Un relato que trata sobre la propaganda en una sociedad capitalista, donde la atención consciente e inconsciente del público se puede ver afectada por la televisión y sus productos de venta. Bil Howard, el bonachón del noticiario es el encargado de dar la noticias de una guerra bacteriológica, pero ¡epa!, con un sazonado especial de propaganda de la Internacional Witch Corporation, las trece brujas del super detergente, que lo limpia todito. También aprovecha para limpiar un barrio pobre en New York, obviamente con la propaganda de ventas de la Witch Corporation.
¿Quiénes son las brujas que tratan de limpiarlo todo en tiempos de guerra, de hambre, de pobreza?, la propaganda. La propaganda es magia, y como diría Noam Chomsky acerca de la propaganda y su manipulación casi mágica:
La manipulación consciente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática.
El propio Leigh Richmond responde en el relato, acerca de la analogía entre la manipulación mágica y las brujas:
El poder de las brujas era, evidentemente, un poder para el pueblo: para el pueblo que necesitaba aquella protección, que necesitaba aquellos milagros.
¿Quiénes son las brujas? Son el pueblo, y el pueblo no es para quemarlo. Para quemarlos son los fanáticos y sus estadistas, los cabezas de chorlito y sus políticos, los cerebros y los trusts de cerebros... pero las brujas, no.
Relato doloroso como una patada en los huevos, pero con un gran sentido del humor. Aquí está:
Leigh
Richmond
El
programa IWC era un boletín informativo por Bill Howard, y aquella noche las
noticias eran particularmente desagradables.
Bill,
con su ancho rostro de facciones vulgares, inclinado a través de una mesa
escritorio hacia el televidente, hablaba en tono horrorizado de la
peste-submarina que, según la opinión general, se había originado en el Canal
de Suez, esparciéndose a través de El Cairo.
Es
fácil suponer, dijo
Bill a su auditorio, que las naciones más interesadas en crear una crisis en
el mundo en estos momentos han llevado el submarino allí para tener una
coartada y acusarnos a nosotros. Es indudable que el submarino está allí, y que
ha sido construido en América, y que la epidemia es real. El grupo investigador
de las Naciones Unidas, que mañana saldrá hacia la zona del Canal para ofrecer
su informe al mundo, se encontrará con que la epidemia había sido provocada por
bacterias cultivadas en un laboratorio y trasladadas por un submarino
construido en América. Esto es, Suponiendo que no existan m s
complicaciones, lo que dirán en su informe.
A
los ojos del mundo, continuó
Bill, el problema no es ya el saber si ha estallado o no la guerra
bacteriológica, sino quién la ha empezado... y el hecho de que el submarino
lleve la marca de los Estados Unidos y sea de construcción norteamericana no
responde en absoluto a la pregunta.
La
guerra bacteriológica ha estallado, y nadie puede imaginar dónde dará el
próximo golpe.
Pero
hay una cosa segura, y es que la guerra bacteriológica ha estallado.
Con
aquella frase terminó el boletín de noticias, y a continuación aparecieron en
la pantalla las trece brujas, marca de fábrica de la International Witch
Corporation.
Harvey
Randolph, fabricante de los productos Witch, se inclinó hacia la pantalla con
gran atención. Acababa de contratar con Burton, Dester, Duston & Oswald, la
organización de un nuevo lanzamiento publicitario para sus productos.
Las
trece brujas tenían las piernas largas, de danzarina, y llevaban unas altas
caperuzas negras de bruja, y unas largas capas negras, con ribetes carmesí.
Todas tenían largos cabellos que ondeaban al viento mientras bailaban.
Randolph
se mordió el labio inferior, contemplando pensativamente a las brujas.
Habían
aparecido en la pantalla entonando un canto parecido al grito de las
walquirias.
¡Brujas
del mundo, uníos!
¡Uníos
para hacerlo limpio, limpio, limpio!
Witch
limpia... ¡AHORA!
Hum,
pensó Randolph. El canto resultaba casi irritante después de aquella frase
final la guerra bacteriológica ha estallado del boletín de noticias.
Pero aquel dramático final del boletín de noticias no era una cosa corriente.
Las
brujas seguían cantando mientras bailaban. Ninguna tarea es demasiado
grande, ninguna tarea es demasiado pequeña —cantaban—. ¿Qué producto
Witch necesita usted? Debería usted tenerlos todos...
Cada
bruja, desde luego, encarnaba a un producto especial de la cadena Witch:
detergente, jabón, champú; limpiacristales, desengrasante líquido... Witch
jabón o detergente, Witch limpia rápidamente...
¿Qué
producto Witch necesita usted? Debería tenerlos todos...
Randolph
pensó que era un programa publicitario como otro cualquiera. La gran innovación
planeada por BDD&O llegaría a continuación.
Y
llegó. En la pantalla, detrás de las brujas, apareció un mapa del Canal de
Suez, y luego un modelo en cartón piedra del hocico de un submarino, y una
cabaña, y un sudario gris colgando sobre ellos.
Mientras
las brujas daban media vuelta y empezaban a bailar hacia el decorado, la voz en
off del locutor anunció:
¡Brujas
del mundo, uníos! Si Nasser tuviera bastantes brujas[1],
podría resolver la crisis que nos tiene a todos sobre agujas...
Y
las brujas, bailando acompasadamente, se acercaron al submarino y a la cabaña
cantando: ¡Hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia, AHORA!. Cada
una de ellas empezó a frotar con un producto Witch, y, mientras frotaban, el
sudario fue desapareciendo, y el submarino y la cabaña aparecieron
resplandecientes, como recién pintados.
¡Limpio,
limpio, limpio! —cantó
el coro—. ¡Witch, Witch, Witch, limpio, limpio, limpio! Vencer a la suciedad, es
vencer la enfermedad.
¡Mantenga
la limpieza con Witch!
Bueno,
se dijo Randolph. Y luego otra vez: Bueno.
No
acababa de gustarle. El anuncio no era de buen gusto, precisamente. Con la
crisis tan cerca... pero después de verlo uno no olvidaría el producto. Después
de aquello, uno se veía obligado a pensar en los productos Witch.
Se
recordó a sí mismo que al día siguiente, a primera hora, debía comprobar la
reacción que había producido el anuncio y apagó la T.V.
Era
casi mediodía cuando Randolph recordó la llamada que se había propuesto hacer a
BDD&O. Oswald se puso al otro lado del hilo casi inmediatamente.
—Aquí,
Randolph —dijo—. Le llamo acerca del anuncio de anoche. Me pareció un poco
fuerte. ¿Piensan repetirlo hoy?
—¿Repetirlo?
Nunca repetimos nada, Randolph —rió Oswald—. Es usted un hombre afortunado.
Tengo a toda la plantilla ocupada con el anuncio de esta noche. No tiene por
qué preocuparse. Nosotros nos ocuparemos de todo, hasta de los más mínimos
detalles.
—Lo
de anoche me pareció un poco fuerte —repitió Randolph. Se sintió un poco
intrigado por el tono en que le había hablado Oswald, aunque no demasiado. Los
hombres que trabajaban en la publicidad eran entusiastas por naturaleza, en
opinión de Randolph. Tal vez era una cualidad necesaria en su profesión—. La
gente puede tomar a mal que bromeemos con una cosa tan seria como una epidemia,
aunque diga usted que la limpieza puede evitarla.
—La
epidemia, ése es el punto fuerte. Imagínese usted que el grupo de
investigadores de las Naciones Unidas informa de que no existe ninguna
epidemia, y que el submarino sospechoso es uno de los más limpios y más
saludables del mundo... Podemos sugerir, en tal caso, que se utilizan los
productos Witch para mantenerlo limpio.
—Mister
Oswald —la voz de Randolph adquirió un tono de imperiosa autoridad—. ¿Le
importaría explicarme con exactitud de qué está usted hablando?
—¿Es
que no ha oído usted las noticias.? ¡No hay guerra bacteriológica! Reconozco
que es un patinazo de Bill Howard, pero todo puede arreglarse. No hay epidemia
en El Cairo. Los investigadores de las Naciones Unidas no han podido encontrar
ni un mal resfriado. Y en cuanto al submarino de marras, le han dado un
certificado de salud absoluta, total. Ahora, el anuncio que planeamos para esta
noche...
A
aquella misma hora, cierto número de personajes importantes estaban reunidos
con el Presidente. Sus reacciones al informe de las Naciones Unidas eran
completamente distintas a la que Oswald había manifestado.
—Lo
que me asusta, señor Presidente, es lo exacto del cronometraje y lo detallado
de la ejecución —estaba diciendo el Subsecretario de Estado.
El
Secretario de Estado volaba en un Jet, en aquellos momentos, para agregarse a
la reunión.
