El niño Alfredo bajó la escalinata voluta que le llevaba al rio lleno de mierda de rata. Quería escribir una linda historia donde los hombres vivan lo que escriben, porque toda la literatura es un circo de mentiras. La ficción no es compatible con la realidad. Porqué diablos. Quedaba espacio para Mickey Mouse o máximo Pocahontas. El intelectual literato vestido de corbatín y muselina le aconsejó pasando por el puente: Porqué no trabajas, estás hecho harapos. El visionario sacó la cabeza del tapón que aseguraba la entrada a la alcantarilla y respondió al literato ¿Y tú qué haces? El intelectual literato murió de un paro cardíaco ipso facto.
Escribir una linda historia sobre amor, donde éste triunfe con intervención de un buen mazo de billetes y la intervención del párroco izquierdista es el camino al éxito. Lleva al personaje a un rico pent-house y escupe sobre la boca de Alfredo. El hará el personaje de lacayo y los felices amorosos beberán vino y disfrutarán del Premio Alfaguara o Príncipe de Asturias.
Vemos al literato, pero no vemos a nadie, vemos al artista ¿Dónde? Sólo son numeritos y escritura de acuerdo al molde social. El artista vive en una prisión donde su celda está en si mismo, le acompaña el Cancerbero que lo ayuda con libros exitosos de hombres de cultura, televisión, palmaditas de intelectuales y visiones de premios.
Llegará un día en que los libros no se vendan, ni las pinturas, ni el cine, ni existan galardones por su obra, será lo mejor para sanar el mundo. Serán regalados como empanadas con morocho. En la esquina comentarán sobre el desplazamiento de un político patafísico en cada uno de nosotros.
Cada persona hablará distintos idiomas y a la vez el mismo. La competencia desaparecerá, el Premio Nobel morirá. Sólo entonces conoceremos verdaderos libros de literatura y verdaderos artistas.
El arte perderá su categoría de bien cultural y patriótico para convertirse en un bien humano, en algo vital. Nadie lo envidiará, porque el mundo se habrá convertido en una obra de arte.
Quien ame la literatura y escribir despertará con espinas en su cuerpo, dispuesto a perder el juicio y a lanzarse al fuego sin traje que soporte llamas, dispuesto a perderlo todo, porque la literatura es el más grandioso camino que no tiene destino y carece de fines y objetivos. Es una aventura de carácter metafísico; como tal debemos recorrerla, aunque nos quedemos en la calle comiendo arena, dispuestos a dar la vida por ella. La literatura es la vida en sí misma, es un gusto perderse y morir por ella. El éxito y el fracaso son espejismos de un sapo en una caja bancaria que está pintándose los labios y te pide la cuenta.
La cuenta señor: ¿Es un fracasado en su escritura? Escribiré en tu iris con una aguja hirviendo y haré mi autógrafo que nadie ha visto ni verá.
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