Santiago Quelal Pasquel, 17 de abril de 2020
Imagínate mi socio que la portada de The Economist (marzo 2020) se burla de lo que está pasando en el mundo. Se ríen en nuestras caras con el título Everythings Under Control, Big Economy liberty and the virus. Bajo la supuesta libertad económica, está soslayada la cárcel domiciliaria a que nos tienen sometidos en casi todos los lugares del mundo. Sólo sales a la calle y miras exactamente lo que está ocurriendo, una mano del cielo (el poder mediático) nos maneja como títeres y nos convierte en agentes dobles y policías al mismo tiempo.
Mira alrededor mi hermano, y te darás cuenta que esa fotografía es más que eso, es como una radiografía de lo robots en lo que nos hemos convertido a raíz de esta supuesta pandemia. Supuesta porque no hay un sistema de conteo ya sea virtual o físico de las personas que están muriendo de coronavirus, en el cual nosotros, los perros de hocico curioso, podamos verificar si efectivamente se están muriendo de esa enfermedad o es una exageración de la realidad. Lo que nosotros, los perros sumisos, podemos ver son las cifras de los medios de comunicación, cifras que pueden ser tranquilamente manipuladas, porque no existe una revisión objetiva de tal enfermedad. Te has puesto a preguntar mi campeón, por qué no existen autopsias, por qué no hay una explicación clara y concisa de parte de las autoridades y los médicos, que, efectivamente puedan contrastar que la gente se está muriendo de coronavirus.
A la final mi socio, nos están vendiendo la pandemia del miedo. Nos tratan de perros domesticados, sin ninguna construcción propia ética y moral. Sales a la calle que la construcción de uno mismo está mancillada, hipnotizada por el hegemón, por lo que nos dictan las autoridades de arriba, y, claro, efectivamente es eso lo que han buscado las élites y la pirámide del poder, tener miedo a las autoridades y aceptar la sumisión. Obviamente esto pasa en las grandes ciudades donde somos más controlados por la tecnología, las redes sociales, por eso se me ocurrió titular a este artículo como la novela de Mario Vargas Lllosa, (La ciudad y los perros), a diferencia que en la novela los perros son los estudiantes advenedizos, los novatos, los que sufren burlas en un bautizo. En el caso de la pandemia nosotros somos los advenedizos, sin la suficiente sabiduría para pelear con nuestro halo invisible, nuestra aureola invisible del hegemón que nos controla, ese es nuestro collar y al mismo tiempo nuestra mascarilla, como símbolo de nuestra incapacidad de hablar por nosotros mismos, imposibles de expresarnos como individuos y aceptando una voz mediocre de la masa.
En otra parte de la revista The Economist (marzo 2020) aparece la siguiente imagen:
Obviamente es lógico que las nuevas estructuras de poder que nos manejan nos quieren a todos encerrados para endeudar más y más las economías de nuestros países y colocar nuevas tecnologías de dudosa procedencia mientras los perros estemos encerrados. Qué podemos hacer, poca cosa, nos tienen tan amaestrados a seguir órdenes que nos toca esperar lo peor, una guerra civil, saqueos, violencia, sangre, para que la gente se dé cuenta que la obediencia ciega a una supuesta pandemia, no contrastada técnicamente todavía para nosotros los perros. Perro que ladra no muerde es la consigna del poder. Perro que ladra con collar y mascarilla, no muerde, no ladra, no piensa, no camina por sí mismo, no orina en las esquinas exquisitas de su corazón y sobre todo, lo más penoso, no se rebela, porque sabe que si no lo hace, su amo no le da de comer.