—El
hecho implica una técnica que nosotros no hemos alcanzado ni soñábamos
alcanzar. He hablado con el jefe de la CIA, y los informes de nuestros agentes
están fuera de toda duda. No sólo se produjo la epidemia, sino que se extendió
rápidamente. La existencia del submarino portador de la peste es evidente. Si
son capaces de provocar una guerra bacteriológica, y de producir una curación
en masa de la noche a la mañana, estamos a su merced. No existe ninguna bomba
—ni puede ser inventada— que alcance el poder de lo que acaban de demostrarnos.
El
Presidente se pasó los dedos por los cabellos. Su rostro tenía una expresión
preocupada. Pero, consiguió sonreír.
—No
estamos aún solicitando condiciones de paz —dijo, y, volviéndose hacia el
m s eminente de los biólogos de la nación, que estaba sentado en una
butaca contigua, le preguntó—: ¿Cuál es su opinión?
—Siempre
hemos sabido —contestó el biólogo— que la guerra bacteriológica es más
peligrosa que la guerra atómica... siempre que el vencedor no disponga de los
medios para protegerse de sus efectos. En nuestros laboratorios conseguimos una
especie de bacterias, contra las cuales disponíamos de la adecuada
inmunización, pero los experimentos que llevamos a cabo nos demostraron que,
aunque inmunizáramos a todos los hombres, mujeres y niños de este país antes de
soltar las bacterias en otra parte del mundo, las especies derivadas de aquellas
bacterias azotarían eventualmente a esta nación lo mismo que a aquellas contra
las cuales luchásemos.
—¿Qué
me dice de las especies derivadas de la bacteria de Suez? —preguntó el
Presidente. E inmediatamente se contestó a sí mismo—: No, han producido un
antídoto. Un antídoto, si nuestros informes son exactos, que actúa de un modo
inmediato.
Sacudió
la cabeza lentamente.
—El
ultimátum llegará en cualquier momento —dijo el Presidente.
—Es
el cronometraje. No comprendo el cronometraje. —El gran hombre del Kremlin se
estaba permitiendo a sí mismo unas dudas que no solía dejar traslucir delante
de sus subordinados.
Allí
había un solo subordinado, y cualquier auditorio que pudiese ser causa
potencial de posteriores dificultades podía ser silenciado con facilidad. Sin
embargo, la cosa resultaba sorprendente, y el teniente que ejercía las
funciones de secretario y de guardaespaldas tembló mientras escuchaba.
—El
cronometraje está equivocado, pero el hecho es un hecho. Tiene que ser un
hecho, o todos nuestros agentes deberían ser enviados a Siberia.
—Desde
luego, tenemos que actuar. La acción tiene que ser inmediata. Estamos
amenazados de...
—¡No!
Vlada
se oyó hablar a sí mismo, y todo su cuerpo se conmovió por ello. Se quedó
pálido, temblando. Pero había hablado, y aunque quisiera no podría tragarse la
palabra que acababa de pronunciar.
—¿No?
Entonces, ¿qué es lo que sugieres, palomino, como no sea el defendernos de esta
agresión capitalista? ¿Qué nos sentemos con los brazos cruzados y esperemos a
que nos dicten las condiciones de nuestra rendición? ¡Habla!
—¡Enviarles
un submarino infectado, y comprobar si pueden aniquilar a la bacteria que
nosotros hemos desarrollado!
La
garganta de Vlada estaba seca, y su voz no era la suya habitual. Ningún poder
de la tierra hubiera logrado hacerle abrir la boca, pero la había abierto, y
estaba esperando el rayo que iba a fulminarle de un momento a otro.
—Enviarles...
¡Ah, desde luego! Ellos pueden vencer a sus bacterias, y han utilizado un medio
de lo más dramático para decirnos que pueden vencer a sus bacterias. Pero,
¿pueden vencer a los productos de nuestros laboratorios? Esto es lo que vamos a
comprobar. Pero seremos tan sutiles... más sutiles, incluso, que nuestros
amigos capitalistas. No les enviaremos nuestro submarino directamente. Lo
enviaremos a una pequeña isla, y veremos si sienten deseos de probar la muerte,
el ahogo, los horribles sufrimientos y la pérdida de la razón, que es el
destino que aguarda a aquellos isleños...
En
Peiping, la inquietud no era menos intensa... pero la reacción fue algo
distinta.
Al
científico sometido a interrogatorio no le quedaban esperanzas. Podía contestar
sinceramente, ya que no había nada que pudiera salvarle de la suerte que le
estaba reservada.
—La
especie era virulenta. No existe ningún antídoto conocido... nada podía salvar
a aquel puerto, ni a la mayor parte de África, ni a la mayor parte de la
India... y no existía ningún medio para que el mundo pudiera averiguar de dónde
procedía el submarino portador de la muerte, excepto que había sido construido
en Norteamérica. Las bombas hubieran llegado como represalia, sembrando la
muerte y añadiéndose al horror de la epidemia, de modo que una gran parte del
mundo hubiese quedado libre para ser ocupada por el gran Pueblo del Dragón. Habíamos
calculado que una tercera parte de nuestra propia población habría caído en el
holocausto, lo cual nos hubiera resuelto muchos problemas Los pueblos de color
canela de la India y los pueblos de color negro de África nos hubieran
suplicado que les admitiéramos en la unidad de los pueblos amarillos, para
defenderles de las locuras de los pálidos pueblos del Oeste. No existe ningún
antídoto... pero la epidemia ha sido cortada. No puedo creerlo. Iría a reunirme
con mis antepasados alegremente si antes pudiera saber la respuesta a este
enigma.
Aquella
noche, Bill Howard apareció en la pantalla con su feo rostro más sonriente que
nunca, y su traje de tweed y su áspero pelo rubio m s desordenado que de
costumbre.
—Hoy
es un gran día para todos los habitantes del planeta —dijo—. Lo que ha ocurrido
en Suez tiene indudablemente una enorme importancia política, y todos los
estadistas y todos los políticos tendrán declaraciones que hacer y conclusiones
que extraer. La evidente curación de Suez ha sido diversamente atribuida a la
técnica norteamericana; a la técnica rusa; a Mahoma y al Dios de los
cristianos. Todos los habitantes de la Tierra —siguió diciendo Bill Howard—,
estamos amenazados de un modo abstracto, pero nosotros, la gente de la calle,
queremos dejar estas cuestiones para los teóricos, mientras nos congratulamos.
Ya que para nosotros, la gente de la calle, lo que tiene verdadera importancia
es que en lugar de vernos obligados a enfrentarnos con la más degradante, con
la más increíble, con la más horrorosa de las perspectivas: la guerra
bacteriológica, nos encontramos en plena paz bacteriológica.
Después
del difundido, las trece brujas aparecieron bailando y cantando, y detrás de
ellas, como un telón de fondo, se encontraba el brillante y limpio decorado submarino-cabaña.
¡Brujas
del mundo uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia
AHORA! —cantaron—.
Pestilencia o peligro, enfermedad o desastre, Witch lo limpia todo limpio,
limpio, limpio!
¡Ah!
—dijo la voz en off del locutor—. ¿Qué producto Witch desea usted? Witch
es el moderno sistema de limpieza que ha utilizado lo mejor de las técnicas
modernas, se ha extendido por todo el mundo...
Randolph
contemplaba el programa escépticamente. Se recordó a sí mismo que lo habían
preparado los mejores abogados y los mejores agentes de publicidad. Sin embargo
experimentaba la desagradable sensación de que la cosa estaba llegando
demasiado lejos.
Está
bien pedir la luna —pensó, mordiéndose el labio inferior—. Pero ¿no es un poco
arriesgado reclamar paz en la tierra para los productos Witch?
Tomó
nota mentalmente de que a la mañana siguiente debía llamar a BDD&O. Por
entonces ya se habría dejado sentir la reacción del auditorio, y podría
decidir...
Era
casi mediodía cuando Randolph recordó la llamada que se había propuesto hacer a
BDD&O. Oswald se puso al otro lado del hilo casi inmediatamente.
—Aquí,
Randolph —dijo—. Le llamo acerca del anuncio de anoche. Me pareció un poco
fuerte reclamar paz en la tierra para los productos Witch. ¿Qué es lo que
preparan para esta noche?
—¡Insistiremos
en lo mismo! —la voz de Oswald era exultante—. ¡La cosa marcha; estamos en
todos los programas de todos los canales. Nos consideran como algo excepcional.
La Wicht levanta cabeza, Salem está aquí, con un nuevo "twist" y
un estribillo publicitario... y todo eso. Pero los productos Witch suben
como la espuma. Estaba seguro de no equivocarme cuando basé nuestro contrato en
un porcentaje sobre las ventas. ¡Vamos a hacer saltar la banca!
Randolph
rumió la idea en silencio.
—Oswald
—dijo—, es una antigua costumbre del pueblo norteamericano tomar a broma lo que
no puede comprender. Pero, no hay que llevar las cosas demasiado lejos. ¿No le
parece que ese slogan Brujas del mundo, uníos suena a comunista?
