"Sé por experiencia que no puedo soportar la presencia de una persona más de tres horas. Pasado este límite, pierdo la lucidez, me embrutezco, las ideas se me ofuscan y al final o me irrito o quedo sumido en un profundo abatimiento."
Julio Ramón Rybeiro
"Nunca me sentí solo. He estado en una habitación, me he sentido suicida.Estuve deprimido, me he sentido horrible más allá de lo descriptible, pero nunca pensé que una persona podía entrar a una habitación y curarme. Ni varias personas. En otras palabras, la soledad no es algo que me molesta porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo. Siento la soledad cuando estoy en una fiesta, o en un estadio lleno de gente vitoreando algo. Citaré a Ibsen: ‘Los hombres más fuertes son los más solitarios’. Nunca pensé: ‘Bueno, ahora va a entrar una rubia hermosa y vamos a garchar, y me va a frotar las bolas, y me voy a sentir bien’. No, eso no iba a ayudar. Viste cómo piensa la gente común: ‘Guau, es viernes a la noche, ¿qué vamos a hacer? ¿Quedarnos acá sentados?’. Bueno, sí. Porque no hay nada allá afuera. Es estupidez. Gente estúpida mezclándose con gente estúpida. Que se estupidicen entre ellos. Nunca tuve la ansiedad de lanzarme a la noche. Me escondía en bares porque no quería esconderme en fábricas. Eso es todo. Les pido perdón a los millones, peronunca me sentí solo. Me gusta estar conmigo mismo. Soy la mejor forma de entretenimiento que puedo encontrar”.
Charles Bukowski
Hay textos en los que arrojas la tercera persona por la ventana y te enfrentas al texto, listo para desnudarte. Este es uno de esos textos, porque me veo involucrado en este tema de manera muy cercana. Te embarcas en un viaje para navegar en los mares de tu verdad. Este es un texto de adolescencia eterna, de confesarte cosas a ti mismo para ver qué tesoros o desdichas se encuentran en ese mar.
Debo imitarme a mí mismo para topar el tema de mi incapacidad para la vida social. Lo admito: no me gusta estar con la mayoría de gente. Me molesta. Disfruto de la compañía de poca gente. Me identifico con Julio Ramón Rybeiro, hay algo ahí, quizá una herida o una alegría extraña del solitario que hay en mí.
Parece un tema común, pero es la primera vez que escribo sobre esto y es nuevo para mí. No quiero hacer un tema sociológico, ni poético del asunto. Simplemente mis dedos saben más de esto, porque estoy sentado escribiendo sobre este tema y esto fluye, sin previsiones, ni paracaídas linguísticas. Rápido. A lo adolescente. A lo romántico. Sin las precauciones de la escritura. Mi amiga.
Esto no es nuevo. Ya lo ha dicho Bukowski, Cortázar y otros escritores de novelas y ensayos.
En mi poca capacidad para entender este tema, debo arrojar una aseveración para decir que existen dos clases de personas en este mundo, gente sin dentrura y con dentrura. Las primeras pueden tolerar con más habilidad las convenciones familiares, de trabajo y de amistad que las primeras. Se adaptan con más facilidad. Yo pertenezco al tipo de los bailarines solitarios que se siente felices con su mundo interior y comparten con pocas personas un poco de este.
Quizá existe un quiebre en el que la persona con un mundo interior más desarrollado se aparta de la extraversión de sus semejantes, para dar paso a sumergirse en sí mismo. No es raro que a los que pertenecen a este tipo de personas sienten la necesidad de apartarse de un grupo determinado para encerrarse en sus asuntos. Marco Aurelio Denegri, quien murió este 28 de julio, escribió un artículo sobre el tema de cuántas horas es soportable el ser humano. Lo hacía con un tinte marcado de tragicomedia y señalaba que Jean Paul Sartré podía soportar dos horas a un hombre y con las mujeres ese promedio se extendía un poco más, y también aludía a la frase de Giacomo Leopardi: "No hay más raro en el mundo que una persona soportable".
Estas afirmaciones son en cierto sentido cómico. Sí. Haz la prueba. Yo ya hice la prueba. Sal a la calle y pregunta sobre la capacidad que tiene la gente para soportar a otra persona, y muy probablemente sonreirá. Esa sonrisa significa que hay una realidad latente en las personas. Imagínate que existen personas que comparten su cama con su esposa durante casi medio siglo y tienen que soportar todas sus carencias, veleidades y defectos. Es un talento que tienen algunas personas, su capacidad para la vida social. Yo carezco de ese talento. Ese sonreír eterno en cada convención social, ese abrazo fraterno entre todos los círculos sociales. En la mayoría de esos círculos se ha perdido la chispa de la invención, raras veces existe una conversación que valga la pena. En la mayoría de las veces es una retroalimentación de la rutina, del me toca hacer esto, me toca decir esto porque es como debe ser. Eso cansa. Eso es el hastío. Es el cansancio. Y no hay solución. No hay solución, porque somos seres sociales y a pesar de lo fatigoso que sea el trato con nuestros semejantes, debemos vivir con ellos.
Por eso creo que existe el arte, las películas, la sagrada literatura. Es porque la vida que vivimos, las personas que conocemos a diario, muy a menudo no alcanzan para llenar ese vacío, el hambre de vida que tenemos. Por ello algunos seres nos entretenemos con mentiras, con ficciones. Porque son necesarias. Porque nos salvan la vida. Nos hacen más felices, o desdichados, nos transforman, acompañan a nuestro mundo interior. Lo felicitan.
Xavier Velasco llamaba a esos seres los lisiados sociales. Esos seres solitarios que se inventan ficciones, juegos para poder sobrevivir. Porque sus semejantes no entienden su mundo. Paradójicamente esos juegos solitarios, son los que a la final, a los lisiados sociales les motivará para acercarse a sus semejantes. Cuando le preguntaron a Mario Bellatín por qué se hizo escritor, él respondió sin antes advertir que su respuesta puede sonar a pura tontería "Al ser escritor puedo elegir con quién sentarme a conversar".
Es verdad. Y siento que no soy el único que piensa así. Es un tema más común de lo que parece. Es como una enfermedad, sabes que eres así, que tienes los síntomas de tu incapacidad para la vida social, pero el único remedio también será fabricado de tu propio mundo interior, porque sientes que la extraversión no es el camino.
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