Nos quedaremos un momento en un cubito de hielo seco que es eterno, viendo sus gotitas frías siempre: duele; sintiendo el ácido clorofórmico: duele; aceptar los cubitos de mierda: duele; aceptar la orden de no desleírse: duele; enfriar la carne de los cuellos de borrego sangriento: duele. Cubito de hielo ve al borrego muerto. El cubito de hielo no puede, ni podrá desleírse, no podrá ver el sol. El borrego no puede, ni podrá darse cuenta que seguir al pastor es marchar a su muerte, su destino será acompañar al cubito de hielo seco en la refrigeradora. El borrego es seguidor, solo repite: Bee bee hacia su muerte, no sabe quien es, ni quien será ni podrá darse cuenta, hasta que UNO de ellos los despierte.
El ser humano puede desleír al hielo seco, no adoctrinar al borrego. El ser humano es peor que el cubito de hielo, porque tiene conciencia de vivir hacia su muerte, le da miedo ser él mismo, puede ver el sol y derretirse con la vida, pero le gusta estar refrigerándose, preservándose, identificándose, momificándose siempre. El ser humano es peor que los borregos porque pone policías donde no es necesario, es decir la ley de no ser diferente y no pensar diferente en el sentido más profundo, sin la necesidad de ismos.
Lo peor es que los policías somos nosotros y los castigamos a los que se pasan de creadores; por eso buscamos la identidad nacional, la identidad cultural, la identidad eclesiástica, la identidad de género, pero nunca la identidad como seres humanos, porque nos da seguridad, respiramos AAHHH que bien soy alguien con identidad, nos da miedo tener una identidad propia, sacada de nuestra alma, de nuestras entrañas, de nuestra experiencia, de nuestros mitos, de nuestros dioses y diosas, temblamos UUHHH en un rincón y nos cobijamos donde mami.
Toda nuestra identidad ya está con nosotros, no es necesario andarla buscando. No hay que estudiar demasiada historia ni genética para saberlo. Identificarse con la historia, con sus pueblos, con su modo de pensar es una alternativa; pero no se puede imponer a quien piense diferente.
La identidad somos nosotros en cuerpo y alma. Nuestros ancestros fuesen marcianos, incas, atlantes, hotentotes, venusianos, akakorianos, cañarís, aztecas, mayas etc., están en cada una de nuestras células, quizás en nuestros registros akáshicos. ¿Para qué identificarse con ellos? Ni siquiera sabemos quienes fueron en realidad, ni tampoco sabemos quienes somos nosotros.
Dejémoslos partir en el río largo donde al final exista una catarata de altitud infinita, ellos estarían pensando que el ser humano del futuro llegaría a ser él mismo, no repetidores y excavadores de mitos ancestrales.
La historia no tiene el derecho de decirnos que tenemos que saber nuestro pasado para saber nuestro presente y futuro porque la historia que nos enseñan está plagada de mentiras y con el fin de modelar cubitos de hielo secos y borregos.
Todo lo que ha pensado y pensó un ser humano forma parte de nuestro organismo. Nuestra lengua se da por el contacto social, es como comer o tomar agua para vivir. No es necesario preservarla, guardarla.
Para los que seriamente piensan que son ecuatorianos, venezolanos, franceses pues lo serán actuando como tales, se vestirán como ellos, pensarán como ellos, se moverán como ellos, escribirán como ellos, tendrán un arte como ellos, sin darse cuenta que todo esas rajas de machete sangriento que es la patria, inevitablemente forma parte en el lenguaje, en la pobreza, en el inconsciente colectivo.
La identidad de un país le partirá el hocico con una piedra a la identidad del otro país causando guerras interminables, aunque en sus leyes esté respetar sus identidades nacionales. La identidad del indígena y el negro luchará a sangre y fuego con la identidad del blanco y los lagartos azules de los reyes.
La identidad del pobre, del desclasado, del marginado se destrozará a palos los ojos con el rico, el del jacuzzi, el del pent house. La identidad del andino meterá a colación la Cordillera de los Andes hasta en un encebollado con KoKa Kola al amante de la ciudad. El ciudadanísimo le partirá la botella en la cara porque ama el concreto, las discos, los presis, las autoridades, los policías. Acabarán el pleito en la cárcel.
La identidad del cristiano le romperá el Cristo en la crisma al musulmán u otra de las miles de religiones. La identidad del comunista de extrema izquierda con sus dioses Carl Marx, Engels, El Che Guevara y consortes destruirá a la extrema derecha con Benito Mussolini, Adolf Hitler, y sus amados consortes.
Tras todo este circo muchos en la cima de la pirámide que controla los medios, la comunicación, las identidades, la educación, la banca, la televisión, la política, la medicina, se estarán riendo de todos.
La identidad del mundo parece una naranja gigante dividida en 500 millones de partes, no de ideas diferentes que respetan a las otras, sino UNA IDEA como AUTORIDAD y sus lacayas que se escupen hipócritamente entre ellas.
LA IDENTIDAD ESTÁ EN NOSOTROS O SEA EN DIOS.
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