—Cada
vez que alguien habla de mantener al mundo pacíficamente unido, de unidad, no
falta quien empieza a gritar comunismo... ¿Desde cuándo tiene el
comunismo la exclusiva de la unidad? Su compañía es internacional, ¿no es
cierto? Es la International Witch Corporation, ¿no? Usted no se limita a vender
productos Witch en los Estados Unidos: tiene mercados en Europa, y en África, y
en la India, a no ser que yo haya leído mal los gráficos de ventas. ¿Por qué ha
de preocuparle el utilizar ese slogan? Nuestras ventas suben como la espuma en
todas partes —continuó Oswald en tono satisfecho—. ¿Qué quiere usted expresar
al decir que no hay que llevar las cosas demasiado lejos? Tiene usted al mundo
en un puño... ¿Acaso quiere soltarlo? Incidentalmente —añadió, en un tono más
tranquilo— he recibido la visita de un chiflado que me ha dado qué pensar. El
chiflado me ha dicho que, ahora que tenemos a las brujas del mundo unidas, por
qué no hacemos un verdadero trabajo de
limpieza, en un barrio pobre, por ejemplo. Me ha dado qué pensar, se lo aseguro.
Una buena causa no le ha hecho nunca daño a un programa.
Randolph
se mordió el labio inferior en silencio unos instantes, y Oswald, conociendo
a su cliente, esperó pacientemente.
—La
idea me gusta mucho más que la de reclamar paz en la tierra para los productos
Witch —dijo Randolph finalmente—. ¿Por qué no busca usted un barrio pobre que
podamos sanear sin que nos cueste demasiado dinero? El tema de la limpieza no
es malo... Lo que no me parece bien es lo de la paz en la tierra referido a
nuestros productos. Le diré lo que ha de hacer. Vamos a invertir unos cincuenta
mil dólares en un trabajo de saneamiento, y usted podrá utilizar el tema
para la publicidad. Deje al mundo para los políticos y para los cabezas a
pájaros.
Después
de colgar, Randolph se quedó en pie junto al teléfono, mordiéndose el labio
inferior. ¿Podría sanearse algo así como un barrio pobre por unos cincuenta mil
dólares?
Oswald doblaría la cifra en su propio cerebro, desde luego. Siempre lo hacía.
Pero procuraría que revirtieran en las ventas. Su contrato estaba ligado a las
ventas.
Sí,
pensó, era mejor apartarle del camino que estaba siguiendo. Con abogados o sin
ellos, aquella clase de publicidad era peligrosa.
El
asunto costó una semana de trabajo y la colaboración de todos los miembros de
la plantilla que pudieron ser sustraídos de los otros programas, así como los
que estaban asignados al programa Witch.
El
barrio pobre había sido localizado: tres edificios en una pequeña manzana
junto a Battery, rodeada de edificios nuevos. Los inmuebles eran de los que
tienen un retrete para cada planta, instalación de agua fría únicamente, y una
familia en cada habitación. Seguían existiendo en aquella zona residencial
porque estaban ligados a una herencia y no podían ser vendidos. Pero podían ser
remozados, y a tal fin se firmaron contratos y se solicitaron permisos hasta
que los documentos llenaron todo un fichero. Costaría unos cien mil dólares,
desde luego... o quizá más. Pero Randolph lo había autorizado. Siempre citaba
la mitad de la cifra —o menos— que había que emplear. De todos modos, las
ventas compensarían aquel desembolso, ya que la cosa produciría un fuerte
impacto. La preocupación por el dinero era lo último que podía esperarse de
Oswald. Tenía a un toro agarrado por los cuernos, y sus ingresos dependían de
las ventas...
Durante
aquella semana, mientras el trabajo avanzaba, se emitió el nuevo programa
publicitario.
Limpio,
limpio, limpio con Witch. ¿Qué es lo que las brujas limpiarán a continuación?
¡Brujas del mundo, uníos! Uníos para sanear este viejo mundo y hacerlo
habitable...
La
noche en que iba a ser exhibido el nuevo trabajo de limpieza, Randolph
sintonizó su receptor de TV tan ignorante de los detalles como el último de los
televidentes. Le preocupaba un poco el hecho de que Oswald hubiera insistido en
mantenerle a oscuras acerca de todo, pero Randolph tenía los mejores
publicitarios, y los mejores abogados del país trabajaban en el asunto; y,
evidentemente, la subida de la curva de ventas en las dos últimas semanas había
sido muy espectacular.
—Esta
noche tendremos el mayor auditorio del año en la televisión —le había dicho
aquel mediodía Oswald, jubilosamente—. Hemos estado preparando a la gente, y
los sketchs "Salen con un nuevo "twist" y una canción
publicitaria" han continuado en esta red —su coste era relativamente
pequeño—, e incluso pienso incluir algunos de ellos en los programas realmente
importantes que estamos preparando.
Bill
Howard apareció en la pantalla, con su ancho rostro de facciones vulgares
inclinado hacia los telespectadores a través de la mesa.
—La
noticia más importante del país en estos momentos —dijo Bill en tono solemne—,
es el mayor trabajo de saneamiento efectuado por particulares en esta nación.
Hay un barrio pobre aquí, en Nueva York —continuó—, y las Brujas del mundo se
unirán para sanearlo... esta noche.
Luego
desplegó aquella poderosa personalidad que le había convertido en el locutor
más conocido de la TV y de la radio. Tenía un modo de decir las cosas que les
infundía humanidad, era como si, descorriendo una cortina, introdujera a sus
oyentes en las vidas reales de personas auténticas. Desplegó su poderosa
personalidad, y empezó su tarea.
En
primer lugar mostró un gran mapa de Nueva York, y habló de que la gente
consideraba a la ciudad como un lugar enorme, impersonal, pero que no lo era.
Bill hizo ver que la ciudad era el hogar de todo el mundo.
Luego
señaló en el mapa el punto exacto donde estaban situados los edificios. A
continuación, pasó una película y mostró la parte trasera de los edificios, que
era un vertedero de basuras, y una habitación en la cual dormía una familia de
siete miembros y el retrete que compartían con otras cinco familias.
Después,
Bill apagó el proyector, y llevó a aquella familia junto al micrófono, todos
ellos sucios y con ropas que tenían muchos años de existencia... incluso las
del bebé. Los zapatos de un chiquillo carecían de suelas, y a los de otro
muchacho les habían abierto un boquete en la parte delantera, a fin de que
pudieran contener los pies a medida que iban creciendo.
—No
hemos añadido nada a lo que hemos encontrado —dijo Bill—. Voy a presentarles a
esta familia con el nombre de Jones. Esta es una parte muy real de América
—añadió, y su voz temblaba un poco.
Si
estaba fingiendo, pensó Randolph, era el mejor actor que había visto en su
vida.
Randolph
se alegró de estar solo y de no tener que hablar con nadie. También él estaba
impresionado.
—Y,
ahora —dijo Bill a su auditorio—, ha llegado el momento de las brujas...
La
cámara se desvió, y apareció un modelo de cartón piedra de los edificios,
construido de modo que pudieran verse las ventanas sin visillos y la suciedad
iluminada por una sola bombilla colgada de un cordón. Todo aparecía cubierto
con un sudario gris. Randolph recordó el sudario que había aparecido en la
pantalla dos semanas antes y se dio cuenta de que era un efecto de luces sobre
una cortina de malla, pero el resultado obtenido era realmente bueno.
Las
trece brujas, de piernas largas y delgadas bailaban blandiendo sus productos y
entonando su canción. Sus negras capas orladas de rojo se entreabrían de cuando
en cuando de modo que el auditorio pudiera verles las largas y delgadas
piernas.
¡Brujas
del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia
AHORA!
Y
cada una de ellas lanzaba una rociada de su producto hacia el edificio.
Witch
jabón o detergente,
Witch
limpia rápidamente...
¿Qué
producto Witch necesita usted?
Debería
tenerlos todos...
En
aquel momento se oyó la voz en off del locutor, que decía:
Esta
noche, las Brujas del mundo sanearán un barrio pobre del mundo... un barrio
pobre determinado, este barrio pobre. ¡Brujas, uníos! ¡A limpiar, a limpiar, a
limpiar! ¡Witch limpia!
Las
brujas danzantes lanzaron ahora sus productos contra el propio edificio, y el
sudario gris empezó a iluminarse, a brillar intensamente. En el interior del
edificio, las solitarias bombillas se apagaron unos segundos, pasados los
cuales una luz suave permitió ver las ventanas cubiertas con resplandecientes
visillos.
—Esto
no es una ilusión —siguió diciendo la voz profunda del locutor—. Esto
está sucediendo realmente en la ciudad de Nueva York, muy cerca de Battery.
Les está sucediendo a los Jones y a los Smith que viven allí...
El
coro subió de tono hasta cubrir la voz del locutor.
¡Limpio,
limpio, limpio! ¡Witch limpia!
Se
produjo un fundido llevándose al decorado y a las brujas, y en la pantalla
volvió a aparecer el rostro de facciones vulgares de Bill Howard.
