inhumana, allí donde el poder declara la guerra a la imaginación, allí donde algún déspota sin humor considera subversivas la broma y la ironía, la literatura se eleva y nos redime como afirmación de la vida y del espíritu. (O)
La literatura adquiere significado en esos instantes de fracaso y vacío existencial que nos deja la vida, cuando acosados por el aquí y el ahora adquirimos conciencia de nuestros límites, pues jamás podremos controlar el azar ni represar el río del tiempo. La literatura se convierte, así, en la crónica de nuestros sueños y fracasos. La literatura nos hace humildes, nos devuelve el conocimiento de lo que somos: seres inacabados, amasados con las cenizas de dioses caducos, como decía Hesíodo, en perpetua búsqueda de complementariedad y a sabiendas de que nunca seremos colmados.
Vivir genera un cierto malestar, sostenía Freud. Y ello es obvio ya que el estrecho margen que la vida deja para el bienestar se halla amenazado por tantas situaciones que no controlamos: la enfermedad, el envejecimiento, las vicisitudes de la historia (injusticias, guerras, tiranías). La literatura se convierte en un arrimo frente al infortunio. Mario Vargas Llosa opina que la literatura “crea una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte en espectáculo pasajero”. Y aunque Theodoro W. Adorno creía que después de Auswchitz ya no era posible la poesía, pienso que allí donde la política fracasa y se torna inhumana, allí donde el poder declara la guerra a la imaginación, allí donde algún déspota sin humor considera subversivas la broma y la ironía, la literatura se eleva y nos redime como afirmación de la vida y del espíritu. (O)
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