—Dejen
que les presente de nuevo a la familia Jones —dijo Bill—. Les presentaré a
ustedes a los Jones, que son una de las familias que a partir de ahora tendrán
un lugar decente donde vivir... y el mismo milagro les ha sucedido a cada una
de aquellas familias.
Los
Jones aparecieron de nuevo ante la cámara: limpios, con vestidos nuevos,
peinados, un milagro en el campo del transformismo. Randolph supuso que varios
equipos de miembros de BDD&O habían estado trabajando durante la emisión
publicitaria, creando el milagro. Desde el mayor al más chico, los miembros de
la familia relucían literalmente, y sus rostros brillaban con una luz
interior...
Aquella
noche, cuando Randolph apagó la TV, se mordía el labio inferior violentamente.
Tenían que haber gastado más del doble de cincuenta mil dólares, pensó. Se
recordó a sí mismo que debía telefonear a BDD&O a primera hora de la mañana
del día siguiente.
Sin
embargo, eran las once cuando sonó el teléfono de BDD&O.
—Aquí
Randolph —dijo, con el formulismo que se había acostumbrado a utilizar y que
mantenía cuidadosamente.
—Buenos
días —Oswald hablaba en tono muy serio—. Buenos días.
Siguió
un silencio, mientras Randolph esperaba que el otro continuara.
Finalmente,
Randolph dijo:
—Buen
programa, el de anoche. Debe de haber costado mucho m á dinero del que sugerí
—añadió—. De todos modos, era bueno —repitió, pensativamente.
—Randolph
—la voz de Oswald sonó de un modo raro—, no sé lo que costó el programa. No
sé...
º—Un
momento. ¿Dice usted que no sabe lo qué costó? Yo le dije que podía gastar unos
cincuenta mil dólares, y por lo que vi anoche debe de haber costado cuatro
veces más. Estoy dispuesto a llegar hasta los ciento veinticinco mil dólares,
pero no daré ni un centavo mas. ¿Entendido?
—Mire,
Randolph, el trabajo de saneamiento tenía que haber empezado esta mañana. Los
contratos estaban firmados, las brigadas de obreros estaban a punto para
efectuar el trabajo rápidamente, de modo que no hubiera entorpecimientos.
Habíamos trasladado a todas las familias al campo, para que a su regreso
tuvieran un aspecto saludable, y el trabajo tenía que iniciarse hoy, al romper
el alba.
—¿Bien?
—Bueno,
el trabajo ya está hecho.
—¿Tan
de prisa? Acaba de decirme usted que iban a empezarlo esta mañana.
—Sí.
Y cuando me telefonearon desde allí diciéndome lo que ocurría, le dije al
hombre que me llamaba que se tomara una taza de café bien cargado para
despejarse. Pero fui a verlo yo mismo... y el trabajo está hecho. Exactamente
el trabajo que yo había planeado, además. De acuerdo con nuestros planes.
Muebles, pintura, cortinas, visillos, cuartos de baño, y cocinas, instalaciones
eléctricas... Todo, en una palabra. Completamente terminado. Uno de mis hombres
de confianza estuvo allí ayer atendiendo al traslado de las familias. Jura y
perjura que los edificios no habían sido tocados. El contratista dice que va a
demandarnos, porque se presentó allí con las brigadas de obreros para empezar
el trabajo, y se encontró con que alguien lo había realizado ya..Venga usted en
seguida. Iremos a verlo juntos y ya me dirá lo que le parece. ¿Qué es lo que
pone usted en su jabón, amigo?
Por
la tarde, todos los periódicos publicaban la noticia en primera página, y las
agencias la telegrafiaban a toda la nación y al mundo entero. La mayoría de los
artículos hablaban del milagro en un tono humorístico. Se suponía que los
Productos Wicht había hecho el trabajo de antemano, limpiando la parte exterior
durante la noche.
Los
inquilinos fueron entrevistados —Oswald había tenido la precaución de
trasladarlos inmediatamente a los nuevos alojamientos—, pero ninguno de ellos
pudo ser obligado a mentir ni a admitir que aquellos edificios no eran
infectos cuchitriles el día anterior. Bueno, no podía reprochárseles que se
mantuvieran fieles a Witch, teniendo en cuenta que la actuación de Witch para
con ellos era algo así como la de un genio de las Mil y Una Noches.
Desde
luego, el hecho despertó una enorme curiosidad, y al atardecer la policía había
mandado allí tantos hombres que el lugar parecía un campo de concentración.
Cámaras portátiles de TV y de noticiarios cinematográficos, periodistas, y una
multitud que aumentaba sin cesar y que no permitía dar un paso.
Bill
Howard estaba allí cuando llegó Randolph, hablando con un grupo de jóvenes en
una habitación. Oswald se las había arreglado de modo que el fabricante de los
productos Witch dispusiera de una escolta de la policía, y la multitud se
aparto abriéndoles paso en cada uno de los pisos.
Los
inquilinos contestaron a sus preguntas, pero lo hicieron con una hosquedad que
sorprendió a Randolph. Sí, el día anterior aquello era una pocilga. Sí, había
sido remozado indudablemente, durante la noche, mientras ellos estaban fuera.
Sí, en una sola noche.
—Deberían
darme las gracias —le dijo Randolph a Oswald—. Y, en cambio, están actuando
como si yo fuera un personaje sospechoso.
—Es
a causa de la escolta que llevamos —explicó Oswald amablemente—. Esa gente no
simpatiza con la policía. Además, esto es completamente nuevo para ellos.
Randolph
se mordió el labio inferior y llegó a la conclusión de que probablemente Oswald
estaba en lo cierto. Pero la actitud era general y le molestaba. Se marchó
después de examinar lo más brevemente posible el edificio.
Aquella
noche, Bill Howard se mostró bastante
conservador al contar la historia del saneamiento del barrio pobre. No estaba
actuando como el verdadero Howard, según pensó Randolph, sentado enfrente de su
aparato de TV. En la historia que contó había una cita del padre de la familia
Jones, que la noche anterior había aparecido en el programa.
—Reconozco
que es algo maravilloso, mister Howard —le había dicho Jones—. Pero no sería
completamente sincero si le dijera que me gusta. Tengo que admitir que estoy un
poco asustado por todo este asunto.
Era
una nota un poco discordante en el relato, la única, desde luego, pero producía
su efecto. El resto fue una simple descripción, sin mencionar para nada la
parte milagrosa.
Después
del fundido, aparecieron las brujas entonando su cántico tradicional.
¡Brujas
del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!, cantaron, y repitieron la
escena de la noche anterior, mientras la voz en off del locutor explicaba qué
productos Witch habían sido utilizados para hacer al barrio pobre limpio,
limpio, limpio, con la ayuda, desde luego, de carpinteros, albañiles, y electricistas.
Randolph
pensó que aquello estaba mejor. Ya se había hablado bastante de aquel estúpido
milagro.
No
eran aún las diez de la mañana del día siguiente cuando sonó el teléfono de
Randolph.
—Aquí
Randolph —dijo, y oyó la voz de Oswald sin más preámbulo.
—Se
han ido.
—¿Quiénes
son los que se han ido?
—Los
inquilinos del edificio. Han recogido sus cosas y se han marchado. He
enviado a algunos hombres a investigar, y una de las familias se ha trasladado
a casa de unos parientes que viven en el Bronx. Los otros se han esparcido por
diversos lugares, pero los localizaremos. Aquí hay un policía que estaba de
servicio cuando se marcharon. El se lo contará a usted.
—¿Mister
Randolph? Esto es lo que ha ocurrido, supongo. Anoche, en cuanto oscureció, desalojamos
aquella zona. Creímos que debíamos permitirles un poco de descanso a todas
aquellas familias, y obligamos a todos los mirones a que se marcharan. Los
ocupantes de los pisos debieron reunirse mientras nosotros desalojábamos a la
multitud. Todo quedó tranquilo, pero a eso de las dos de la mañana se
encendieron las luces. Inmediatamente empezaron a salir los inquilinos, algunos
de ellos vistiendo sus ropas de viaje. Llevaban consigo algunos cacharros, pero
nada que no hubieran tenido, al parecer, antes del cambio, de modo que nos
imaginamos que lo que se llevaban eran sus pertenencias. No les dijimos ni
palabra. Les dejamos marchar. Algunos de los chiquillos estaban llorando, pero
por lo demás todo estaba tranquilo. Luego, un hombre se me acercó corriendo y
me dijo: "Márchese de aquí. Esto ha sido obra del diablo. Si es usted un
hombre que tiene temor de Dios, márchese inmediatamente de este lugar". A
continuación dio media vuelta y corrió a reunirse con los demás. No teníamos
ninguna orden para detenerlos, de modo que les dejamos marchar. Nos limitamos a
mirar.
Oswald
volvió a ponerse al aparato.
—¿Puede
usted evitar que aparezca la noticia en los periódicos? —preguntó Randolph.
—Los
boletines de la radio lo han difundido ya, y los periódicos lo publicaron a
mediodía. El telégrafo corre demasiado —respondió Oswald.
Randolph
carraspeó nerviosamente, pero Oswald no esperó a que hablara.
—Estoy
trabajando en algo que contrarrestará esto —dijo—. Tengo a todos mis hombres
ocupados en ello. Le llamaré a usted más tarde.
En
Washington, entretanto, se estaba celebrando otra conferencia, mucho más seria,
mucho más crítica.
—Lo
que se estrelló en Formosa era algo más que un avión infectado, señor
Presidente —estaba diciendo el jefe del CIA—. Llevaba bombas bacteriológicas, y
las bombas estallaron. No se había llevado a cabo el menor intento de ocultar
su lugar de procedencia. Desde luego, es de fabricación enemiga. Los cadáveres
que se encontraron a bordo no pudieron ser identificados, y, además, iban
vestidos de paisano. Pero el avión procedía de Moscú. No creo que pase
mucho tiempo sin que sepamos lo peor.
—¿Terminarán
con la epidemia como hicieron la última vez, o se decidirán ahora a enviarnos
sus condiciones de rendición? —preguntó el Presidente.
El
Secretario de Estado y el Secretario de Defensa rompieron a hablar a la vez,
pero fue el Secretario de Estado quien se hizo oír primero.
—Opino
que terminarán con la epidemia —dijo—. Sería una amenaza demasiado directa.
Esto es sólo una suposición, desde luego. Los mejores equipos médicos están
siendo organizados y algunos han empezado su labor. Los mejores bacteriólogos
de la nación están a su servicio. Todos los antibióticos disponibles son
enviados allí.
—¿Ha
trascendido algo de esto?
—No.
—¿Cuánto
tiempo podemos mantenerlo oculto?
—Una
semana. Diez días, quizá, como máximo.
—Tomen
todas las medidas necesarios. Pero procuren que la cosa no trascienda. Declaren
veinticuatro horas de alerta inmediatamente.
—¿Aunque
la alerta despierte recelos y ponga en peligro las medidas que se tomen para
mantenerlo oculto?
—Sí.
Una semana o diez días de tranquilidad no compensarían lo que podría ocurrir si
descuidáramos otras medidas.
A
las cuatro de la tarde, Oswald hablaba por teléfono con Randolph.
—Ya
tenemos el antídoto —anunció jubilosamente.
—La
prensa me está acusando de haber creado un engaño que ni siquiera aquéllos a
quienes beneficia han querido aceptar. Los pocos que han llegado a la
conclusión de que se había producido un verdadero milagro han llegado también a
la conclusión de que estoy aliado con el diablo, y que las brujas se deben
quemar. Los productos Witch son el tema de todas las bromas de los
periodistas, incluso de los más ínfimos, de nuestro país. Saxton ha empezado a
insinuar que detrás de todo esto hay una maniobra política. Se habla incluso de
una investigación del F.C.C. Confío —dijo seriamente—, que su antídoto ser
realmente eficaz.
La
voz de Oswald sonó afectada, y casi alegre.
—Hay
que enfocar este asunto en sus justos términos —dijo—. En primer lugar, tenemos
el hecho de que los productos Witch han obtenido una publicidad tal, que
podemos decir que nadie desconoce en estos momentos su existencia...
—Sí,
y si las iglesias prohíben el uso de los productos Witch, seremos los primeros
en maldecir esa publicidad.
—De
acuerdo, de acuerdo. Esta noche explicaremos minuciosamente que el milagro fue
un milagro de saneamiento, llevado a cabo por los carpinteros y por los
albañiles. Ya sabe, la técnica y la producción en masa norteamericanas en
acción, algo de lo cual debemos enorgullecernos. Y en este cuadro, incluiremos
a Witch como al líder de la milagrosa técnica de los Estados Unidos. Luego...
¿cuál es la cosa más conmovedora del mundo, la que puede llamar más la atención
de la gente? —No esperó la respuesta—. Un chiquillo. Un niño de corta edad,
inválido, al cual Witch puede proporcionar los medios para que se convierta en
una criatura normal...
Oswald
hablaba apresuradamente, sabiendo que Randolph tenía que morderse el labio
inferior un buen rato antes de dar expresión a sus ideas. Esto le daba una
ventaja que quería aprovechar, sabiendo también que Randolph opondría alguna
objeción.
—Disponemos
ya de una niña a la cual una costosa operación puede salvar de quedarse
inválida para toda la vida. He consultado a dos eminentes cirujanos, y me han
dicho que la operación tiene un noventa y nueve por ciento de probabilidades de
éxito. No vamos a hacer sensacionalismos. Nos limitaremos a decir que Witch
sufraga los gastos de la operación. La niña saldrá de los estudios de la
Televisión para ingresar directamente en el hospital. Filmaremos la operación,
filmaremos también el proceso de convalecencia, y proyectaremos las películas
durante unas semanas, hasta que la niña esté completamente curada y ande por su
propio pie... semanas más tarde.
Ahora,
Oswald esperó. Fue una larga espera, una espera desacostumbradamente larga,
incluso tratándose de Randolph. Finalmente, Randolph dijo:
—De
acuerdo. Pero si sucede algo anormal, responderá usted de ello ante los
tribunales.
—Nada
anormal puede suceder. Admito que ignoro aún lo que ocurrió la última vez, pero
terminaremos por descubrirlo. Entretanto, nos tomaremos una semana para
preparar esto —continuó Oswald—. Haremos hincapié en que se trata de una
curación que puede ser obtenida a base de dinero. Nada de milagros, excepto el
milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana. Nada de milagros. Witch
se limita a pagar la operación que necesita la niña. Es muy bonita, además
—añadió—, tiene diez años.
Aquella
noche, cuando Bill Howard se inclinó hacia su auditorio a través de la mesa,
unas gotitas de sudor perlaban su frente. Sin embargo, su voz sonó tranquila.
En la pared, detrás de él, colgaba un gran mapa de la ciudad de Nueva York.
La
gran noticia de aquella noche era una redada en un lugar donde se expendían
drogas. Bill describió el tráfico de drogas en la nación, los esfuerzos del FBI
y de todos los cuerpos de seguridad del país, la persecución de que eran objeto
los traficantes, su eventual localización. Describió el efecto que las drogas
producían en la juventud, esclavizándola para toda la vida, a menos que
pudieran ser curados... y habló de los pocos casos de curación que eran
conocidos.
Luego
describió la redada. Tomó un puntero de su mesa y marcó las distintas fases de
la redada, señalando el emplazamiento del edificio donde habían sido
aprehendidos. Luego recorrió con el puntero el camino que conducía a la cárcel
donde habían sido encerrados los detenidos.
—¿No
podrían nuestros mejores investigadores encontrar una cura eficaz para los
adictos a las drogas? —preguntó a continuación—. ¿No podrían nuestras mejores
instituciones policiales descubrir a los verdaderos autores de estos crímenes?
Los verdaderos autores son los malvados que importan la droga y crean adictos
para lograr consumidores. Los que están encerrados son las víctimas. Si no se
encuentra un medio para curarles, tendrán que ser encerrados otra vez, y otra
vez, y otra vez, ya que su adición les obligar a hundirse cada día más en la
ciénaga del delito para satisfacer su deseo. Si no se encuentra un medio para
curarles, serán unos esclavos durante toda su vida...
Después
del fundido, la cámara enfocó a las brujas, bailando y entonando su canto:
¡Brujas
del mundo, uníos!
¡Uníos
para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch
limpia AHORA!
Witch
jabón o detergente,
Witch
limpia rápidamente...
La
voz en off del locutor explicó de nuevo el milagro del saneamiento del barrio
pobre: un milagro de la técnica norteamericana. Luego esbozó el próximo milagro
que la Witch Corporation se disponía a patrocinar. Este, dijo, sería un milagro
de la técnica médico-quirúrgica norteamericana.
Witch
pagaría los gastos originados por una costosa operación indispensable para que
una niña pudiera volver a andar, después de una enfermedad que padecía desde
hacía varios años y que la había dejado tullida. Podían injertársele nuevos
huesos, nuevos músculos. La técnica médico-quirúrgica norteamericana, en toda
su extensión, sería puesta al servicio de aquella niña.
Conserve
su salud manteniéndose limpio con Witch, aconsejó el locutor. Witch sufragaría
los gastos de una operación destinada a remediar los efectos de una enfermedad.
Entretanto, los clientes de Witch podían utilizar la medicación preventiva de
una buena limpieza que les ayudara en su lucha contra las enfermedades, en
tanto que los investigadores de la medicina norteamericana se esfuerzan por
encontrar su verdadera protección.
Eran
las diez y media de la mañana del día siguiente cuando sonó el timbre de la
puerta.
Un
hombre alto, con abrigo, sombrero en mano, estaba en pie al otro lado de la
puerta. Randolph se quedó mirándolo, con expresión interrogadora.
El
hombre se llevó una mano a la solapa, para mostrar una chapa prendida en su
parte interior, y Randolph se hizo a un lado invitándole a entrar con un gesto.
—No
he visto con claridad su chapa —dijo Randolph, cuando hubo cerrado la puerta
detrás de su visitante—. ¿Quién es usted?
—Brigada
de Narcóticos —dijo el hombre brevemente—. Participé en la redada de anoche.
—¡Oh!
¿La redada que citó Bill Howard en su boletín de noticias?
—Sí.
En la misma. No creo que exista ninguna conexión, y mi jefe se echó a reír
cuando le sugerí que existía una conexión.
—¿Una
conexión?
—Verá,
me tomé un descanso mientras interrogaba a los individuos que pillamos.
Tratando de llegar a los peldaños más altos de la escalera. Estaban drogados
hasta las orejas, y a veces puede obtenerse algún informe valioso si se les
interroga adecuadamente. Pero es un trabajo agotador, y decidí tomarme un descanso.
De modo que salí a tomar un café al otro lado de la calle, y había un aparato
de televisión funcionando, y vi a su Bill Howard. Me marché en el momento en
que aparecían sus brujas, gritando aquello de que limpia AHORA. Entré
directamente en la Jefatura y empecé de nuevo con el interrogatorio, pero el
individuo que me había llevado para que le interrogase no estaba drogado.
Estaba... bueno existe una diferencia bastante notable entre los que están
drogados y los que no lo están. El tipo no estaba drogado, pero empezó a darme
toda clase de detalles acerca de los puntos más altos de la distribución de la
droga conocidos por él. Me estaba engañando, desde luego, y le pregunté cuándo
había tenido su último pinchazo[2]. Menos de veinte minutos
antes de la redada, me dijo, más fresco que unas pascuas. Los individuos con
los cuales había hablado antes se habían comportado de un modo... distinto.
Todos hacen igual. Cuando están bajo los efectos de la droga. empiezan mostrándose
obstinados como una mula... y acaban cantando como canarios. No creí una sola
palabra de lo que me decía, desde luego. Pero no podemos descuidar ninguna
pista, por descabellada que parezca. Estoy en la Brigada de Narcóticos desde el
año de la nana, y tengo una gran experiencia en ese sentido. Claro que no lo
creí. Había oído algunas historias acerca de los productos Witch y del milagro
de Battery algo así como una broma, y pensé que quizás... en fin, ya sabe... De
todos modos, lo consulté con mi jefe, pero, como ya le he dicho, se echó a
reír. Tal vez usted se eche también a reír, pero he creído que tenía el deber
de investigar...
Al
mismo tiempo en Washington, el gabinete estaba reunido en sesión plenaria. Los
informes llegados de Formosa eran peores de lo que los más pesimistas habían
imaginado. La bacteria atacaba los nervios y el cerebro, y las víctimas
padecían unos dolores horrorosos.
—Ha
invadido toda la isla. Supongo que su poder de contagio es enorme, cualesquiera
que sean los métodos utilizados para extenderla —informó el jefe de la CIA.
—¿Alguna
noticia de la embajada?
El
Secretario de Estado respondió a la pregunta.
—Ninguna.
Las llamadas dirigidas al embajador sólo han recibido la respuesta de que no se
encuentra allí. No he podido hablar con nadie cuya categoría supere a la de un
cuarto ayudante de subsecretario.
—Al
menos, la noticia no ha aparecido en los periódicos ni ha sido radiada.
—No
sé cuanto tiempo podremos mantenerlo en secreto. La mayoría de nuestros
periódicos saben que existe una alerta de veinticuatro horas —esto no ha podido
ocultarse—, pero hasta ahora he conseguido que no lo publiquen. Sin embargo,
tendremos que ofrecerles alguna explicación, y pronto. No se resignarán a
mantener una actitud pasiva durante mucho tiempo, al menos sin saber los
motivos.
—¿No
podría usted decirles la verdad, haciéndoles comprender la importancia de que
el asunto no sea difundido, por las consecuencias que podría acarrear?
—Ya
había pensado en ello. Pero, aun admitiendo que llegara a convencer a la
mayoría de periodistas, siempre hay algún Joe en alguna parte que cree que el
pueblo norteamericano tiene derecho a conocer su destino antes de que sea
decidido, sin preocuparse de los efectos de su revelación... y sin importarle
el hecho de que los representantes elegidos por ese mismo pueblo consideren que
la noticia puede ser improcedente.
—Bien,
mantenga las medidas adoptadas todo el tiempo que le sea posible. Y avíseme
antes de que la cosa estalle.
—Si
puedo. No soy un mago. Quizá no logre enterarme de cuándo va a estallar
—replicó sarcásticamente el jefe del CIA.
A la noche siguiente, la gran noticia
fue el lanzamiento, desde Cabo Cañaveral, de una nave espacial cuyo objetivo
era la luna. Si la nave, llena de animales vivos, conseguía aterrizar con éxito,
no tardaría en enviarse a un hombre a aquel planeta. Estaba ya previsto. El problema consistía en el
aterrizaje de la nave, un pequeño vehículo espacial, completamente equipado
para mantener vivo a un hombre durante dos años, en el caso de que fallaran los
planes trazados para su regreso a la tierra.
La
voz de Bill Howard sonaba excitada, mientras se pasaba los dedos por los
cabellos, inclinándose hacia su auditorio a través de la mesa, con el mapa de
Florida detrás de él.
—Para
los estadistas, el problema consiste en saber quién llegará antes, y quizá en
saber quién controlará las rutas del espacio —dijo después, describiendo el
lanzamiento en marcha. Pero para los pueblos del mundo, esto representa al
género humano alcanzando las estrellas. Se ignora —dijo solemnemente— si el
fracaso de muchos de nuestros lanzamientos se ha debido a error humano o a
sabotaje. El error humano es una debilidad de los hombres. El sabotaje se debe
a una imperfección del mundo, que sigue dividido cuando se dispone a alcanzar
las estrellas. ¿Existe algún error mecánico en el lanzamiento de esta noche?
¿Hay algún saboteador en acción? O, cuando el lanzamiento sea una realidad,
dentro de una hora, ¿cruzará la nave la atmósfera terrestre en la primera etapa
de la conquista de las estrellas por el hombre? ¿Es perfecto nuestro pájaro
esta vez? —preguntó, mientras se producía el fundido.
Las
brujas bailaron y entonaron su canto:
¡Brujas
del mundo, uníos!
¡Uníos
para hacerlo limpio limpio, limpio!
¡Witch
limpia, AHORA!
Randolph
se mordía aún el labio inferior cuando se acostó aquella noche. El agente de la
Brigada de Narcóticos se había marchado tranquilamente. Existían respuestas a
todas las preguntas, y esto no le preocupaba en absoluto.
Por
otra parte, se alegraba de que la niña tuviera su operación. Injertar huesos y
músculos podía ser milagroso, pero se trataba de un milagro explicable, que
todo el mundo comprendía.
No
se hablaba ya de una investigación del FCC, pero aquellos rumores habían sido
como para excitar a cualquiera. Últimamente, todas las cosas habían resultado
excitantes. Pero, a pesar de ello, la curva de ventas de los productos Witch
mantenía con firmeza su tónica ascendente.
La
nave espacial norteamericana aterrizó en la luna la mañana del día en que la
niña inválida debía aparecer en el programa Witch.
Para
el pueblo norteamericano. fue un día de fiesta comparable al Cuatro de Julio.
En la Casa Blanca, la tristeza colgaba como un sudario.
—Ahora
tendrán que moverse rápidamente —le estaba informando el Secretario de Defensa
a su jefe—. No pueden permitirse el lujo de dejar que pongamos a nuestro hombre
en la luna.
—No
podemos lanzar a un hombre a la luna hasta que hayamos demostrado con otro par
de lanzamientos, por lo menos, que podemos situarle con éxito —declaró el jefe
de los servicios de seguridad—. La amenaza de nuestros enemigos no es nada
comparada con la de la opinión pública si fracasáramos en un intento estando
una vida humana en juego.
—Formosa
está dejando filtrar información —admitió el jefe de la CIA—. No podremos
mantenerlo oculto más de tres días.
El
Presidente apoyó una mano en su escritorio.
—Otros
dos lanzamientos significan al menos seis meses antes de que un hombre llegue a
la luna armado. Tres días significan que Formosa estará en los periódicos de
esta semana. Cuando se difunda la noticia, hay que agregar que nuestros médicos
y bacteriólogos están en camino de encontrar un antídoto. Hay que decirlo de
modo que, si ellos se deciden a cortar su epidemia, como hicieron en Suez, el
triunfo sea nuestro. Esto es lo mejor que podemos hacer ahora. Además de
esperar un milagro. Y los milagros son populares en estos días —añadió
amargamente.
A
la mañana siguiente, cuando Randolph fue a abrir su puerta respondiendo a una
llamada, se encontró frente al rostro ancho y feo de Bill Howard.
—He
venido a hacerle una pregunta a la que creo no podrá usted contestar —dijo
Howard premiosamente, desde el umbral de la puerta—. He venido a preguntarle a
usted qué hay acerca de las brujas.
Randolph
se mordió el labio inferior, de pie junto a su visitante, mucho más alto que
él, consciente de lo refinado de su propio aspecto en comparación con el
aspecto descuidado del otro. Como un lanudo perro, pensó Randolph. Un enorme,
desgreñado y lanudo perro de San Bernardo.
—¿Qué
es lo que pasa con las brujas? —preguntó finalmente.
—Verá...
han ocurrido algunas cosas muy raras. Aquel barrio pobre, desde luego. Yo
estuve allí, desde luego. Lo vi. Y hablé con la gente.
Se
produjo un breve silencio antes de que Randolph contestara.
—¿Y
bien?
—Bueno,
sucedieron unas cuantas cosas más. Un agente de la Brigada de Narcóticos vino a
verme. Sólo a título personal. Sólo por curiosidad. Estaban tratando de
localizar a los que dirigen el tráfico de drogas, por medio... a base de los informes
obtenidos de los individuos capturados en la redada. ¿Y el asunto de Cabo
Cañaveral? ¿Estaba usted escuchando aquella noche?
—Siempre
sintonizo su programa. Me ha parecido que hoy era un día de fiesta. La nave
espacial aterrizó.
—Sí,
sí, un día de fiesta. Soy periodista, y estoy enterado de muchas historias que
no trascienden al público. Estoy enterado, por ejemplo, de que una hora antes
del lanzamiento, un hombre murió repentinamente de un ataque al corazón. El
técnico que ocupó su lugar —no va a interrumpirse un lanzamiento como éste por
un ataque al corazón— comprobó los mecanismos de la nave y descubrió un fallo
que podía haber dado al traste con todo. También había un circuito que había
sido cambiado, pero lo atribuyeron a causas obligadas, ya que el nuevo circuito
era más exacto. Y creyeron que era obra del individuo que había muerto.
—¿Y
qué?
—Pues...
bueno, nada. Sólo quería hacerle una pregunta. Las brujas no tocan nada real en
nuestros días, desde luego, de modo que incluso en el caso de que... de que
fueran... bueno, algo mágico, no podrían haber estado mezcladas en todo esto.
Esta
vez no existió ni siquiera una pausa para morderse el labio.
—¿Está
usted tratando de insinuar que los productos Witch...?
La
pregunta quedó colgada en el aire, pero Bill Howard no apartó la mirada de los
ojos de su interlocutor.
—Mister
Randolph, no trato de insinuar absolutamente nada. Ni siquiera he hablado de
esto con nadie, ya que si lo hiciera se reirían de mí, usted el primero. Lo
único que le digo es que llevo unos días tratando de sumar dos y dos, para que
me dé cuatro. ¿Puedo preguntarle si sabe algo que pueda ayudarme en la
operación?
Randolph
volvió a morderse el labio inferior y los dos hombres se miraron fijamente unos
instantes. Luego, Randolph dijo en tono grave:
—Mister
Howard, hace veinticinco años que fabrico los productos Witch. Desde que empecé
a fabricarlos, con una fórmula muy buena, han sido ampliamente mejorados. Creo
sinceramente que son los mejores productos de limpieza que actualmente pueden
obtenerse en el mundo. Son eso, exactamente, y nada más que eso. De modo que
tendrá usted que buscarle otra solución a sus dos y dos, los cuales tengo que
admitir que constituyen una espectacular acumulación de coincidencias, aunque
no por encima de los límites de lo creíble. Yo mismo sospeché que BDD&O
estaba llevando a cabo una especie de fraude en el primer caso. Si se producen
otros casos semejantes, suspenderé los programas, prescindiré de los servicios
de la agencia, y pediré que el FCC efectúe una investigación a fin de que quede
limpio el nombre de Witch, que no ha sido ni será nunca cómplice de ninguna
clase de fraude, y mucho menos de un fraude de la importancia del que ha tenido
lugar, el cual confieso que no entiendo, aunque espero que el FCC conseguir
aclarar por completo. Buenos días, mister Howard.
Con
estas últimas palabras, Randolph dio por terminado su desacostumbradamente
largo discurso. A continuación giró sobre sus talones y dejó que Bill Howard
encontrara por sí mismo el camino de la puerta.
Aquella
noche, cuando Bill Howard terminó con su boletín de noticias, la cámara no
recogió a las brujas. En su lugar apareció un locutor.
—Esta
noche, los productos Witch se complacen en presentarles a una simpática niña
—dijo el locutor, en un tono suave que contrastaba con el agresivo utilizado
por Bill Howard.
Mientras
hablaba, la cámara retrocedió para ampliar su ángulo de visión e incluir en la
pantalla, detrás del locutor, a una niña rubia sentada en una silla de ruedas.
El pelo le caía en cascada sobre los hombros y estaba cuidadosamente peinado.
Sus ojos tenían una expresión entre tímida y asustada. Sus manos se aferraban a
los brazos de la silla de ruedas, como buscando un punto de apoyo. Sus piernas
estaban cubiertas con un chal.
—Esta
es Mary —dijo el locutor, inclinándose hacia la niña—. ¿Quieres saludar al
auditorio, Mary?
La
niña fijó unos segundos en la cámara sus profundos ojos azules, para volver a
apartarlos rápidamente.
—Hola
—dijo, con voz apenas audible.
—Mary
no está acostumbrada a encontrarse delante de tanta gente —explicó el locutor—.
Mary ha estado sentada en esa silla de ruedas durante tres años, desde que una
terrible enfermedad le dejó paralizadas las piernas. Confiamos en que Mary
podrá volver a andar. Los mejores cirujanos del país han sido consultados, y
creen que una operación podrá devolverle el uso de sus piernas. La
International Witch Corporation lo ha arreglado todo para que la operación se
lleve a efecto. Mañana, Mary ingresará en el hospital. Será intervenida muy
pronto. Y, dentro de unas semanas, es probable que vuelva a andar. ¿Te
gustaría, Mary? ¿Te gustaría volver a andar? —preguntó, inclinándose hacia la
niña.
De
nuevo, los ojos se alzaron un breve instante. De nuevo, se apartaron tímidamente.
—Sí
—dijo Mary, con su voz apenas audible.
—Entonces,
volverás a andar, si es que la cosa es factible —dijo el locutor, mientras la
cámara retrocedía todavía más, para incluir un escenario en el cual bailaban
las brujas.
Las
brujas se movían en el escenario, no en dirección a Mary sino hacia el centro,
bailando y entonando su canto.
¡Brujas
del mundo, uníos!
¡Uníos
para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch
limpia AHORA!
En un ángulo de la pantalla, el cuerpo
infantil se estremeció repentinamente en su silla de ruedas. Mary respiró
profundamente, se puso pálida, y luego roja. Con un gesto violento apartó el
chal y se quedó mirando sus piernas. Su mano se inclinó hasta tocarlas.
En
el escenario, una de las brujas dejó de bailar para mirar lo que estaba
sucediendo. Las otras se dieron cuenta e interrumpieron también su baile. El
canto cesó...
Y Mary se puso en pie, mirándose las
piernas. Dio un paso hacia la cámara, y otro. Sus ojos azules se alzaron,
maravillados.
En medio de un silencio absoluto, Mary
anduvo hacia la cámara, con los ojos abiertos como platos. Con voz apenas
audible, habló.
—Estoy... estoy andando —dijo Mary.
Los
periódicos lo calificaron del fraude más cruel de todos. Publicaron la noticia
de la suspensión del programa Witch, por orden de la emisora y por orden de la
International Witch Corporation.
Publicaron
las declaraciones de oficiales del FCC anunciando que iba a abrirse una
investigación.
Publicaron
las declaraciones de Randolph anunciando que iba a demandar a la BBD&O.
Publicaron
las declaraciones de Oswald anunciando que iba a demandar a los productos
Witch.
Pero
en lo que más insistieron fue en la historia de una niña, que había
desaparecido y no podía ser localizada. Que probablemente había recibido el
beneficio de una operación que le había permitido recobrar el uso de sus
piernas, pero que se había visto obligada a pagar la operación tomando parte en
un cruel fraude de una increíble magnitud.
Bill
Howard continuó en la emisora, aunque, de momento, sin patrocinador. Había sido
descartado, por todas las partes interesadas, la posibilidad de que Bill
hubiera sido cómplice del fraude, y su reputación era inmejorable. Le pidieron
que permaneciera en la ciudad para comparecer como testigo en caso necesario,
pero la emisora siguió otorgándole su confianza y le mantuvo en su puesto. Era
uno de los mejores informadores de la TV, y su modo de hacer que las noticias
calasen en el ánimo de la gente hasta conseguir que las aceptasen como parte de
sus propias vidas, era único. La emisora decidió, pues, mantenerle en su
puesto.
A
la noche siguiente la crisis de Formosa había trascendido y era la noticia del
día.
Los
detalles eran horribles, y fueron explicados minuciosamente. Los que se habían
comprometido a guardar el secreto, al ser desligados de su compromiso, contaron
todo lo que sabían.
Los
efectos del avión infectado, de las bombas portadoras de bacterias, eran los
más terribles que podían ser desarrollados en los laboratorios
bacteriológicos... y superaban a las epidemias naturales que habían azotado al
género humano a través de su historia.
Estos
efectos estaban extendiéndose con la rapidez de un fuego en la pradera en un
día de viento fuerte.
Toda
la zona estaba sometida a una rigurosa cuarentena, y diariamente había que
ampliar su extensión. Ningún avión podía aterrizar y volver a despegar. Ningún
barco podía entrar y volver a salir. Se estaba organizando un servicio de
suministros aéreos lanzados con paracaídas.
La
propaganda que intentaba hacer creer que la duración de la epidemia era
cuestión de horas, o de días, no era creída por nadie. Se recordó Suez, pero
fue recordado como un fraude... y el país estaba más que harto de fraudes.
Randolph
recibía una interminable serie de lo que él denominaba llamadas de chiflados,
preguntándole por qué no entraban en acción los maravillosos productos Witch.
Oswald
recibía también llamadas de chiflados, y también Bill Howard.
Bill
Howard estaba preocupado, y seguía tratando de sumar dos y dos, y cada noche
informaba de los detalles de la situación de Formosa. Los detalles llegaban por
telégrafo con toda su crudeza, y Bill tenía que ir suavizándolos a medida que
los transmitía.
Bill
Howard sudaba en el mes de enero, y cada día hurgaba un poco más, tratando de
penetrar en la realidad que se escondía detrás de las noticias mutiladas por la
censura, que ahora se ejercía de un modo riguroso, incluso sobre los
telegramas. Por teléfono, a través de comentarios y de habladurías, iba
reconstruyendo la verdadera historia... los verdaderos horrores que no podía
transmitir en su boletín.
A
veces se rebelaba contra los censores y contra sí mismo, diciéndose que todo el
mundo tenía derecho a saber lo que pasaba en realidad.
Así
es como termina el mundo, pensaba. Con un sollozo que llega después de la
agonía, cuando la agonía es demasiado intensa.
Y
seguía recordando a una niña que andaba hacia la cámara con los ojos muy
abiertos.
Si
yo fuese un científico —se decía a sí mismo—, si fuera un científico en lugar
de un periodista, podría fabricar un cerebro electrónico que me aclarase las
probabilidades que tengo de obtener una respuesta a mis preguntas. Las
probabilidades, indudablemente, no serían superiores a una entre un billón. Las
probabilidades serían nulas. Las brujas son para quemarlas, se dijo a sí mismo.
Se
dijo a sí mismo un montón de cosas, y siguió sudando sumergido en el frío de
enero.
Habían
transcurrido dos semanas desde que el mundo oyó los primeros detalles acerca de
Formosa, y los detalles eran ahora tan macabros, que no podían ser
transmitidos.
Aquella
noche, con el mapa del mundo detrás de su mesa, Bill Howard se inclinó hacia su
auditorio.
Les
habló del aspecto humano de la historia de Formosa.
Habló
de la gente que estaba allí, sometido a mil torturas, personas de carne y hueso
y no simple material de estadística.
Describió
a una familia, y la convirtió en una familia que vivía en la puerta de al lado.
Madre, padre, hijos, esperando la llegada de la muerte, entre los peores tormentos
que todos los laboratorios del mundo juntos pudieran crear. Una familia que
esperaba de un momento a otro que uno de sus miembros fuera atacado por la
locura. Una familia que esperaba de un momento a otro la más horrible de las
muertes.
Tomó su puntero y mostró el creciente
perímetro de la zona de cuarentena. Señaló la situación del centro del
desastre.
Luego se inclinó de nuevo hacia su
auditorio.
—Escuchen ahora —dijo—, ya que el
mundo no puede seguir soportando esta tortura.
Respiró profundamente y puso toda la
fuerza de su ser en sus palabras.
—¡Brujas
del mundo, uníos! —dijo—. ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!
La palabra final estaba ya en el aire
cuando el censor de la emisora consiguió cortar el contacto.
El
Presidente y su gabinete pusieron al país en una doble alerta. Rusia había terminado con la epidemia de
Formosa, según las últimas noticias, y ahora iban a atacar directamente a los
Estados Unidos antes de enviar su ultimátum.
La
gente de todo el mundo aceptó la historia con una inesperada calma. Al igual
que lo de Hiroshima, era algo demasiado inesperado, demasiado grande,
totalmente inimaginable. Lo que estaba sucediendo era muy raro, desde luego, y
la gente iba a su trabajo con aspecto preocupado, o furioso, o enojado, pero
con una inesperada calma.
Los
periódicos publicaron amplios editoriales acerca del problema, preguntándose
quién había terminado con la epidemia de Formosa —¿tenía alguien la respuesta?—
y dejando para los estadistas el problema de lo que la posesión de una fuerza
tal de saneamiento podía significar. Luego cambiaron radicalmente de tema, ya
que nadie estaba seguro de lo que tenía que creer.
Bill
Howard ya no estaba en la emisora, desde luego. No le importaba. Ahora tenía un
verdadero problema.
Hemos
comprado un poco de tiempo —pensaba—. Un poco de tiempo para desarrollarnos.
Hemos
comprado un poco de tiempo a los fanáticos y a sus estadistas, a los cabezas de
chorlito y a sus políticos, a los militares y a los industriales...
Nosotros,
la gente de la calle, tenemos hoy un poco más de tiempo del que disponíamos
ayer.
¿Cuánto
tiempo?
Bill
Howard lo ignoraba.
En
aquella ocasión, hubo tiempo para actuar. En aquella ocasión, habían
transcurrido unas semanas, mientras la crisis iba en aumento y el mundo se
enfrentaba a una muerte horrible. La crisis había sido larga. Dio tiempo para
que un hombre utilizara su cerebro y encontrara una solución.
La
próxima vez podría ser distinto. Podía haber un satélite esperando, con un
botón dispuesto para ser pulsado. Había una terrible cantidad de botones que
esperaban ser pulsados, se dijo Bill a sí mismo, botones por todo el mundo,
proyectiles teledirigidos apuntando a... sí, a todos los pueblos del mundo.
La
próxima vez podía suceder todo en el espacio de unas horas, incluso de unos
minutos. La próxima vez, las bombas podían estar en el aire antes incluso de
que la gente supiera que los botones iban a ser pulsados.
Bill
Howard sacó su máquina de escribir.
Cuando
uno tiene un problema lo mejor que puede hacer es hablarle a la máquina de
escribir, si es la única cosa que puede escucharle.
¿Cuál
es el problema?, se preguntó a sí mismo. E inmediatamente lo escribió. Empezó
por el principio y le contó toda la historia a su máquina de escribir. Le contó
cómo había sucedido todo.
Ahora,
pensó, hay que encontrarle un final a la historia.
Si
se deja con la indicación Continuar, continuar, desde luego. Alguien pulsará un
día un botón, y, con ello, escribirá la última palabra de la historia: FIN.
El
problema era, en esencia, bastante sencillo explicado en términos de milagro.
Del
modo que iban las cosas, se necesitaba un milagro para que el mundo se
mantuviera unido el tiempo suficiente para disipar todos los malentendidos. Se
necesitaba un milagro para que se impusiera el sentido común, que era el único
sustituto posible contra las impuestas apetencias de guerra.
El poder de las brujas era,
evidentemente, un poder para el pueblo: para el pueblo que necesitaba aquella
protección, que necesitaba aquellos milagros.
Nunca
sabremos quién hizo el trabajo —se dijo a sí mismo Bill Howard—. Es mejor así.
Es como cambiar de sitio un mueble muy pesado. Uno puede decir "Yo no lo
he hecho" pues a pesar de haberlo empujado, no ha conseguido que se mueva.
Uno puede incluso estar seguro de no haberlo hecho. Pero el mueble se mueve si
se coloca a su alrededor a la gente necesaria.
¿Quiénes son las brujas? Son el
pueblo, y el pueblo no es para quemarlo. Para quemarlos son los fanáticos y sus
estadistas, los cabezas de chorlito y sus políticos, los cerebros y los trusts
de cerebros... pero las brujas, no.
Una
hora más tarde, Bill Howard se sentaba de nuevo ante su máquina de escribir.
Había expuesto el problema general... pero ahora tenía un problema específico,
y para un hombre de su categoría profesional, era un problema completamente
sincero.
Necesitaba
otra ocasión para invocar a aquel poder. Sólo una ocasión. Lo suficiente para
eliminar aquella violenta arraigada resistencia a la idea de que el pueblo
tenía poderes... ¡y podía hacer milagros!
Leí este cuento hace más de 35 años. Sería muy bueno que el pueblo (la humanidad) tuviera el poder de solucionar "mágicamente" los problemas del mundo. Comenzando por limpiar los océanos del mundo de la contaminación por plásticos.
ResponderEliminar